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Poesía imprescindible
Miércoles 07 de enero de 2015
La autora de Caligrafía tonal (Entropía) elige la poesía imprescindible.
Selección Ana Porrúa.
Aclaro –aunque la aclaración nunca sea suficiente– que esta lista responde a mis lecturas, a mis imprescindibles. Por lo tanto, responde a mi biblioteca y a mis faltas; es decir, también, a todo aquello que no leí de la poesía latinoamericana.
No pude respetar el número de la lista porque los decálogos me parecen muy estrictos, moralmente estrictos. No quise quedarme en la docena porque más que los “imprescindibles” corrían el riesgo de presentarse como los apóstoles de la poesía. Llegué, entonces, a los catorce, en una especie de desobediencia controlada. No hay muestreo; tal vez un modo de mi biografía como lectora.
- Prosas profanas, de Rubén Darío (1896)
Porque inventó la lengua española para la poesía escrita en América Latina. Porque cambió la poesía. - Trilce, de César Vallejo (1924)
No por sus poemas más crípticos sino por la mezcla entre estos y los más narrativos, familiares. Porque creo que es una falacia leer unos sin otros. - Poemas y antipoemas, de Nicanor Parra (1954)
Porque desde allí puede leerse de otra manera, incluso a Neruda. Porque escribiéndolos, de alguna manera, contra Neruda, Parra habilitó la posibilidad de leer de nuevo a Neruda.
- Epigramas, de Ernesto Cardenal (1961)
Porque son poemas que enseñaron otro trato con la tradición. Porque ese trato no será nunca más el mismo. Por la bella desobediencia. - El Solicitante Descolocado, de Leónidas Lamborghini (1971); pero también Circus (1986)
Sobre el primero: porque es el poema del peronismo y de la enajenación. Por el dramatismo. Porque Leónidas Lamborghini es un poeta que dio vuelta la poesía argentina. Sobre el segundo: porque tiene ese poema, “El cantor”, que me hace pensar siempre en la lectura, pero además en la poesía y la voz (“Como el que/ sin voz/ estudia/ canto.// Como el que/ en el Canto/ estudia/ esa otra voz.// Como el que/ sin voz/ canta/ en la voz// de esa otra voz.”). - No, de Idea Vilariño (1980)
Porque los poemas son como haikus impiadosos del amor. Por la limpieza. Porque son pequeñas bombas de la poesía. - El Paseo Ahumada, de Enrique Lihn (1983)
Porque levanta lo que hay en la calle y lo mete en el poema de una manera escandalosa. - Por la noche los gatos. Poesía 1961-1986, de Antonio Cisneros (1989)
Porque no puedo decidirme por alguno de sus libros y este tomo reúne varios de ellos. Porque es uno de los poetas que e las sabe ver con el lugar común y el melodrama. Porque no elige el camino fácil. - El huso de la palabra , de José Watanabe (1989)
Porque es el primer libro que leí de Watanabe, aunque me resulta “imprescindible” su poesía completa. - Los papeles salvajes I y II, de Marosa di Giorgio (1989 y 1991)
En principio, van los dos tomos porque me cuesta no leer la escritura de Marosa di Giorgio como un continuo, o un solo texto. Y porque ahí la naturaleza y la cultura están a un pie de igualdad, son salvajes y bárbaras. - Regreso a la patria, de Juana Bignozzi (1989)
Por su ferocidad política. Porque escribe la intimidad y esa intimidad es política, histórica. - “Cadáveres”, de Néstor Perlongher (1987)
Porque es una enorme elegía que propone lo incalculable de la muerte. Por los grititos, por la sentencia que parece deshacerse en cada verso mientras dice lo ominoso, lo que está (lo que hay) en los pajonales pero también en los breteles. - Traducciones III. Los poemas de Sydney West, de Juan Gelman (1969)
Porque es uno de los libros en los que Gelman se reescribe a sí mismo. Uno de los libros en que encuentra un límite y empieza de nuevo. Porque en ese giro es de los libros de Gelman que toca la cuerda afectiva y nos afecta. - Monodrama, de Carlito Azevedo (2010)
Como se verá elijo solamente un poeta brasileño (de la tradición no puedo decidirme cuál nombrar). Y Monodrama porque –creo– es uno de los puntos más altos de la poesía latinoamericana contemporánea, en el que se escribe –por ejemplo– “Márgenes” que comienza con esos versos impecables: “Nem procurar, nem achar: só perder” (“Ni buscar, ni encontrar: sólo perder”).