El amor verdadero
Por Hebe Uhart
Jueves 23 de agosto de 2018
"Su prima hacía reflexiones sobre los peligros de las tentaciones, pero Luisa no pensaba en eso. Cuando pasó por una verja de madreselvas, la miró bien; parecía llena de presagios, de perfume. Dentro del terreno se movían sombras oscuras". Un extracto de las Novelas reunidas de Hebe Uhart, publicadas por Adriana Hidalgo.
Por Hebe Uhart. Foto Valeria Tentoni.
Era verano y atardecía. Su prima, una amiga y Luisa salían de la reunión de la congregación; su prima con el misal en la mano y un saquito por si refresca. Su prima y la amiga eran muchachas grandes; tendrían diecinueve años. Su prima comentaba los casos de chicas y muchachos que habían sido amorosos y después se echaron a perder.
Un muchacho, que era amoroso, correcto, simpático y con lindos ojos, se echó a perder porque hizo un gesto obsceno mientras jugaba al básquet en la cancha del club.
Otro que tenía un auto color huevo se había dado a la bebida; se tomaba como cuatro vermuts todas las noches en el club; él tenía lindo pelo y era culto; pero se ve que no tenía fuerza de carácter ni sentido común, porque la curda de vermut es espantosa. También, decía su prima, porque estaba completamente alejado de la fe se echó a perder: no pisaba la iglesia ni para Pascua.
Pero el que más se había echado a perder era el más amoroso de todos: había sido buen hijo, buen partido, buen estudiante. Él tenía una novia, Marisa, que era y seguía siendo amorosa; siempre tan ubicada para vestirse, con esos trajecitos sastre tan graciosos, y ella misma, tan bonita, pero sin llamar la atención, tan distinguida en eso de no impactar con ningún color detonante.
Y ese novio, que antes la quería con lo que parecía verdadero amor, pero después se vio que no lo era, sustituyó a esa criatura tan encantadora por Leticia, que era un capítulo aparte. Porque Leticia empezó acostándose con el primer novio que tuvo y, como todos los vicios, acostarse produce costumbre; ella se acostumbró con otros, y suma y sigue, suma y sigue, suma y sigue.
Y ahora ellos dos se iban a besar debajo del puente por donde pasa el tren, que es un lugar donde hay caca de perro, donde los crotos que acampan dejan latas de sardina tiradas y la pared del puente toda ahumada.
Marisa lo esperaba dignamente en su casa y él no iba; Marisa rezaba, lloraba sin hacer escándalos. ¿Cómo –decía su prima– se puede sustituir una persona por otra? ¿Y cómo él podía hacer sufrir así a una chica valiosa?
Su prima hacía reflexiones sobre los peligros de las tentaciones, pero Luisa no pensaba en eso. Cuando pasó por una verja de madreselvas, la miró bien; parecía llena de presagios, de perfume. Dentro del terreno se movían sombras oscuras. Su prima seguía pensando que ya que se habían echado a perder, que se juntaran, por ejemplo, un réprobo con una réproba y allá ellos, y no un réprobo para hacerle perder el tiempo con una chica amorosa, que le ofrece amor verdadero. Pero, posiblemente, decía la prima, Dios quiere que se junten una chica buena y un réprobo, para que ella lo reforme con su buena influencia.
A Luisa se le presentaba muy fuerte la figura del réprobo y cuanto más réprobo lo imaginaba, más presente se hacía la figura de él.
¿Qué le haría él a esa chica tan buena?
¿Le pegaría? No, no se rebajaría a eso. La ignoraría; no aparecería por un tiempo largo y después vendría a buscarla; ella lo perdonaría porque era cristiana y siempre le pedía a Dios que él volviera al redil de la iglesia y al de ella. Y cuando pasaron por otro baldío, la imagen del réprobo se le hizo tan fuerte como si lo viera.
Hubiera deseado que alguien le explicara qué era eso, pero comprendía que no podía contárselo a su prima. Ahora ellas estaban hablando de otras parejas; analizaban en cuáles había verdadero amor y en cuáles no.
En algunas, por un tiempo, parecía que había verdadero amor pero era aparente; algunos casos eran dudosos; entonces su prima y la amiga los ponían en remojo, digamos, para que al tiempo cantara la verdad.
La amiga de su prima dijo, dubitativa:
–Es que a veces es difícil distinguir el verdadero amor del otro. Por ejemplo...
Pero su prima con firmeza dijo:
–En apariencia es difícil. Pero alguien que ahonda un poco percibe lo que tiene bases verdaderamente sólidas.
Su prima veía las cosas claras, porque no era ninguna embrollona. Pero ahora, Luisa, además de embrollona como siempre había sido, según pensaba ella, se sentía embrollada y confusa. Hasta hacía poco tiempo, cuando era simplemente una embrollona, iba y venía, entraba y salía de las casas, de las conversaciones, de los juegos; ahora las cosas que pasaban la embrollaban. Por ejemplo, en la iglesia o mientras caminaba, se le hacía presente el Espíritu Santo; él la hacía pensar sobre Dios, Cristo y lo que decían los evangelios. Pero a veces, al atardecer, o en la siesta del verano, se le aparecía la figura del réprobo, muy presente. No le decía que la quería ni le prometía amor verdadero ni nada; la invitaba a ir con él. Entonces Luisa caminaba y caminaba porque se sentía inquieta, sólo se calmaba si llovía fuerte; se mojaba toda, los pies, la cabeza, y al secarse ella misma sentía consuelo y frescura.