“La librería es un lugar de resistencia emocional”
Miércoles 27 de agosto de 2014
Visitamos La Internacional argentina y conversamos con Francisco Garamona para una nueva entrega de la serie de entrevistas a libreros.
Por Valeria Tentoni. Fotografía de Iara Chemes.
El año que viene, la librería La Internacional cumplirá diez años de vida en el barrio de Palermo. Francisco Garamona la fundó en paralelo a Editorial Mansalva: “Me sirvió mucho tener una librería, porque si tuviera que alquilar una oficina para trabajar y atender a los autores sería a pérdida. En cambio, una librería es un local que se sustenta solo; tenés una oficina pero a la vez el mismo espacio te genera una entrada, es más activa la cosa. Y además es todo lo mismo: el mundo del libro en sus diversas modulaciones”, explica. Ese lugar, al que definirá después como su “bunker”, también alberga la mitad de su biblioteca (aclara: esos libros no están a la venta), parte de su colección de arte contemporáneo (esos cuadros tampoco) y su estudio, donde escribe y compone canciones. La zona privada y el salón al público están separados por una puerta, pero de los dos lados la disposición de los colores y las formas se organiza sobre fondos blancos cubiertos, prácticamente, en su totalidad. Están las tapas de sus discos, por ejemplo –obras de Laguna y de Mondongo. También de Javier Barilaro, a cargo de los diseños de portada de la editora. Y obra de Alfredo Prior, César Aira, Vicente Grondona, Benito Laren, entre muchos otros. “No es una galería de arte, son cuadros de mis amigos”, advierte.
Además de libros, en La Internacional sí hay un espacio permanente dedicado a muestras de arte bajo la premisa de que quienes expongan sean autores del catálogo de Mansalva: “Manuscritos, dibujos, esculturas, objetos o quién sabe qué”, dice Nicolás Moguilevsky, coordinador general de la editora y también librero, frente las obras de Fernanda Laguna. El primero en participar fue Fabio Kacero, le siguió Sergio Bizzio y el próximo, en septiembre, está a definirse. El recambio será en el marco de la feria del libro La sensación, encuentro que organizan periódicamente y que tendrá su próxima versión en la primavera.
Garamona está recibiendo a dos escritores: Ezequiel Alemian y Sebastián Pandolfelli. Los dos fueron, además, clientes suyos. Alemian de la época en que vendía libros por catálogo, y Pandolfelli de su paso por Plaza Francia pero también de su primera librería, en Rosario: ahí, cuenta, le compró El jardín de las máquinas parlantes, de Alberto Laiseca, quien sería años después su maestro. Pero Garamona había comenzado todavía antes que eso a entrenarse en el oficio:
a
Empezaste a los quince como librero, ¿no?
Sí, cuando tenía quince años me conchavé con una librería anticuario, en Rosario. El dueño se llama Armando Vites. Todavía está: cambió de lugar, pero este hombre sigue trabajando de eso. Fui porque yo hacía una revista de poesía y me puse a hablar de poesía con él, y me invitó a tipearla en su computadora. Nosotros la hacíamos en máquina de escribir, en esa época computadora no tenía casi nadie; estoy hablando del año noventa y pico. Empecé a ir a la mañana a tipear la revistita esa y, bueno, empecé a trabajar. Vendían más que nada primeras ediciones, libros agotados, rarezas. Un material increíble. La primera vez que fui a su librería llevaba una bolsa de libros que no me gustaban para canjear, porque sabía que era una librería de usados. Pero justo él no estaba, y me atendió su hija. Me puse a mirar los libros de los anaqueles y eran todos impresionantes. Yo nunca había visto una librería con esa calidad de libros, no entendía mucho: me parecía un hallazgo, una sorpresa. No sabía que había librerías de usados donde había libros buenos, pensaba que las librerías de usados eran un rejunte de cosas. Así que me fui. En la calle, frente a la puerta del negocio, había una fuente: agarré los libros y los tiré al agua, porque yo llevaba unas porquerías para cambiar tremendas.
¿Te acordás de qué libros eran?
El único libro que rescaté de la fuente fue Doce cuentos peregrinos. Me dije: esto por lo menos algo vale. Los otros eran porquería.
¿Y de dónde los sacaste?
De mi casa, de mis libros. Porque yo ya leía. Desde los ocho años que leo, que me gusta mucho leer. En casa había una biblioteca.
¿Y a escribir cuándo empezaste?
Y, a los quince, más o menos. Ya era un fanático de la lectura.
Y de ese primer librero ¿recordás algo en especial?
Siempre soñaba que le robaba algún libro. Como no le robaba nada en la realidad, soñaba que le robaba: se ve que el inconsciente calmaba esa parte del deseo.
¿Se lo contaste?
Sí, sí, nos reíamos. Es que después nos hicimos muy amigos. Yo tenía quince y él tendría unos 45 años. Él puso su primera librería vendiendo sus propios libros. Al cabo de un año tenía tres veces más los libros que había puesto a la venta. Era de esa estirpe de libreros que empezaban con su propia biblioteca, donde la biblioteca personal y la librería se van mezclando y después es como lo mismo. Es que, en el fondo, la librería del librero es como su biblioteca.
¿Hay cosas que vos no querés vender, por ejemplo, de lo que está acá?
Y, esta parte de atrás es mi biblioteca: esto no lo vendo. Pasa que esta parte es mi oficina. En mi casa hay más, pero es casual dónde quedan, si allá o acá. Depende de dónde esté más cerca.
Antes de abrir La Internacional ya habías tenido librería, ¿no?
Esta la abrí en el año 2005. Ascasubi, la anterior, en Rosario, la abrí en 2002. Y antes de eso tuve un puesto de libros en Plaza Francia. Y antes de eso vendía libros por catálogo.
Por catálogo ¿cómo era?
Mandaba catálogos. Eran libros muy selectos. Usados: siempre me dediqué a los usados. Ponía avisos y compraba bibliotecas. Iba a las casas y elegía los libros buenos, dejaba los libros malos.
¿Cómo era entrar a una casa, revisarle la biblioteca a alguien?
Y, como ahora, vas a la casa de alguien que tiene libros que quiere vender. Eso.
En Platero me decían que ya no hay tantas bibliotecas en venta, que el negocio de los usados está más difícil…
Avisale que sigue habiendo. Todo el tiempo la gente se muda. O se muere, que es como mudarse pero un poco más definitivo.
¿Y cuál es tu criterio al comprar?
Libros de buena literatura.
Buena literatura ¿qué es?
Y, la que me gusta a mí. Clásicos, qué se yo. He comprado un montón de cosas buenísimas. Seguimos comprando. Es así como se nutre una librería de usados. Igual, nosotros no compramos todo, la tenemos enfocada, claro. Además yo siempre he tenido librerías pequeñas, por una cuestión de poder manejarla solo o con una persona más. Así que siempre el tema del espacio te condiciona; no comprás todo, comprás cosas puntuales. Y hay libros que nunca se venden. Los libros malos son como…
¿Como el pan viejo?
Y sí, pero el pan viejo te sirve por lo menos para hacer pan rallado.
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¿Y el puesto en Plaza Francia?
Estuve ahí como dos años. A veces vendía y a veces no.
¿La Internacional y Mansalva son del mismo año?
Sí, más o menos sí. Esta es la oficina de la editorial también.
¿Y por qué no se llaman igual?
Habiendo tantos nombres y pudiendo ponerle nombres distintos, conformarse con uno solo...
Yo había leído que era para que no te trajeran manuscritos todo el tiempo.
No, no es por eso. Uno responde lo primero que se le ocurre muchas veces. Es feo tener un cassette, o un pen drive ahora, y decir siempre lo mismo. Igualmente traen un montón de manuscritos, vienen cantidades.
¿Cómo definís el rol del librero?
El librero es un lector que puede compartir sus gustos y puede asesorar, y que está apasionado por lo que hace. Es como un vendedor de drogas… que se droga. Es uno mismo, con sus inseguridades, sus vacilaciones, sus afinidades y rechazos –uno se va haciendo. Con el tiempo, con la gente. Al principio, me acuerdo, cuando puse mi primera librería, el local quedaba al lado de un banco donde cobraba su jubilación un montón de gente mayor, y pasaban a hablarme de sus nietos. Casi ni hablábamos de libros, y se iban después de dos horas de conversación. Yo quedaba hecho polvo y no me daba cuenta. Hasta que supe que hay que direccionar la charla hacia el libro y, si no te interesa, chau. Que sea un lugar de paso donde la gente viene a hablar pavadas no sirve.
¿Con la atención al público cómo te llevás?
Me encanta. Me encanta recomendar. Si no, haría otra cosa. Si no te sale estás medio reñido con el oficio. Me gusta compartir.
¿Cómo es la relación con los clientes? ¿Tenés un intercambio particularmente valioso con alguno?
Con todos, total. No tengo una lista, un ranking. Con todos. Todos te sorprenden, con todos podés hablar, hay muchos que después se transforman en amigos. Hay muchos que después ves un libro y ya sabés para quién es. Es muy lindo entablar una relación con el cliente. Al vender libros usados tu catálogo es el catálogo de todo lo que se produjo en el Siglo XX e incluso antes en todo el mundo de habla hispana e incluso en otras lenguas: es medio infinito y uno siempre se está sorprendiendo con las cosas que aparecen, que se encuentran, con libros que uno no sabía que existían o que sabía que existían y lo estabas persiguiendo desde hace años y de repente lo tenés en las manos. Es un mundo de fascinación. Yo cuando he buscando libros para mí he encontrado miles de otros menos el que estaba persiguiendo, es un camino inverso.
Y de los libros que hay acá ¿alguno tiene especial valor?
Y, todos: es una librería de libros seleccionados, agotados y rarezas, así que todos tienen su historia. De todos recuerdo cuándo aparecieron, cómo los conseguimos. Y son todos importantes. Como un collar de perlas que si falta una perla el collar se desluce.
¿Y si se llevan alguno?
No, no tengo ese fetichismo. Son libros que ya puse para vender. Tengo los míos que no vendo, en mi biblioteca.
¿Hay depósito?
Acá arriba, hay otro en un departamento y otro depósito en la distribuidora. Deben ser unos cien mil libros. Son ciento treinta títulos de Mansalva, debemos tener 160 mil ejemplares, muchos se han vendido… Y después los libros usados. Son cajas y cajas y cajas y cajas.
¿Te acordás de los primeros libros que te compraste vos, como cliente de librería?
Sí: a eso de los 16 me compré Historia universal de la infamia, El Aleph, los poemas en prosa de Baudelaire, Los Cantos de Maldoror.
¿De dónde salió ese buen gusto? ¿En la escuela, alguna profesora?
No… Qué se yo, estaba en el aire. Amigos, libros que estaban por ahí.
¿Y poesía ya enseguida empezaste a leer?
Leía a Walt Whitman. Tenía una novia que me pasaba libros, era fanática de la lectura y me hizo conocer muchas cosas.
A esa edad empezabas a escribir, entonces. ¿Ser librero tiene en tu caso vínculo con la escritura?
Y, el tema de trabajar con libros es muy lindo, es todo un mundo en sí mismo. Me acuerdo que cuando yo trabajaba de otras cosas soñaba con tener una librería. Pero oscilaba entre querer una librería y querer poner un bar. Entonces juntaba libros, libros y libros para poner una librería y me decía después: no, mejor voy a poner un bar. Y los regalaba. Después, al tiempo, volvía a juntar: no, mejor una librería. Compraba libros, libros, libros. Y después quería un bar. Hasta que a la cuarta vuelta me dije no, voy a poner una librería. Y me quedé ahí. Si me hubiese decidido por un bar, con los amigos que tengo, ya me hubiera fundido quinientas veces.
¿Te quedaron picando las ganas de tener un bar?
No, ya no. Ahora no, es que no sabía qué hacer, no tenía vocación, o tenía una vocación dubitativa.
¿De qué otras cosas trabajaste antes?
Vendiendo enciclopedias y biblias. Manuales de medicina. Casa por casa.
¿Eras buen vendedor?
A full. Era re buen vendedor. Había todo un speech programado. Te lo enseñaban y vos lo repetías. Estaba todo armado para que el otro compre.
¿Acá te sirve ese speech?
No, no. Era un speech direccionado, hecho para vender ese tipo de libros. Sí me sirvió la venta directa para convertirme en un vendedor, porque al principio, cuando yo vendía libros por catálogo, era tan tímido que se los llevaba a la gente que se los quería vender y pensaban que se los estaba prestando. Tenía un problema con el dinero, no sabía manejarme con la plata.
No es fácil cobrar.
No, y cuando estás con un amigo, venderle a un amigo es medio choto. Al principio eran casi todos amigos. Les prestaba libros pero en realidad se los quería vender.
¿En qué año te viniste de Rosario?
En el 95.
¿Y qué diferencias encontraste entre los circuitos de librerías?
Y, que acá hay muchas más librerías, por ejemplo. Cuando era chico, adolescente, estaba desesperado intentando conseguir las Impresiones de África de Roussel y sabía que no las iba a conseguir nunca allá. Cuando recién me vine, estaba viendo una nota en el diario, en una librería, pero no decía dónde quedaba la librería, y veo al librero parado delante de un anaquel. Y yo miraba todos los libritos y veía que había un ejemplar de Impresiones de Africa, ¡pero no sabía dónde quedaba! Me lo compré muchos años después, recuerdo que fue el libro más caro que me había costado en mi vida: 25 pesos, pero en la época en que los libros salian tres pesos. Lo tengo ahí.
¿Considerás que el libro está caro ahora?
No, no siento que esté caro el libro, porque si un queso está cincuenta pesos, un libro ¿cuánto tiene que valer? Si un queso sale eso… Un libro es más caro que un queso, me parece, ¿no? Una cerveza ¿cuánto vale en un bar? ¿Cincuenta pesos?
Ochenta le cobraron el otro día a una amiga en una pizzería.
Bueno: si una cerveza vale ochenta y un libro cien, es regalado. ¡Deme dos, iguales! Uno para apoyar la cerveza.
Sí, es cierto, pero la situación de imposibilidad igual se produce en los lectores.
Y bueno, pero si la gente no tiene plata para comprar libros, que los jóvenes vayan y los roben.
¿Vos robabas libros?
¿Eh?
Si robabas libros.
No.
¿Nunca robaste?
No, nunca.
Soñabas que robabas, cierto: alguien que reprime el robo hasta soñarlo no creo robe libros.
Y claro, por eso, imaginate. Robar libros de una librería es una cosa re poco ética. Pero no estoy en contra de alguien que robe libros para leerlos. Sí estoy en contra de quien roba libros para revenderlos. Pero si lo necesitás mucho y no tenés plata, qué se yo, robalo…
¿Acá te robaron mucho?
Un monton de veces, sí.
¿Y lo frenás o te haces el desentendido?
Y, una vez una chica me robó un libro y me sentí re apenado. Por toda la situación. Porque me di cuenta y me dio vergüenza encararla. Y la dejé que se fuera con el libro.
¿Qué libro era?
Era Keres cojer?, de Alejandro López. Y me han robado libros y no me doy cuenta en el momento sino después, con el faltante. Y muchas veces he visto situaciones medio de robo pero las paré viéndolo, porque cuando alguien te mira mucho es medio sospechoso.
¿Vas a otras librerías?
A full. Soy súper cliente de otras librerías. Pero llego, compro el libro y me voy. Generalmente cuando salgo a comprar libros, a recorrer librerías, voy mas anónimo. Compro el libro y me voy a otra. Me hago todo Corrientes, me encanta, a la mañana. Me voy a Parque Centenario. Me gusta ir a las ferias. La de Plaza Francia me gustaba mucho en una época, ahora no hay muchos buenos libros, tienen mucho nuevo. Después, Parque Rivadavia diez años atrás era increíble: ahora están mas o menos todos los mismos libros en todos los puestos.
La librería como espacio, para vos, ¿qué viene a ser?
La librería es un lugar de resistencia emocional.
a
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