Viaje al corazón estadounidense con Joan Didion
Una lectura de Sur y oeste
Lunes 24 de diciembre de 2018
"Un escritor puede hablar de sí mismo, tratar de retratarse, de definirse en su complejidad. Pero donde más se nota un escritor es cuando no habla de sí mismo: ahí se define, ahí se retrata con más fuerza. La mirada del escritor aparece con más fuerza cuando se proyecta hacia afuera", escribe Luciano Lamberti.
Por Luciano Lamberti.
Si bien es una autora muy prestigiosa, no había leído nada de Joan Didion, nacida en 1934 en Sacramento, California, autora de novelas, guiones, obras de teatro y una docena de libros de no ficción, recopilaciones de artículos de los distintos medios en los que escribió, entre ellos Vogue, Life, Esquire, The Saturday Evening Post, The New York Times, y The New York Review of Books. Encaré entonces este librito publicado por Random sin demasiada expectativa, y la verdad es que me sorprendió.
Sur y Oeste reúne dos artículos de Didion, uno largo sobre un viaje con John, su marido de ese entonces, al sur norteamericano, sobre todo la zona de Nueva Orleans, que no fue encargado en una revista y tiene más bien la forma de un diario de viaje, y uno corto (“Apuntes de California”) que Didion empezó a escribir por encargo de la Rolling Stone, que la había mandado a cubrir el juicio contra Patty Hearst, aquella actriz que después de ser secuestrada por el Ejército Simbiótico de Liberación terminó uniéndose al ejército Simbiótico de Liberación. Didion termina fracasando en la escritura del artículo, y se dedica más bien a contar los pormenores del viaje y sobre todo a hablar sobre ella.
Un escritor puede hablar de sí mismo, tratar de retratarse, de definirse en su complejidad. Pero donde más se nota un escritor es cuando no habla de sí mismo: ahí se define, ahí se retrata con más fuerza. La mirada del escritor aparece con más fuerza cuando se proyecta hacia afuera. Es lo que sucede, en estas tierras, con la recientemente fallecida Hebe Uhart, autora de maravillosas crónicas pero sobre todo de un personaje, que es Hebe Uhart, viejita entrañable, gran conversadora, experta en hacerse la inocente para dejar que el otro hable, para tirarle de la lengua. Con menos años y menos astucia, Didion podría comparársele. Donde Hebe juega a ser inocente, Didion es plenamente sarcástica, a lo mejor porque en esa época no tenía la edad suficiente para jugar a ser otra cosa.
Es la mirada, entonces, lo que conforma en estos artículos a ese personaje que es Joan Didion. La mirada de la escritora (puntual, precisa, siempre significativa, capaz de darle profundidad a una piedra en la calle) sobre el material de la realidad la protagonista de estas dos crónicas, y la que trasunta el placer de su lectura, que la vuelve llevadera página tras página.
También, en gran medida, el placer depende del tema, por lo menos para un lector argentino. Para justificar su evidente filiación faulkneriana, García Márquez dijo que no hay nada más parecido a Latinoamérica que el sur norteamericano. Eso es muy evidente en la primera de las crónicas, el viaje al sur que Didion hizo en los años 70 con su marido de entonces. El Sur norteamericano, como bien lo describieron el mismo Faulkner, Katerine Ann Potter o Truman Capote es una tierra más mágica que realista, con su sincretismo religioso, sus luchas raciales a flor de piel, el poder de su naturaleza. El Sur es el lugar de la barbarie, signada por los grandes huracanes que lo azotan desde siempre, la violencia, la pobreza, lo bizarro de sus carteles publicitarios y sus relaciones humanas. El “fatalismo” que ve Didion es un síntoma de esa sujeción de los habitantes del Sur a reglas más bien inhumanas, no divinas: naturales. La naturaleza los azota, les recuerda su existencia, se mete en las casas y destroza con elegancia todo aquello que los hombres levantan con esfuerzo. La naturaleza siempre gana.
Esto significa que los habitantes del Sur viven en un mundo propio, casi autónomo, lejos del resto de América. Un mundo congelado en el pasado, que también puede ser el futuro: “Es otra época de verdad”, escribe Didion, y también: “Resultaba llamativo y alarmante contemplar lo aislada que estaba aquella gente de lo que era normal en la vida americana en 1970”.
En ese sentido, California significa el futuro (un futuro también bizarro, un futuro de feria, un futuro de pornografía decorativa y obscenidad, pero futuro al fin) y la idea de Didion al retratarla junto al sur es brindar ese contraste. Pero en contraposición con el primer largo artículo, este segundo es breve, y su tema es, evidentemente, la memoria y la autoficción, el ejercicio con el que Didion trata de reconstruir su propia infancia, y por eso, mucho menos interesante que la primera, donde la autora es una testigo permanentemente asombrada de ese lugar extraño, más parecido a otro planeta que a cualquier región norteamericana.
Sur y oeste es una buena lectura veraniega, aunque su tiempo total de lectura abarque un par de horas, y deje con ganas de más. Otro intento, menos ambicioso que muchos, de captar por la mirada y la escritura esa cosa multiforme y siempre elusiva que es el espíritu americano.