Nueve preguntas a Albertina Carri
Martes 07 de noviembre de 2023
La coautora de Retratos ciegos (Mansalva) responde nuestro cuestionario mientras el Malba ofrece una retrospectiva de su obra a veinte años de Los rubios, que se celebra también con un libro en ArtHaus.
1. ¿Cuál es el objeto más antiguo que conservás?
Un plano de la Ciudad de Buenos Aires de 1764 titulado Ville de Buenos-Ayres. Un puñado de manzanas, alrededor de Le Fort - La Grande Place, dónde se ubican conventos, iglesias y las casas del obispo y los jesuitas. Todo emplazado sobre la Riviere de la Plate, que con trazos infantiles en acuarelas celestes y amarillas, augura un futuro hacia los mares. No sé si es la memoria de un fracaso colonial o el recuerdo de un colonialismo inexpugnable.
2. ¿Qué libro de otro autor produjo en vos el efecto que te gustaría producir en quienes te leen?
El desierto y su semilla, de Jorge Barón Biza o Teorema, de Pasolini.
3. ¿Lo mejor y lo peor que te dio la literatura?
Creo que no me ha dado nada malo. Ampliación de la percepción y del lenguaje, amores de toda índole, pérdida de tiempo, libertad, discusiones despiadadas, distracción, concentración, disolución esporádica de alguno de los síntomas, viajes, determinación, frivolidad, estados de solemnidad casi graves, humor, desmemoria, salvajismo, constricción de la angustia, elegancia, imaginación y desapego. Aunque podría seguir toda la tarde escribiendo detalles sublimes, de los alegres y de los tristes, pero siempre de naturaleza expansiva.
4. ¿Cuál es el libro que más regalaste y por qué?
La edición de Hormiga Negra de Eduardo Gutiérrez, con prólogo de Borges. Porque me gustan los gauchos malentrazados que muestran su pena con rabia o su rabia sin pena. Y en el derrotero de carne y sangre que despliega El Hormiga, la complejidad del criollismo dispara un misterio sobre la literatura, la pampa y su civilidad, que me convoca a invitar.
5. ¿Como qué disco suena la música funcional de tu cabeza?
Es muy ecléctica, va cambiando según la geografía en la que me encuentre.
6. ¿Cuál fue el color más hermoso que viste en tu vida y dónde aparecía?
El negro brillante del lomo de mi perro corriendo vacas bajo el sol oblicuo en un atardecer otoñal.
7. ¿Con qué escritor o escritora que ya no pisa el mundo de los vivos quisieras tomar un taller literario?
La única vez que participé de un taller literario tenía dieciséis años. No me es un lugar común ni mucho menos cómodo, así que es difícil volver a imaginar ese escenario. Pero me gustaría tomar muchos tes con Úrsula Le Guin o pasar un fin de semana en silencio con Gérard de Nerval en alguna campiña estrellada y mirarlo escribir o caminar por Varsovia con Stanislaw Witkiewicz y tal vez llorar un rato juntos.
8. Un libro que hayas prestado y no te devolvieron.
Muchos y cada tanto los vuelvo a comprar o a robar. Bolaños decía que los libros primero se compran o se roban, después se acarician y se huelen, y muy rara vez se leen. Tengo pilas de libros no leídos que a veces pido que se los lleven para no sentir la angustia por la falta de tiempo. Igualmente no me gusta prestar libros, porque me duele perderlos y soy incapaz de reclamarlos. Lolita de Nabokov ya lo compré unas cinco veces, pareciera que una maldición se forjó alrededor de ese libro y mi biblioteca. Tal vez debería soltarlo para siempre.
9. ¿Cómo ordenás tu biblioteca? ¿Nos mandás una foto?
Narrativa, poesía y ensayo compartimentados. Internamente cada sector guarda una especie de orden por zonas geográficas. Poesía en los estantes más accesibles; cine y política en los más altos, aunque algunos libros de cine siempre a mano en los bordes de cada estante. Más una biblioteca vacía como un acto de fe y un caos de libros sin catalogar que circulan entre los proyectos y la voluntad de salir de ellos; entre los estantes ardientes de ausencia, los que exhiben impúdicos su falta de espacio y el escritorio que muta de la pila a la trinchera. Es un orden que nadie podría comprender a simple vista y que por épocas me provoca desvelos porque es como el espejo de una matemática que intento imponerle a mi cabeza y que siempre termina por desbordarme en su lógica más emocional que aritmética.