El regreso de Tove Jansson
Viernes 08 de diciembre de 2023
Cía. Naviera vuelve a la autora sueca con La hija del escultor, del que compartimos una de sus piezas magistrales.
Por Tove Jansson. Traducción de Christian Kupchik.
En ocasiones me despertaba en mitad de la noche con la música más hermosa que existe: la que producen el contrapunto entre la balalaika y la guitarra. Papá tocaba la balalaika y Cawan la guitarra. Tocaban al mismo tiempo, muy despacio primero, casi en un susurro, como si estuvieran muy lejos, y luego se fueran acercando, alternándose entre uno y otro, dándose espacio, de modo que a veces llegaba nítida la guitarra y otras la balalaika.
Eran canciones suaves y melancólicas, casi tristes, que trataban sobre cosas que habían pasado y siguen pasando sin que nadie pueda hacer nada. Luego se ponían más salvajes, groseros incluso, y Marcus rompía su vaso. Pero nunca rompió más de uno, y papá se aseguraba de que siempre le sirvieran en un vaso de los baratos. En el techo arriba de mi cama se formaba una neblina gris de humo de tabaco, lo que hacía que todo pareciera más irreal aún. Ya sea que estuviéramos en el mar o en las altas montañas, podía escucharlos gritarse unos a otros entre esa niebla y las cosas que seguían cayendo detrás de los sonidos feroces de la balalaika y la guitarra que subían y bajaban en olas más fuertes o más débiles.
Me fascinaban las fiestas de papá. Podían durar noches enteras, en las que despertaba para volver a dormirme mecida por el humo y la música y, de pronto un bramido me producía un escalofrío hasta la punta de los pies.
No vale la pena mirar, porque entonces todo lo que estás imaginando desaparece. Siempre es igual. Puedes verlos desde arriba y están allí, sentados en el sofá o en las sillas, o caminando lentamente de un lado a otro por el salón. Cawan se acurruca sobre la guitarra como si buscara esconderse en ella; su cabeza calva flota como una mancha pálida en la niebla y se hunde cada vez más. Papá mantiene la espalda recta, muy erguido, con la mirada al frente. Los demás cabecean, o se adormecen de tanto en tanto, ya que una fiesta es algo muy agotador. Pero no se vuelven a sus casas porque tratar de ser el último tiene su importancia. Aunque quien suele ganar es papá: siempre es el último. Cuando todos los otros ya cayeron vencidos por el sueño, él permanece observando un punto fijo, sumido en sus pensamientos hasta que llega la mañana.
Mamá no participa de las fiestas; se asegura de que la lámpara de querosén no rezuma en el dormitorio. El cuarto es nuestra única habitación de verdad, además de la cocina. Quiero decir que tiene una puerta, pero no hay estufa de azulejos. Por lo tanto, la lámpara de querosén debe arder toda la noche, pero si se abre la puerta, el humo invade la habitación y eso puede resultar peligroso para el asma de Per Olov. Las fiestas se han vuelto más difíciles desde que tengo un hermano, pero papá y mamá hacen lo posible para que todo salga de la mejor manera.
La mesa es lo más bonito. A veces me levanto y la veo por encima de la baranda; entrecierro los ojos y los vasos, las velas y todas las cosas sobre ella forman un todo brillante, como en una pintura. El todo es importante. Algunos simplemente pintan algunas cosas y olvidan el conjunto. Lo sé. Sé incluso muchas otras cosas que no digo.
Todos los hombres tienen fiestas y son amigos inseparables para siempre. Un amigo es capaz de decir cosas terribles, pero al día siguiente todo queda olvidado. Un compañero no perdona, solo olvida; en cambio una mujer lo perdona todo, pero nunca olvida. Así son las cosas. Por eso a las mujeres no se les permite hacer fiestas. Es muy desagradable que te perdonen.
Un amigo nunca dice nada inteligente que valga la pena repetir al día siguiente. Simplemente siente que ya nada es tan importante en ese momento.
Una vez papá y Cawan estaban jugando a dispararle dardos a unos aviones que eran catapultados desde una máquina. Creo que Cawan no entendió muy bien en qué consistía el juego, porque disparó en la dirección equivocada y el avión voló directo hacia su mano y el gancho que lo sostenía la atravesó. Fue horrible. La sangre corría por toda la mesa y ni siquiera pudo ponerse el abrigo porque el avión no podía traspasar la manga. Papá consoló como pudo a Cawan y lo llevó al hospital donde, con un par de alicates, lograron cortar el gancho. El avión lo colocaron en su museo personal.
Cualquier cosa puede ocurrir en una fiesta si no eres cuidadoso.
Nunca hicimos una reunión en el estudio, solo en la sala. Hay dos ventanas altas que tienen un arco solemne en la parte superior, y todos los muebles de madera veteada con arabescos del abuelo y la abuela, que le recuerdan a mamá el país donde todo es como debe ser.
En un principio, tenía mucho miedo por lo que pudieran ocasionar las quemaduras de cigarrillos y las marcas anilladas que dejan los vasos, pero ahora sabe que todo lo que importa es la pátina.
Mamá es muy buena para las fiestas. Nunca pone todo sobre la mesa y jamás invita a la gente. Sabe que lo único capaz de crear un buen ambiente es la improvisación. Es una palabra preciosa. Improvisación. Papá tiene que salir a buscar a sus amigos. Puede encontrárselos en cualquier momento y en cualquier sitio. A veces no hay nadie, pero con frecuencia aparecen. Y luego quieren ir a alguna parte. Uno siempre aterriza en algún lugar. Eso es importante. Y entonces alguien dice: “Echemos un vistazo a ver qué hay en la despensa”. Y camina tranquilo y se encuentra con que hay un montón de cosas. Salchichas caras, botellas y hogazas de pan y mantequilla, y quesos varios, incluso agua de Vichy. Llevan todo a la mesa y se improvisa algo. Mamá lo tiene todo listo.
Por cierto, el agua de Vichy es peligrosa. Te hace burbujas en el estómago e incluso puede hacer que alguien se ponga muy melancólico. No se debe mezclar nunca.
Poco a poco se van apagando todas las velas de la balaustrada y la cera gotea sobre el sofá. Cuando se calla la música llegan los recuerdos de la guerra. Entonces espero un rato debajo de las sábanas, pero siempre vuelvo a salir cuando atacan el sillón de mimbre. Papá agarra su bayoneta, que cuelga sobre las bolsas de yeso que están en el estudio, y todos corren y gritan, y entonces papá ataca la silla de mimbre. Durante el día permanece cubierta con una tela para que nadie pueda adivinar cómo se ve. Cuando termina de herir de gravedad a la silla de mimbre, papá ya no quiere tocar la balalaika. Entonces me duermo.
Al día siguiente todo el mundo sigue allí e intenta decirme cosas bonitas. “Buenos días, hermosa doncella... Qué honor sería para mí si me acompañara la alegre estrella de la mañana de Chipre...”. Mamá recibe regalos. Ruokokoski le obsequió un cuarto de manteca y una vez hasta le dieron veinte huevos de Sallinen.
Por la mañana es muy importante no empezar a limpiar temprano de forma demasiado obvia. Si se deja entrar todo ese desagradable aire fresco, alguien puede resfriarse o deprimirse. Lo importante es lograr que la transición al nuevo día sea lo más lenta y amigable posible. Las cosas se ven de un modo diferente a la luz del día y si la diferencia es demasiado marcada puede arruinarlo todo. Tienes que poder caminar en paz y ver cómo te sientes y qué es lo que realmente deseas.
Siempre se quiere que llegue el siguiente día, aunque uno no sabe muy bien para qué. Al final, tal vez sea un arenque al escabeche. Entonces te diriges a la despensa, miras bien, y sí, hay arenque al escabeche. Es cuando el día transcurre con la mayor tranquilidad, y llega la noche otra vez, quizás con nuevas velas. Todo el mundo se comporta con una gran cautela, porque saben bien que se necesita muy poco para alterar el equilibrio y que se trastorne todo.
Vuelvo a la cama y escucho a mi padre afinar su balalaika. Mi madre enciende la lámpara de querosén. Nuestro dormitorio tiene una ventana perfectamente redonda.
Nadie más tiene una ventana redonda. Se puede ver sobre los techos, el puerto, y todas las ventanas se van poniendo a oscuras, excepto una: la que está bajo la gran medianera vacía que da a la casa de Victor Ek. Allí arde la luz toda la noche. Es posible que también tenga una fiesta. O quizás está ilustrando algún libro.