Virginia Cosin: “Lo que me importa, en definitiva, es la forma”
Por Agustina Rabaini
Lunes 17 de febrero de 2020
En Pasaje al acto, su segunda novela, Virginia Cosin cruza biografía e invención para nombrar y bucear en el dolor, la soledad y su fascinación con las palabras. "No creo que uno decida nada; uno escribe sobre lo que puede. Si hubiera podido elegir, tal vez habría escrito algo diferente", dijo.
Por Agustina Rabaini. Foto de Catalina Bartolomé.
"¿Viste que Susan Sontag escribe sobre Cesare Pavese y habla del artista como sufridor ejemplar? Gilles Deleuze también se refería a eso, y es una idea que me interesa. Los que nos dedicamos a la creación -escritura, pintura, música- somos como pararrayos. Absorbemos una electricidad medio mortífera que te puede fulminar. Hay que saber canalizar algo de todo eso”. Virginia Cosin (Caracas, 1973) arrima ideas como quien sale a cazar certezas sin descansar en ellas jamás. Ante cada enunciado se queda pensando, retoma, desarma conceptos. Rastrea palabras sabiendo que al atraparlas pueden escabullirse otra vez, o que el deseo irá a buscar otra y otra más.
En ese terreno -fango o arenilla- conversaremos con ella esta tarde, con tacita de café frío en mano. El aire hierve y todavía no se extingue el verano en Villa Crespo. La escritora nacida en Venezuela vive en Buenos Aires desde los cinco años, y su periplo deja saber que, antes de concentrarse en el mundo literario, se formó en áreas como el cine y el teatro. Lectora fervorosa, parece echar mano a cuanto estímulo, imagen y vivencia tiene a su alcance para llenar cuadernos y armar proyectos. En otros ratos, coordina talleres de narrativa en el Sportivo Literario, escribe ensayos y artículos, y dirige la revista Atletas.
No lee solo literatura sino lo que más consume desde siempre: filosofía, psicoanálisis y crítica literaria. “En la casa de mi madre [N. de la R: la filósofa y escritora Diana Sperling] había una biblioteca donde estaba todo: Barthes, Blanchot, Derrida, Deleuze. Crecí con ese fondo y leo sobre psicoanálisis porque me interesa esa mirada; una forma singular de pensar la escucha y el saber. Por otro lado, en mi propio análisis pude destrabar algunas inhibiciones, cambiar de posición, habilitarme para hacer esto que hago ahora que es vivir de leer y escribir", dice.
Sobre la mesa del bar está su segundo libro, Pasaje al acto (Entropía), la novela que publicó a casi ocho años de la salida de su primer libro, Partida de Nacimiento. La trama descubre el viaje interno de una mujer joven que ingresa a un psiquiátrico con todo el dolor y la angustia que el proceso y la estadía conllevan. Son 120 páginas atravesadas por frases que confirman la intensidad de la voz narradora: “Si de algo estoy enferma es de deseo. Fue la potencia de obrar lo que hizo que la máquina se descompusiera”. Más allá, se lee también: “Hay que revestir el hueso de carne, a la carne de piel y a la piel hay que cubrirla, adornarla, para poder ver su esplendor”.
Tu primer libro, Partida de nacimiento, era una ficción pero, sobre todo, un diario íntimo. ¿Cómo nació esta nueva novela y por qué este viaje femenino, angustioso, con fondo psiquiátrico?
En primer lugar, hay tramos del libro que escribí al mismo tiempo que escribía el anterior, y los temas iban apareciendo o volviendo. Tengo distintos archivos y cuadernos, en algún momento empiezo a hacer un montaje de los textos, y suelo tomarme bastante tiempo. En segundo lugar, no creo que uno decida nada; uno escribe sobre lo que puede. Si hubiera podido elegir, tal vez habría escrito algo diferente.
En tus artículos y escritos de ficción, asoman temas recurrentes: la soledad y la angustia, el deseo como motor; los libros y la escritura, la relación madre-hija, el lugar del padre; las relaciones amorosas.
Creo que uno siempre está escribiendo más o menos sobre las mismas cosas. La relación entre la angustia y el deseo, Tánatos y Eros, lo apolíneo y lo dionisíaco son cuestiones sobre las que pienso y me interceptan en mi vida cotidiana y también están en los orígenes mismos del pensamiento. El amor, el deseo, las relaciones filiales, la muerte, son temas universales. Cuando escribo crónicas o ensayos, investigo sobre un tema que me interesa pensar de una determinada forma y cuando escribo narrativa, esa forma cambia. Lo que me importa, en definitiva, es la forma, el trabajo con el lenguaje. Mis propias experiencias a veces funcionan como materia prima. El lugar más propicio para que anide algo de la verdad es el de la ficción. Si una ficción -por más autobiográfica que sea- no se lee como ficción, estamos fritos.
Pero los elementos autobiográficos están visiblemente ahí…
Sí, aunque escribiera sobre una pirata que va a buscar un tesoro a una isla desconocida, estaría escribiendo sobre cosas que me ocurrieron, son como vampirizaciones de la propia vida, pero en el medio hay proyecciones, fantasías, ilusiones. La memoria fragmentada de los recuerdos no es lo real. Y ya sabemos que lo real no se deja atrapar por nada. A mí me interesa muchísimo la así llamada literatura autobiográfica precisamente por esto mismo: para mí no existe la literatura del yo, porque el yo se afirma en un lugar que está afuera de la literatura. Si escribo es precisamente porque no sé quién soy, porque me lo estoy preguntando, y es la pregunta y no la certeza lo que me atrapa, tanto en lo que escribo como en lo que leo.
¿Hubo alguna fuente de inspiración o referencia más para el libro?
Hay una nouvelle de Amy Hempel, Tumble Home, que apareció varias veces mientras escribía este libro y tuve que hacer un trabajo importante para despegarme de ella: cuenta una historia terriblemente dramática, sobre una mujer internada en una clínica psiquiátrica, pero con un envidiable sentido del humor.
Además leí literatura sobre internaciones y psiquiátricos, y ví películas. Volví a autoras que admiro: Silvia Plath, Virginia Woolf, Anne Sexton, Alejandra Pizarnik, Ana Cristina César. Volviendo a Amy Hempel, ella tiene un cuento hermoso llamado La cosecha que suelo leer en el taller. Cuenta toda una historia, y al final dice: “Ahora les voy a contar qué es lo que pasó de verdad”. ¿Y quién dice que eso que nos está contando, “la verdad”, es lo que ocurrió siendo parte del cuento, la ficción?
En Partida de Nacimiento contaste en primera, segunda y tercera persona. En este libro, en primera. ¿Por qué?
Empecé a escribir Pasaje al acto en tercera, pero en un momento sentí que me estaba haciendo trampa a mí misma. Podría decirte que todo lo que está escrito ahí, es verdad. Pero también que muchas cosas no ocurrieron como están contadas. Lo único que importa ahora es la honestidad que el texto pueda tener. En general me interesan las torsiones que se pueden hacer, también, con los tiempos verbales. Uno puede escribir en tiempo presente algo que sucedió, o en pasado algo que va a suceder.
¿Y por qué esta fascinación por las poetas mujeres de vidas difíciles y suicidas? La angustia, otra vez.
Bueno, la angustia de las poetas y también del señor que está limpiando el vidrio, pero es cierto que me interesan estas escritoras en particular. Mientras escribía la novela escribí un ensayo sobre ellas, y no diría fascinación, porque la fascinación puede cegarte. Mi interés tiene que ver con esto de amar la vida y vivir con intensidad que ellas encarnan, y con algo más, porque también tenían sentido del humor y lucidez.
En Pasaje al acto se lee: “¿Se puede decir la locura o la locura es no poder decir? Pienso en todos los poetas encerrados en psiquiátricos. En todas las escritoras suicidas. ¿En qué momento se les trabó la lengua?"
Es que ahí, cuando se quedan sin lengua y sin posibilidad de nombrar, adviene la muerte. Hay otras escritoras que me interesan que no se han quitado la vida, pero el tema del suicidio me lleva a pensar en qué momento el dolor se transformó en poesía, y en esa poesía tan maravillosa. También en qué momento se chocaron y tomaron la decisión final. Alejandra lo dice en sus palabras: “No quiero ir nada más que hasta el fondo”
Flaubert es otra de tus pasiones. ¿Quiénes son los autores que están siempre cerca, ahí?
Pueden ir variando, a Flaubert lo quiero y no solo por Madame Bovary, sino por su correspondencia; esas cartas del autor a Colette donde habla sobre la escritura. Después, leo a muchas escritoras mujeres. De Clarice Lispector a las norteamericanas –Amy Hempel, Lydia Davies, Lorrie Moore, Anne Sexton–. Ahora estuve leyendo a Annie Ernaux que es normanda y es un buen ejemplo de esto que te decía antes-. Me interesa escarbar en las contradicciones, las fortalezas y debilidades de estas mujeres dentro de cada época, edad, clase social. Fuera de eso, me gusta Saer. Y Shakespare, la poesía de Shakespeare. Ese tipo te está hablando del amor, del odio; todo está ahí.
¿Alguna vez quisiste ser actriz, como la narradora del libro?
Sí, eso también. El otro día hablaba con un amigo sobre otro asunto que me interesa; la idea de que algo permanezca en potencia. Esto de tener toda una reserva de posibilidades y que solo algunas se pongan en acto y otras no. Me refiero, por ejemplo, a escribir, actuar, bailar, dirigir algo.
¿Y en los talleres? ¿Qué hay en ese espacio, qué compartís ahí?
Los talleres en su momento fueron un yeite. Me acababa de separar y pensé, ¿y ahora de qué vivo? Me pregunté qué podía hacer, y era esto: escuchar qué escriben otros y decirles algo sobre eso. Una casualidad, pero tironeada por deseos. Me gusta y me hace pensar mucho en qué consiste coordinar talleres. Nunca llamo a esto clases; son encuentros de lectura, escritura o conversaciones. Las personas llegan con ideas previas sobre lo que es escribir y lo que pueden o no, y me parece que de lo único que se trata es de que escriban y después puedan habilitarse a sí mismos a encontrar una voz propia y singular. En los talleres aparece también la lectura, el análisis y la investigación con uno mismo.
¿La escritura y la lectura se separan alguna vez?
No, pero además leer abarca muchas cosas, no solo textos o libros. Para mí leer es un motor para entender algo más y a su vez me enciende, me trae ideas e imágenes. En este libro aparecen citas en el medio que se van entretejiendo con el texto. Ese tejido no habría podido existir sin la lectura.
Otra idea que vuelve una y otra vez es cierto miedo a la felicidad, “porque la felicidad siempre se termina”.
La felicidad me da miedo, es así. Nunca dura tanto esa intensidad.
¿Estás escribiendo alguna otra cosa? ¿Hay proyectos nuevos?
Estoy preparando un seminario, una especie de preparación de la novela, que arma un recorrido y mezcla algo de autobiografía; un seminario más teórico sobre la escritura. Pero siempre estoy escribiendo, últimamente más ensayo, tengo unos proyectos ahí.