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Ficción argentina

Los libros de Rasputín

Por Guillermo Piro

Compartimos tres piezas de Guillermo Hotel en su versión definitiva y aumentada, publicado por La tercera editora.

Por Guillermo Piro. Foto de Alejandra López.

 

 

Los diez centavos

Vladimir Nabokov se juzgaba a sí mismo como un «minusválido social», un «pésimo casseur»; aborrecía las entrevistas, las conferencias, las reuniones mundanas. Una vez la revista Selecciones del Reader’s Digest le planteó la
siguiente pregunta: «¿Tiene el escritor una responsabilidad social?», y le ofreció 200 dólares por una respuesta de dos mil palabras. Nabokov respondió: «No. Me deben diez centavos».

 

 

Los libros de Rasputín

Los libros de Rasputín estaban ajados y subrayados y tenían páginas dobladas, aunque las ediciones fueran de lujo; y Rasputín podía mostrar inmediatamente a sus interlocutores los pasajes o cifras citados durante la conversación. Los libros y los papeles le obedecían como los brazos y las piernas. «Son mis esclavos», solía decir Rasputín, «y tienen que servirme como más me plazca».

 

 

 

Iosho en sus versiones

 

Ware o itou

Nari iuku koe ia

Aiumi iuku


Esta es la versión original del haiku que Iosho Yunishiro escribió a su llegada a las márgenes del monte Kurobe. Pensando que, aunque no fuese primavera, las glicinas de Tako merecían una visita otoñal, Iosho pidió información a la gente del lugar, que trató de persuadirlo primero para que se quedara, y luego, una vez que Iosho accedió, volvieron a hacerlo, pero esta vez para que entregara sus
pocas pertenencias sin ofrecer resistencia si quería conservar, honradamente y por un poco más de tiempo todavía, la vida. Iosho viajó por los montes durante
toda la noche sin sentir otra cosa que lástima por esa gente. Auxiliado por unos pescadores consiguió los medios para volver a casa, en donde dictó a su hermana este haiku.

Una traducción que prescindiera por completo de los aspectos formales, creí que podía ser la siguiente:


Noche fría

por la senda estrecha

hacia el sol caminas

 

El tiempo pasó y la traducción comenzó a parecerme insuficiente. Ni la palabra japonesa iuku puede traducirse por la española senda, ni koe por estrecha. El segundo intento, casi un año después del primero, resultó así:


Noche fría

por el angosto camino

hacia el sol caminas


En el tercer verso la palabra iuku aparecía otra vez, pero el sentido, si bien era equivalente al anterior, no era el mismo, y por eso, caminas podía ser el término más apropiado, pero también no. El tercer intento resultó así:


Noche fría

por el angosto camino

al sol te diriges


Tres años más tarde volví a toparme accidentalmente con mis ensayos de traducción del haiku de Iosho y, viéndolo con mayor claridad, escribí esta otra versión:

 

Fría noche

en el camino recto

el sol te ilumina

 

Finalmente pude, cinco años más tarde, conseguir la que a mi juicio es la traducción más certera y transmisora del encanto del poema. La versión definitiva dice así:


¿Qué noche?

¿Qué senda?

¿Qué sol?

 

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