"Las palabras están vivas"
Por Isabel Zapata
Viernes 04 de agosto de 2023
La escritora mexicana, editora en Antílope y autora de Una ballena es un país y Maneras de desaparecer, regresa a librerías con In vitro (Excursiones). Compartimos un adelanto: "Embrión".
Por Isabel Zapata.
En la primera cita después del resultado positivo, la doctora se muestra aliviada de encontrar únicamente un saco gestacional en el ultrasonido (imposible saber si es o no el hermano rebelde). A las cinco semanas ya empezó la gastrulación: la migración y movimiento de las células del embrión en su etapa más sencilla para formar las tres capas primordiales a partir de las cuales se generarán los tejidos del bebé: ectodermo (sistema nervioso, piel y boca), mesodermo (músculos, esqueleto, sistema circulatorio, sistema reproductor y excretor) y endodermo (los pulmones y órganos del aparato digestivo). El cuerpo del embrión se curva ligeramente hacia un lado y el proyecto de corazón tiene ya tres cavidades definidas, como el de un reptil.
Antes de irnos, la enfermera imprime una imagen en la que apenas se alcanza a ver el saco vitelino con el embrión dentro y nos la entrega diciendo que es la primera fotografía que tendremos del bebé. Pero no: tenemos ya la imagen de los dos embriones que nos dieron el día de la transferencia, cinco semanas atrás. Mi hija empezó a vivir fuera de mí.
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Lo primero que hago llegando a casa es reemplazar la imagen de los embriones con la del saco vitelino en el refrigerador. Luego consulto una página de internet que calcula la probabilidad de sufrir un aborto espontáneo con base en el día de gestación, la edad materna y el número previo de embarazos que han resultado en un bebé vivo. No tengo idea de cómo sacan esas cifras, pero el riesgo va descendiendo con el tiempo: a las cinco semanas exactas, con mi edad, peso y estatura, la probabilidad de perder al bebé es de 21.7 por ciento, a las cinco semanas y tres días, de 19 por ciento. Dos días después, baja a 15 por ciento.
La página también presenta la probabilidad no de perderlo, sino de que el embarazo se logre: se puede ver el vaso medio lleno. El primer día de la sexta semana ese número es 85 por ciento. Debajo de esa cifra, aparece la siguiente frase: “Desde que te embarazaste, tus probabilidades de un aborto espontáneo han bajado de un estimado de 39.9 por ciento, a un estimado de 15 por ciento”.
El milagro de no encontrar sangre cuando me limpio cada vez que voy al baño es tan asombroso que exige ser medido, de modo que paso mucho tiempo cambiando los parámetros –imagino que tengo veinticinco años o cuarenta, que he tenido dos hijos o que perdí un embarazo a los veinte– para ver cómo se altera la probabilidad de que el bebé no se logre. Pienso en las mujeres que hubiera podido ser, pero no por empatía.
Hay algo siniestro, en el fondo: busco una voz que me recuerde que podría ser peor.
“El dinero no es obstáculo”, leo en el anuncio de una clínica de reproducción asistida. Pero sí lo es, al grado de que te devuelven tu dinero si no quedas embarazada en dieciocho meses. La edad también lo es, de lo contrario no habría, en la página web de esa misma clínica, una sección completa sobre el programa de congelación de óvulos para que bajes tu estrella del cielo cuando tú decidas. El lenguaje es siempre más o menos el mismo: sueño, milagro, estrella del cielo. Sin embargo el precio, acaso el factor más crucial al momento de tomar una decisión, pocas veces se revela: según un análisis de 372 clínicas en Estados Unidos, sólo 27 por ciento de ellas incluían una lista de costos en su página web.
Y no es lo único que permanece oculto. Cuando empresas transnacionales ofrecen a sus empleadas jóvenes más destacadas planes financieros para que congelen sus óvulos y retrasen la maternidad, no les dicen en qué consisten exactamente los tratamientos de reproducción asistida por los que tendrán que pasar cuando decidan ser madres ni les revelan que las probabilidades de que éstos terminen en el nacimiento de un bebé vivo caen en picada a partir de los treinta y cinco años. A pesar de los anuncios en tonos pastel de las clínicas de fertilidad y de la tecnología que avanza a pasos agigantados, en algunos casos las pruebas arrojan negativo tras negativo tras negativo.
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Elina Brotherus llevó el registro de los años que intentó embarazarse con ayuda de tratamientos de fertilidad, de 2009 a 2013, en su proyecto fotográfico Anunciación. Algunas imágenes de la serie la muestran esperando resultados en actitud más o menos optimista, rodeada de flores frescas o calendarios con los días tachados. Otras, en cambio, retratan la pérdida de lo que nunca tuvo: sangre en el retrete, el vientre lleno de moretones, las alucinantes visiones de su hija imposible, las cajas de medicamentos que se enciman unas en otras formando una ciudad y sus poblados (Merapur, GonalF, Meticorten).
Es una historia de falsas anunciaciones: el ángel no se presentará a la cita. En cada fracaso, dice Brotherus, la sensación equivale al duelo y la pérdida es muy concreta: “No sólo perdemos un hijo, perdemos la vida futura que nos imaginábamos como familia”.
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En Los argonautas, Maggie Nelson describe su rol de madrastra como una identidad en tensión y habla de cómo no fue sino hasta que tuvo que enfrentarse a la tarea de criar un niño ajeno que reflexionó sobre el papel de su padrastro en la narrativa de su propia infancia. Y es que no importa qué tan maravillosa, responsable o amorosa seas: siempre serás susceptible al desprecio. Yo, que crecí con madrastras y padrastros por todos lados, acepté estos estereotipos como verdaderos y no los cuestioné sino hasta muchos años después, cuando ya se habían levantado en mis relaciones familiares cordilleras de rencores que ni siquiera sabría por dónde empezar a recorrer.
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Esther Vivas, autora de Mamá desobediente, usa el término “madre afín” para reemplazar a “madrastra” y “familia reconstituida” para las familias en donde hay hijos de matrimonios previos que de pronto se vuelven hermanastros, hijastros. Como mi familia, que era una colcha formada de pedacitos de otras: más que familia reconstituida, una familia en reconstitución (una familiastra, propone Alejandro Zambra en Poeta chileno). Para Sarah Hrdy, tanto las madres que dan a luz como las madres que adoptan deben ser consideradas “madres biológicas”, pues ambas sufren transformaciones neuroendocrinológicas similares, incluso en ausencia de parto o lactancia. Una madre biológica es la que nutre, la que alimenta, la que provee el ambiente en el que un niño se desarrolla física y biológicamente.
Las palabras están vivas y, contrario a lo que podría creerse, no son solamente reflejo de la manera en que pensamos, también son motor de ideas y acciones. En ellas está contenido el mundo, y usar una palabra en vez de otra implica una decisión que nos transforma. Acabar con ciertos prejuicios sobre la(s) maternidad(es) pasa necesariamente por un cambio en el lenguaje.
IN VITRO
Isabel Zapata
ISBN 978-987-47626-3-4/ 92 páginas / Arte de Ignacio de Lucca
CONTRATAPA
In vitro es un libro necesario. In vitro es un proceso, una búsqueda, una pérdida, muchos duelos. Es tiempo y es espera, una manera de prepararse para ser otra. Es un ejercicio de paciencia, un ejercicio de alucinación, una historia de fantasmas. También un punto de luz. Una ola gigante que nos revuelca pero no nos traga, como las diferentes maneras de ser madre. In vitro son preguntas que van encontrando respuestas, en el deseo y en el miedo. Una angustia anticipada. Pero, ¿de qué se trata ser madre? ¿Nos preparamos para serlo? No todas somos madres pero todas somos hijas, y este libro habla de las generaciones de mujeres, las madres muertas, las deseantes. Y de lo nuevo, el porvenir.
Leer a Isabel Zapata es encontrar un camino, entrar en un bosque secreto y darle la mano para atravesarlo. Ella escribe de lo que pocas personas hablan porque no todas las gestaciones son iguales, ni fáciles, ni felices. Algunas ni siquiera duran nueve meses, son búsquedas prolongadas y encuentros ansiados. Hay silencios y transformaciones como en este libro profundo y fragmentado: “Quiero decirlo todo y saberlo todo y escucharlo todo, romper con el pacto de silencio que mantiene en aislamiento los temas dolorosos relacionados con la maternidad”.
A mí, como a ella, también me parece que todo tiene que ser contado, las palabras son un refugio y a la vez una manera de compartir experiencias. Una manera de salir del silencio es ser activistas, porque maternar también es arte y es política. A veces las palabras no alcanzan pero son precisas y, como dice Jane Lazarre, “si no contamos nuestros relatos, ¿quién lo hará por nosotras?”.