"He escrito los siete mejores poemas de mi vida": una carta de Sylvia Plath a su mamá
Viernes 20 de octubre de 2023
Tomado de No dejes de escribirme, la antología de Editorial Alquimia que reúne cartas de grandes escritores a sus madres.
Por Sylvia Plath.
Domingo por la mañana, 29 de abril, 1956
Mi muy querida y maravillosa madre:
Estoy tan repleta de amor y alegría que apenas puedo parar ni un minuto de bailar, escribir poemas, cocinar y vivir. Duermo ocho horas escasas por las noches y me levanto alegremente con el sol. Bajo mi ventana veo ahora nuestro huerto con un cerezo rosado en plena floración, lleno de tordos que trinan, justo debajo.
He escrito los siete mejores poemas de mi vida, junto a los cuales el resto parecen balbuceos infantiles. Cada día aprendo a utilizar nuevas palabras y mi manera de utilizarlas es más ebria que la de Dylan, más dura que la de Hopkins, más joven que la de Yeats. Ted me lee con su potente voz y es mi mejor crítico, como yo lo soy de él.
¡Mi tutora de filosofía, la doctora Krook, es más que un milagro! La semana pasada me dedicó media hora extra y ahora estoy sumergida de lleno en Platón, admirada ante el método dialéctico, afilando mi mente como un cuchillo de cero. ¡Qué satisfacción!
Físicamente, nunca me había sentido tan sana: irradio alegría y amor como el sol. Estoy ansiosa por someterte al calor de sus rayos. Piensa que tengo intención de dedicar dos semanas completas de mi vida a ocuparme plenamente y con especial ternura de ti. Ya he reservado habitaciones en Londres y Cambridge… Alrededor del 22 partiremos… para París, donde los dos o tres primeros días te lo organizaré todo para que puedas orientarte, y luego me iré a escribir, tomar el sol y cocinar. ¡Tal vez incluso aprenda a pescar!
Esta semana Ted está aquí y ahora me he convertido en una mujer de la que podrás sentirte orgullosa. Se me ocurrió de pronto mientras escuchábamos a Beethoven. Con repentino sobresalto comprendí que, aunque éste es el único hombre en el mundo para mí, aun así, sigo siendo fiel a la esencia de mi persona, y sé quién es esa persona… y estoy dispuesta a vivir con ella a través del sufrimiento y el dolor, sin dejar de cantar –aun en medio de la angustia y la pena– el triunfo de la vida sobre la muerte, la enfermedad y la guerra y todas las imperfecciones de mi querido mundo…
Lo sé con una profunda, firme certeza, desde la cabeza hasta los pies, y habiendo visitado el otro lado de la vida, como Lázaro, sé que todo mi ser será un solo canto de afirmación y de amor durante mi vida entera. Loaré al Señor y sus deformes criaturas. Mi vida será una constante búsqueda de nuevas maneras y palabras para expresarlo.
Ted es increíble, madre… siempre lleva el mismo jersey negro y una chaqueta de pana con los bolsillos llenos de poemas, truchas frescas y horóscopos. ¡Figúrate, en su libro de horóscopos dice que las personas de Escorpión tienen la nariz chata!
¡Lo que consigo cocinar en un solo fogón de gas! Ted es el primer hombre que realmente aprecia la comida… Ayer entró por la puerta con un paquete de pequeños camarones sonrosados y cuatro truchas frescas. Preparé un néctar de camarones a la Newburg, a base de mantequilla, crema, jerez y queso; lo comimos con arroz para acompañar las truchas. Tardamos tres horas en pelar los diminutos camarones; después de comer, Ted se tumbó junto al fuego ronroneando de placer, como un gigantesco Goliat.
Su buen humor es la sal de la tierra; jamás me había reído tan a gusto en mi vida. Me cuenta cuentos de hadas, de reyes y caballeros vestidos de verde, y ha inventado una maravillosa fábula acerca de un pequeño hechicero llamado Snatchcraftington, que se parece a un tallo de ruibarbo. Me cuenta sueños, maravillosos sueños de colores, sobre unos zorros rojos…
La razón por la que ahora debes estar tranquila y no preocuparte por mi airoso cambio es que he aprendido a crecer en la vida a base de tolerar los conflictos, las penas y los sufrimientos. Ahora no les temo y acepto cualquier prueba con la firme convicción de que la vida es buena y con una canción de alegría en los labios. Me siento como Job y me regocijo con los mortíferos toques de trompeta que anuncian cualquier porvenir. Quiero a los demás, a las chicas de la residencia y a los muchachos de la revista, y me veo rodeada de personas que acuden a buscar solaz en mi calor. No me canso de dar; toda mi vida me dedicaré a recitar poemas y a amar a las personas y a darles lo mejor de mí misma.
Esta convicción me viene de la tierra y del sol; en cierto modo es algo pagano; surge del corazón del hombre después de su caída.
Sé que dentro de un año habré publicado un libro de treinta y tres poemas que tendrá un violento impacto entre los críticos, en uno u otro sentido. Mi voz empieza a tomar forma y a adquirir fuerza. Ted dice que jamás ha leído poemas escritos por una mujer como los míos; son fuertes, intensos y llenos de contenido, no quejumbrosos ni amedrentados como los de Teasdale o sencillamente líricos como los de Millay; son poemas llenos de esfuerzo, sudor y jadeos, nacidos de la forma en que deberían decirse las palabras…
Oh, madre, alégrate conmigo y no temas. Te quiero con todo mi corazón, a ti y a Warren, y a mi querida y sufriente abuelita y al querido y amable abuelito, ¡y quiero dedicar mi vida a darles fuerza y a hacer que se sientan orgullosos de mí!
Les adjunto unos poemas, “Canción del fuego”, “Canción de la puta” y “Quejas de la reina loca”. No recuerdo si ya te los había mandado.
Tu hija que te quiere,
Sivvy.