Ficción argentina

La vez que Aira se anticipó al 2001

Leé las primeras páginas de su novela Haikus

"Haikus, de César Aira, parece un monólogo de Samuel Beckett escrito después de haber tomado una potente dosis de ácido lisérgico", dice su editor, Francisco Garamona (Mansalva), sobre este libro escrito en 1998 donde "están narrados de manera anticipatoria los estertores de la definitiva caída del país en 2001". Leé las primeras páginas de la edición ilustrada por Nahuel Vecino. 

Por César Aira. Ilustración de Nahuel Vecino.

   

Devolveme la plata que me debés, no seas mal amigo. Si supieras la falta que me hace no te la estarías gastando en cosas innecesarias, aunque vos creas que te son necesarias, y me la darías aunque representara un sacrificio para vos, que no es el caso. Lo peor es que lo sabés, y no te importa. Sabés en qué penuria estoy; si no me pagás, no es porque lo ignores. Esa plata no la quiero para irme de vacaciones, perdé cuidado, aunque bien me vendría salir un poco de este infierno, ir a una playa como van tantos que se lo merecen menos que yo, olvidarme por una semana de mis desgracias. Por lo demás, no me alcanzaría ni para el pasaje de ida; lo que me debés es una cantidad casi ridícula, una bicoca. Pero que no se te ocurra pensar que no es importante para mí, que su insignificancia te exime de pagarme, que voy a ofenderme, o que si necesitara esa cantidad yo podría conseguirla en cualquier parte, por ejemplo pidiéndole a un desconocido en la calle. Será poco para vos; para mí es mucha plata, y no tengo ningún modo de agenciármela. Ninguno. A esa impotencia me han reducido la desocupación, el descalabro del comercio minorista y, para qué negarlo, mis problemas personales. Todas las fuentes a las que podía recurrir se han secado, todas las puertas se han cerrado. Y no me negarás que, por poca cosa que te parezca esa cantidad, a mí me alcanzaría para sentarme en un café y pedir una cerveza bien helada, ver pasar las minas, olvidarme de todo por un rato. Gozar el presente, cualquier presente, por fugaz y precario que sea: no pido más. Devolvele su plata a un infeliz al que le fue mal en la vida. Tomá en cuenta la asimetría de esa situación, si es que estás pensando que es un mero asunto de toma y daca: vos te esquivás por egoísmo, te hacés el distraído porque te da la gana, casi por capricho; yo pongo en la balanza toda mi existencia. Porque todo cabe en el instante presente; en cada gota de sudor que vierto en estos días interminables de privaciones me va todo mi pasado de mala suerte, y se anticipa un futuro en el que las cosas no podrían sino empeorar. ¡Quién pudiera vivir un minuto libre de historia, hacer algo sin motivo y sin consecuencias, tener un capricho! Eso es lo que más me pesa: la totalidad simbólica que encierra nuestra pequeña deuda pendiente. Por eso esta plata que te reclamo es tan importante para mí, aunque sea tan poca, y así fuera mucho menos todavía, una moneda nada más, seguiría siendo mucho porque con ella compraría ese momento eterno. No la quiero para tomar cerveza helada todos los días, todo el día: quiero una sola. No soy como los mendigos, no solo porque no te pido nada que no me pertenezca por derecho, sino porque los mendigos acumulan y suman, y pretenden vivir de eso (no sé cómo hacen, sinceramente). Yo recurro solo a vos, porque nadie más me debe plata y nunca se me pasó por la cabeza pedirle plata a nadie porque sí, porque la necesito. La tuya es la única deuda que tengo por cobrar. Única como el sol que brilla en el cielo todo el día, y al día siguiente vuelve a ser el único, y así va siguiendo hasta que el cerebro se me seque achicharrado y mi pobre vida se termine, y entonces, quizás, vas a sentir algún remordimiento. Con alguien como vos, capaz de una deshonestidad tan mezquina, nunca se sabe.

 

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