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El río es mudo

Luis Gusmán

¿Cómo crear un personaje? ¿Con qué? ¿Cómo inventarle un pasado? Clubcinco recuperó Tennessee, la novela del autor de títulos como El frasquito y El peletero. Compartimos el posfacio del autor, en el que se refiere a cómo compuso ese sistema de voces y locaciones: un paseo guiado por la cocina del libro. 

Por Luis Gusmán.

Los cinco

Antes de 1990 escribí un cuento cuyo título era Tennessee. Más allá de la anécdota que cuenta la trama, diría que hay un sentimiento que desencadena el relato: la soledad, ya que siempre me pareció que el acto más solitario, bordeando lo triste y lo sórdido, era ir solo al cine. Solo, quiere decir sin la compañía de una mujer.

Una costumbre que viene de mi infancia, la costumbre de ir al cine en compañía de un familiar, mi abuela, mi madre, mi tío, los chicos del barrio.

Tal vez, porque mi primera historia de amor correspondido sucedió en un cine de Avellaneda donde conocí a la primera chica a la que después pude besar  en los Siete Puentes. Estaba acompañado por mi tío y la película era Por quién doblan las campanas, con Ingrid Bergman y Gary Cooper. Todavía no había leído a Hemingway y mucho menos sabía qué era la Guerra Civil Española. Tenía trece años pero esa tarde en aquel cine San Martín las campanas repiquetearon en mi cabeza.

Desde entonces, con todas mis novias fui al cine. En los años sesenta y setenta a la calle Corrientes, al  Lorraine, a ver ciclos de cine ruso y hasta japonés. Ahí vi todo el neorrealismo italiano, la “nouvelle vague”, las películas polacas, y los clásicos del cine inglés y norteamericano. Siempre acompañado.

Por eso cuando en la novela, Salerno muere solo en el cine, transformo lo que podría ser un hábito en un  misterio. 

El otro personaje de la historia es un polaco, Tarkoski, (el apellido no es un guiño al director de cine, en todo caso un simple episodio de amnesia histérica) que después será Walenski, es alguien que inventa espejismos del desierto y le cuenta historias a los chicos del barrio que supuestamente ha estado en la Legión Extranjera que era un mito de nuestra infancia. Eso me remite a dos asuntos. El primero, aumenta el misterio detectivesco porque la Legión Extranjera era un refugio, un lugar para esconderse y donde un ladrón,  un criminal, o cualquiera, podía ocultar su identidad. Por lo tanto, un pasado oscuro. Pero a ese personaje también le cabría ser alguien de pacotilla  y que simplemente tenía entre sus pertenecías un uniforme de la Legión porque alguna vez trabajó como extra para una publicidad de las hojas de afeitar  Legión Extranjera que venían en una cajita que tenía el dibujo de un legionario. 

Después está Smith. Alguien que fue campeón olímpico como pesita. Ser pesita es también un deporte solitario. Había conocido algunos pesistas en Avellaneda. Smith nace a la sombra de Delfo Cabrera, campeón olímpico de maratón y que vivía por el barrio y que aparece en mi novela Villa

Alrededor de esos años, creo que un poco más tarde, después de haber escrito el cuento, viajé a Memphis a encontrarme con lo que ya había inventado. Faltaba el  hotel Peabody. 

Posteriormente a ese viaje, Mario Levin y Dody Scheuer hicieron el guión de Sotto Voce basándose en el cuento. Los actores: Norma Pons, Lito Cruz, Martin Adjemián y Patricio Contreras. La película filmada es muy buena y marcó una época; aunque quizás corrió el mismo destino solitario de sus personajes. Hay una escena memorable entre Norma, Lito y Martín, a orillas del Riachuelo. Los tres, borrachos, cantan el tango Íntimas.

Cuando Mario Y Dody me convocaron para colaborar con el guion me explicaron que tratara de construirle un  pasado a Walenski. Y tanto Walenski como Smith, como Bouvard y Pecuchet,  siempre andan juntos. Entonces tuve que inventar en qué momento de su vida, los dos se encontraron por primera vez. 

Así surgió la novela Tennessee. A lo que le agregué, la escena de los patos en el hotel Peabody en Memphis.

Para crear ese pasado, lo despoje a Walenski de toda la cuestión mítica de la Legión Extranjera. Primero lo subí a un camión frigorífico y después hice que se conociera con Smith en un gimnasio. Fue Smith   quien lo llevó al asunto de las pesas.

Walenski representa un poco ese heroísmo que a veces está dado por un hábito, ser un solitario, o por un estado civil, ser un solterón. Ambas condiciones, le caben a Walenski.

Las vicisitudes de Walenski prosiguen en Hasta que te conocí, donde dialoga y sueña con el fantasma de Smith. En esa historia, al matiz solitario del personaje, le agregué otro acto épico que lo devuelve a la dignidad de un oficio en extinción. Y como suele suceder, esa oportunidad en la vida, se la da una mujer a la que debe salvar, y se la quita otra, de la que debe protegerse.

Walenski no es un marginal como tampoco lo es Smith. Se mueven en los intersticios del poder, de la sociedad, incluso hasta de su mismo oficio. A pesar de que Smith haya sido campeón olímpico.

Esta nueva edición la corregí. Le quite cierto tono profético y retórico que a veces adquieren los diálogos y sobre todo las reflexiones de Walenski, que nunca llegan a ser las de un filósofo de barrio. Nada que ver. Sino que monologa, habla en voz alta como muchos solitarios.

La amistad entre los dos hombres va más allá de  cualquier contingencia que pueda sucederles en sus vidas. Ni ellos mismos saben por qué es de esa manera. En eso reside quizás lo más atractivo de la historia. Estos dos se juntan, se separan, a su manera se extrañan, se quieren y se odian. Y es como si esa amistad pendiera de un hilo muy delgado pero que sin embargo resiste cualquier embate.

Después está el lugar. El club de remo, el Regatas, en Avellaneda, al borde del Riachuelo. Una reserva ecológica fracasada, un astillero que subsiste a la modernidad. Un enclave conradiano en medio de la civilización. Y en algún momento, un club donde iba la gente más acomodada de Avellaneda.

Finalmente el río. Lo más oscuro del río. Su figura no alude a la luz o la oscuridad sino a la distancia. Lo más oscuro, es lo que está más allá. Un río que es el Riachuelo y los tres epígrafes que acompañaron el cuento y la novela (el de Joyce: “Es un intento de subordinar las palabras al ritmo del agua”; el de Walcott : “En éste, un pequeño río en algún lugar del mundo, no importa dónde, la victoria estuvo a la vista”; el de  Faulkner: “El Mississippi comienza en un vestíbulo de un hotel de Memphis, Tennessee”.) pretenden situarlo en una cadena hidrográfica y literaria más universal y pretenciosa. El Riachuelo es innavegable, esa línea de sombra huele a podrido. Lo veo desde hace más de sesenta años y siempre estuvo la promesa de la purificación. Como si eso dependiera de una mejora ambiental, ignorando que el río se arrastra de principio a fin llevando su propio Ness a cuestas.

En julio del 2015, más de veinte años después, volví a Memphis y me alojé en el Peabody. Me senté en una mesa en el lobby del hotel a tomar un trago frente a la fuente de mármol negro con cuatro ángeles sosteniendo un enorme cubo con flores. Entonces, en medio de una marcha musical, creada especialmente para el hotel, irrumpió el mayordomo de los patos. Un hombre vestido con una librea roja de galones dorados que anunció su llegada: cuatro hembras y un macho de pato mandarín deslizándose por la alfombra roja.

Recién entonces me enteré que en 1950 la señora Sarah Burney, académica de Mississippi, tomó un trago con Faulkner en el Creel Room del hotel. 

Para mí, todo estaba igual. Posiblemente los patos eran otros. Solo faltaba Smith.

 

El texto fue tomado de Tennessee, de Luis Gusmán, en la edición de Clubcinco, Buenos Aires, 2016.

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