Preparados, listos, ya
Cinco recién llegados
Jueves 01 de diciembre de 2016
Acaban de aterrizar en la mesa de novedades, que ya se está revolucionando para el ajetreo de las fiestas. En su carrera invisible por alcanzar el corazón de los lectores, estos libros prometen alta velocidad.
Varias joyas en carrera en esta bandeja de entradas que se abre con las conversaciones con Cezanne y con una oportunidad para los que nada de Philip Roth todavía tienen en sus estantes: Galaxia Gutenberg reúne su Trilogía americana y la disponibiliza en español.
Además, un nuevo libro de Ercole Lissardi y Caja Negra vuelve a barrenar las olas de David Toop, en un libro al que presentan como "sobre viajes, algunos reales, otros imaginarios, en el que testimonio y ficción coexisten borrando sus fronteras". Para cerrar, Raymond Queneau y un libro urgente, porque el humor siempre es urgente en un mundo como este.
Océano de sonido
David Toop
Caja Negra, 352 páginas
El recorrido de Océano de sonido comienza en 1889, el día en que Claude Debussy escuchó un concierto de música javanesa en la Exposición de París. A partir de ese episodio –que desde su punto de vista representa el inicio del siglo XX musical– Toop sigue las huellas de un proceso de erosión de géneros y categorías del que surgirá una cultura sonora etérea, desterritorializada e inmersiva, que preparó nuestra sensibilidad para el océano de información digital en el que actualmente estamos sumergidos. La Monte Young, Brian Wilson, The Velvet Underground, Sun Ra, Brian Eno, Lee Perry, Kraftwerk, Aphex Twin y Ryuichi Sakamoto se interconectan en esta extraordinaria obra de historia sonora que nos transporta desde la selva amazónica hasta Tokio, y se proyecta desde las mitologías ancestrales hasta el surgimiento de la música ambient y el techno.
Este es entonces un libro sobre viajes, algunos reales, otros imaginarios, en el que testimonio y ficción coexisten borrando sus fronteras. Un libro cuyo paralelo no hay que buscarlo en el periodismo musical, sino en Las ciudades invisibles de Italo Calvino o en Neuromante de William Gibson. Con un estilo inspirado en las posibilidades hipertextuales de Internet, la escritura experimental de William S. Burroughs y el uso del sampler, David Toop desestima la cronología lineal, “esa sensación falsa y aburrida de progresión lógica a partir de la cual el desenvolvimiento de la cultura pareciera diseñado de antemano por un historiador del arte”, para proponer en su lugar una deriva nómade y personal a través de episodios sonoros aparentemente ajenos, distantes en el tiempo y el espacio.
Conversaciones con Cézanne
P.M. Doran
Editorial Cactus, 320 páginas
Estos textos, que van de 1894 a 1906, nos presentan al pintor Paul Cézanne. Y es así cómo firmaba alguna de sus cartas: Pictor P. Cézanne. Indisoluble entonces, puede decirse, como se dijo, que se trata del pintor puro. Como tal se sintió siempre, pincel en mano. Así, sentado a la mesa rumiaba: Miren cómo la luz ama con ternura a los damascos, los toma por entero, entra en su pulpa, ilumina todos sus lados. Pero es avara hacia los duraznos, de los que solo vuelve luminosa la mitad.
Y sea quien fuera el visitante, poeta, escultor, pintor, coleccionista o militar, encontrarán lo mismo: una vida fuerte y misteriosa, cultivada en la más extrema soledad, en el silencio de quien se debate entre su pequeña sensación y la idea, toda vez perseguidas y jamás alcanzadas, en guerra contra la analítica de las Escuelas y la banalidad de los farsantes. Encontrarán entonces al sabio y al bruto reunidos. Dichoso si pudiera ser un bruto, se lamentaba. Temperamento místico, que confunde a los incautos, que ven idealismo en el espiritualismo. Una vida consagrada al trabajo en la naturaleza, que no obstante recoge y sostiene un culto a la tradición y se ve a sí mismo como un jalón, el primitivo de un nuevo Renacimiento.
La clave es el color. El color es el lugar donde se encuentran nuestro cerebro y el universo. Por eso aparece como algo completamente dramático, para los verdaderos pintores. Por el color Cézanne escapa al tema, al objeto y al sujeto. Él los evitaba y hablaba de ir hacia el motivo. Y por eso mismo decía, en páginas asombrosas, que de lo que se trata es de modular antes que de modelar. El color es el que da la luz y la sombra, el que alumbra la forma, que ya no se separa del color. El alma de los colores es la bella fórmula que se busca.
Y si en Cézanne la pintura, a fin de cuentas, procede por manchas coloreadas, toques constructivos y una modulación progresiva según una ley de armonía que viene de alguna parte, de alguna profundidad, de alguna sensación, ¿no hay entonces una enseñanza para la filosofía, para nuestras vidas?
Obras completas de Sally Mara
Raymond Queneau
Blackie Books, 416 páginas
Boris Vian se inventó el escritor Vernon Sullivan, al que hizo autor de Escupiré sobre vuestras tumbas, parodia del género negro que, entre otros éxitos, consiguió enfurecer, y de qué manera, a la censura.
Para no ser menos que Vian, su amigo Raymond Queneau –«ejemplo excepcional de escritor culto y sabio,» según Italo Calvino– se sacó de la manga el heterónimo Sally Mara: ingenua jovencita irlandesa capaz de escribir un divertidísimo remake de los folletines en boga en la época, o de relatar, en su Diario íntimo, sus vivencias de persona con los pies en el suelo, la cabeza en las nubes y el resto del cuerpo... digamos que el resto del cuerpo en permanente exploración sicalíptica. Hasta el punto de que, de su admirado «escritor culto y sabio» tuvo que decir Calvino: «Tengo la sensación de que hay obscenidades por todas partes (¿o soy yo, que estoy obsesionado?)».
Una auténtica joya literaria del humor y la imaginación. Que es urgente leer hoy, antes de que vuelva la censura.
Trilogía americana
Philip Roth
Galaxia Gutenberg, 1456 páginas
Este volumen reúne por primera vez en castellano las tres novelas que componen la Trilogia americana de Philip Roth: Pastoral americana (1997), Me casé con un comunista (1998) y La mancha humana (2000). Las tres tienen un mismo protagonista, Nathan Zuckerman, quizá el personaje central de la novelística de Roth, alter ego del escrito o «alter mente» como él mismo lo llama. A través de sus ojos, se reflejan tres momentos de la realidad americana posterior a la Segunda Guerra Mundial, las décadas de los sesenta, los cincuenta y los noventa, respectivamente.
En Pastoral americana, Zuckerman cuenta la historia de Swede Levov, encarnación del sueño americano: atleta legendario en sus años de estudiante, casado con una antigua Miss Nueva Jersey y heredero de la fábrica de su padre. Hasta que un día de 1968, la América idílica por la que luchó se le hunde.
Me casé con un comunista es la historia de Iron Rinn, hombre hecho a sí mismo, que de trabajador en una mina llega a ser un famoso actor radiofónico. Soldado en la Segunda Guerra Mundial, defensor de los derechos oprimidos, acaba en la lista negra y sin empleo denunciado por su mujer durante los furiosos años del macartismo.
Finalmente, La mancha humana muestra cómo Coleman Silk, decano de universidad, ve su reputación y su carrera arruinadas por el fanatismo de la corrección política, cuando moralidades en conflicto y divisiones ideológicas desatan una nueva caza de brujas, en la cual la inocencia no es siempre excusa suficiente.
Pocas veces como en esta trilogía el arte narrativo de Philip Roth ha llegado tan alto.
El acecho
Ercole Lissardi
Santiago Arcos
“Desde siempre me desagradó la palabra “masturbación”. Pre-etimológicamente hay algo que no va entre la pesadez de la palabra y la sencilla superficialidad del acto en cuestión. Y el segmento “turba” arrastra
connotaciones de humus, de pudrición, de multitudes confusas y alteradas, muy lejanas a la liviandad etérea del acto –a quien dude del carácter etéreo del acto en cuestión lo remito a mi entrada sobre El silfo de Crébillon fils.
Luego, en la edad de las etimologías, hojeando el manual de Forberg, fui a dar al presunto origen de la palabreja –del latín manus stuprare, estuprar, ultrajar, violar con la mano- y peor aún me cayó el término, debido a la moralina implícita.
El problema es que, dejando de lado las metaforizaciones y las creatividades populares al uso, no existe una palabra precisa para referirse al acto, cosa que en realidad sucede, en general, para todo lo que refiere a la vida erótica, aunque no para las otras vidas del cuerpo. Por ejemplo: “rascarse”, “escupir” o “desperezarse” dicen lo que quieren decir sin recurrir a metaforizaciones, tecnicismos o anacronismos. Masturbación es un anacronismo de estirpe moralizante, coger es un anacronismo de los tiempos en los que la mujer era literalmente un objeto sexual.
En fin, en la materia, el término que prefiero es autoerotismo -expresión relativamente reciente, del siglo XX calculo-, aunque como verbo resulte inconjugable.
En mi escritura el interés por el autoerotismo está presente desde el mero comienzo. Ya en Aurora lunar comienzo a explorar el territorio, misterioso en sus posibilidades, de tan dejado de lado. No me interesa el asunto en tanto compulsión de adolescencia, ni en tanto válvula de escape para la miseria sexual, sino como variedad perfectamente legítima en el frondoso catálogo de la diversidad sexual. Variedad bien cepillada de todas las patologizaciones y caricaturizaciones al uso de los moralistas, y muy capaz de generarse todo un universo de técnicas físicas y mentales adecuadas como para irse descubriendo todas sus plenitudes disponibles.
En esto como en tantas otras cosas, rindo tributo al gran Cortázar.
Luego de una serie de acercamientos más o menos tangenciales, El acecho, que esta semana pone Santiago Arcos Editor a circular en Buenos Aires, es ya un intento de tomar al toro por los cuernos”.
Ercole Lissardi