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No Ficción

Alejandra Costamagna: "Sigo pensando que los textos son borradores"

Literatura chilena

Había una vez un pájaro, el tríptico de cuentos que Alejandra Costamagna publicó en 2013, vuelve a librerías diez años después: "Diría que soy bastante parecida a la persona que los escribió". 

Por Valeria Tentoni. Foto de Gonzalo Donoso.

   

Nacida en Santiago de Chile en 1970, Alejandra Costamagna es hija de padres argentinos que cruzaron la cordillera en años de la dictadura. Muchas de las escenas que componen Había una vez un pájaro, que vuelve a librerías en reedición con Editorial Cuneta, nos acercan a las imágenes que podrían haber poblado aquellos días de infancia de una futura periodista y doctora en literatura que sería reconocida con premios tan importanes como el Anna Seghers y cuyos libros lograrían ocupar espacios como el puesto finalista del Premio Herralde de novela.

Costamagna ha publicado las novelas En voz baja (1996), Ciudadano en retiro (1998), Cansado ya del sol (2003), Dile que no estoy (finalista del Premio Planeta Casamérica 2007) y Naturalezas muertas (2010) y los libros de cuentos Malas noches (2000), Últimos fuegos (2005), Animales domésticos (2011), Imposible salir de la tierra (2016) y el libro de crónicas y ensayos Cruce de peatones (2012). Su obra ha sido traducida al francés, italiano, danés y coreano. 

Había una vez un pájaro fue editado originalmente en 2013, y acaba de conocer nueva versión, una que esta vez cruza la cordillera hacia aquí de la mano de Big Sur. 

   

El título del libro viene de Clarice Lispector, de un cuento imposible para niños. ¿Cómo llegaste a esa línea y cómo te llevás con la literatura de Lispector, qué de su trabajo te interpela?

A la anécdota de Lispector, que dio origen al título, llegué por una de las contratapas de Juan Forn en Página/12. Leí esa crónica justo cuando intentaba algo imposible, que era reconocerme en la persona que había escrito En voz baja, mi primera novela. Ese desajuste con la voz del texto, con su respiración y su altisonancia a 17 años de haberlo escrito, de golpe encontraba una salida en la frase de Lispector. El punto seguido que hay entre “Había una vez un pájaro” y “Dios mío” en su ensayo de cuento era un soplo al oído. Silencio, me decía, silencio. Me interpelan muchas cosas de Lispector. Además de su trabajo con los pequeños cataclismos puertas adentro, me hipnotiza la pulsión indócil en su escritura, el estar atenta no solo a lo que ocurre sino a su repercusión en el lenguaje, el extrañamiento con la palabra, algo medio corrido, rumiante, desencajado que quizás tenga que ver con estar habitada por dos o más lenguas.  

La edición que tenemos en mano es la tercera, diez años después de la edición original. ¿Cómo "envejecieron" estos cuentos? ¿Qué podés decirnos del paso del tiempo sobre ellos?

A diferencia de lo que experimenté con el paso del tiempo entre la novela En voz baja y la primera edición de Había una vez un pájaro, en esta aparición diez años después ya no está esa distancia con el tono. Me atrae mucho la idea de Walter Benjamin sobre narrar historias como "el arte de volver a narrarlas" y sigo pensando que los textos son borradores y que siempre están incompletos y que nunca volvemos a leerlos del mismo modo, sin embargo no me siento ajena al registro de 2013. Diría que soy bastante parecida a la persona que los escribió. 

Son tres cuentos largos, en una tradición de libro de cuentos con pocos elementos pero muy contundentes -pienso en otros dos libros chilenos de estructura similar: Piñén, más actual, o Aguas abajo, de Marta Brunet, cien años atrás. ¿Qué podés decirnos de esta estructura?

Me da mucho gusto la compañía de Brunet y Catrileo, honrada. Quizás la estructura permite detenerse en escenas aparentemente secundarias, concentrar y expandir al mismo tiempo, lanzar chispas que no se agoten en el aquí y el ahora del momento. Pero, al menos en mi caso, son necesidades que se van dando en el proceso. Los dos cuentos largos del libro (porque el tercero es un destello, una especie de bisagra entre ambos) surgen con el impulso de una novela y terminan en este formato intermedio. “Había una vez un pájaro” es el resultado de la poda de En voz baja, y el desafío estructural fue comprimir la perspectiva, el tiempo, el espacio y los nudos. Y el caso de “Nadie nunca se acostumbra” fue al revés: partí con la idea de una novela y en el camino se fue ciñendo y ciñendo. Me gusta de esta estructura su lugar fronterizo. 

En "Nadie nunca se acostumbra" se trabaja a partir de fragmentos, núcleos pequeños de texto que se enhebran. ¿Cómo te acomoda esa manera, por qué la elegiste, qué podés decirnos del ritmo y de la historia en ese estilo?

El cuento surge como la variación de un recuerdo que siempre vuelve: el conteo de perros que practicábamos con mi hermana de niñas, mientras viajábamos en el asiento trasero de la Citroneta que nos llevaba de Santiago a Buenos Aires. Como decía recién, yo tenía en mente una novela pero al sentarme a escribir solo me salían astillas. Intenté hacer crecer alguna de esas astillas, pero todas se resistían. Entonces tomé la resistencia como recurso. La perspectiva parcial de la niña, con sus vacíos y sus incertidumbres, es también la imposibilidad de contar la historia como un “había una vez” continuo. Hay desvío en su relato, hay una puesta en duda de lo que ocurre. Me gusta que uses la palabra “enhebrar” porque así lo veo: como un zurcido de recuerdos y momentos que van despercudiendo a la protagonista y la llevan del tedio a una resistencia animalesca. Eso marca necesariamente un tono, un ritmo que está en directa relación con su asonada mental.

En este libro encontramos narraciones desde la mirada niña, ¿qué podés decirnos de esa opción, de la narración desde la infancia? ¿Qué cosas permite?

Me gusta una frase de Gabriela Mistral muy en sintonía con la pregunta. Dice: “Puedo corregir en mi seso y en mi lengua lo aprendido en las edades feas -adolescencia, juventud, madurez- pero no puedo mudar de raíz las expresiones recibidas en la infancia”. El énfasis que hace Mistral en “mi seso y en mi lengua” es clave porque contiene las primeras imágenes y su deriva en la palabra. Mirada desde la adultez, la infancia es una tremenda cantera para pensar la lengua, cuestionarla, sacudirla, hacerla decir lo que no dice. Hay en la infancia, además, algo ajeno a la racionalidad adulta, algo mucho menos moldeado. La casa imaginaria de la infancia es un lugar riquísimo, ahí empieza todo. La fantasía y la crueldad, el entusiasmo y el orgullo.  

Has seguido entregando cuentos después de este, ¿Imposible salir de la tierra es una continuidad o una ruptura en tu exploración del género? ¿Por qué volviste a él?

Creo que los cuentos de ambos libros son parientes. En parte hay continuidad, en parte hay variación. Puede que la continuidad se aloje en el foco en los detalles, en la minucia, en la aparente insignificancia de lo cotidiano o en el tono menor que comparten. Y la variación quizás esté en el lugar más corrido hacia la chifladura y la ambigüedad de algunos cuentos de Imposible salir de la Tierra. En Había una vez un pájaro, en cambio, la trenza entre memoria, imaginación e historia tiene un peso mayor. Pero todos intentan remar en contra del mandato del conflicto central.

Habiendo publicado novelas en Anagrama, mantuviste a este libro con su editorial de origen, Cuneta, después de mucho tiempo. ¿Por qué seguís apostando a un sello independiente? ¿Qué podés contarnos de esta naturaleza híbrida de tu catálogo de sellos editores?

Me pareció super natural que Había una vez un pájaro tuviera esta segunda vida con Cuneta. A fin de cuentas fue su editor, Galo Ghigliotto, quien me propuso reeditar En voz baja. Luego el libro se convirtió en otra cosa, pero el impulso vino de ahí. Y al empezar su distribución como editorial en Argentina, me pareció igualmente natural que cruzara la cordillera con ellos. Con El sistema del tacto en Anagrama hay algo semejante. La veo como el lugar más adecuado para un libro que nace de los cruces de un continente a otro, de una frontera a otra, tanto en el tema de la migración como en el procedimiento mismo de la escritura: una especie de collage que recoge pedazos de aquí y de allá. No sé, cada libro arma su casa en el camino y cada momento lo determina.

Viene la Furia del libro, luego la Feria de Editores, espacios de cruce Argentina-Chile, y este año Santiago de Chile fue ciudad de honor en la Feria del Libro Internacional en Buenos Aires. ¿Qué opinión te merece el cruce entre estos dos universos editoriales y sus contaminaciones?

Si bien el cruce existía, creo que era algo más excepcional y limitado. Pienso que son especialmente los sellos independentes de lado y lado quienes han hecho el trabajo arduo en los últimos años. Y al fin empieza a florecer el intercambio. 

 

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