Pericia y erotismo en una novela mestiza
Por Claudia Aboaf
Martes 05 de enero de 2021
"La narración avanza efectivamente hacia el pasado. Y el pasado nos informa un posible futuro". Una lectura de La reina. El gran sueño de Manuel Belgrano (Planeta) de Gabriela Saidon.
Por Claudia Aboaf.
“La historia que voy a contar no ha sido escrita”, anuncia la autora hábilmente en las primeras líneas de La reina. El gran sueño de Manuel Belgrano (Planeta), un libro que despliega pericia y erotismo. Una novela mestiza, en tanto la palabra remite a mezcla; o mestizar como verbo: culturas diferentes como la europea y la Inca; lenguas: el quechua, el aymara con el español. Pero además, la autora mestiza como procedimiento: hay cuentos dentro de la novela, mitos de antepasados, que serán contados por Nuna, la protagonista, uno por noche, como una Sherezade cuzqueña, para rehuir los dedos largos del General avanzando en sus partes íntimas.
Saidon mestiza también lo documental y ficcional (Alberto Laiseca decía que documentar y delirar no son antagónicos) con una investigación que se entrelaza en el libro, igual que se entrelazan cuando duermen las dos hermanas. Nuna y Shiamara, una blanca y la otra negra.
Finalmente, la autora hace mestizo el tiempo. En esta novela ucrónica, mezcla lo que pudo haber sido con lo que sucedió.
“El mestizaje no es únicamente un alboroto de sangre”, dice Libertad Demitrópulos, “es también una distancia dentro del hombre, que lo obliga a avanzar, no sobre caminos, sobre temporalidades”.
Pero si ser mestizo es entonces una combinación plagada de incertidumbres podemos preguntarnos, ¿cuál sería sangre ajena, la que debiera desaparecer con el tiempo, cuál parece predestinada por la ley a ser espuria, oscura y mala? Si todo es mestizo, mezclado, nutrido por diferentes culturas, ¿quién es el otro distinto? ¿Cuál es esa, la sangre ajena? ¿Todo el mundo sería mestizo? En esto también indaga la novela.
En el libro contamos decenas de veces: criolla, mestizo, blanca, blanca lavada, sangre real, esclava, noble, zamba, negra, mulata… asuntos de la sangre que fluye llena de información invisible salvo cuando esta se vuelve una cuestión política. Ahí nos agrupa o nos enemiga.
¿A cuáles pulsaciones, se preguntaban atemorizados los colonizadores, respondería ante una contingencia el mestizo, a qué sangre: a la blanca, o a la indígena? Para esos hombres, librar la sangre de impurezas era librarse de temores, pero ¡ay! los hombres violaban a las indias. “En América todos venimos de una violación”, se lee en La reina, y es posible. Siempre se trató del sexo de los hombres lo que siguió mestizando la sangre, aunque luego ese hombre no sea padre, como en el caso de las hermanas de la novela.
Saidón nos deja un rastro en unos de los acápites: “Nada sería posible si la gente no deseara lo imposible”. Lo firma Silvia Rivera Cusicanqui, historiadora boliviana que investiga la historia andina, autora de un texto, Utopía Ch¨ixi, que se pronuncia Cheje.
Y La reina es también una utopía, la utopía de un mundo mestizo según Belgrano. Cabe aclarar que “mestizaje” en la versión oficial, ese alguien mezclado, a la larga dejará su pasado, se ejercerá sobre él o ella una fuerte política para el olvido de sus partes negras o oscuras. El deseo será que en las fusiones lo negro y lo indio vire totalmente al blanco o creará un individuo lleno de complejos que busca él mismo la blancura para superarlos. En cambio, Silvia Rivera propone, y parece ser el sueño de Belgrano, el General, en una ficción que sube la apuesta y propone a una reina, una mujer (otro complejo a superar), que lleva la sangre de Tupac Amaru. Belgrano no quiere diluir al indio sino que lo exalta. Pero es un gran estratega, y no elige para el trono del imperio a la hermana negra sino a la que es mestiza pero blanca, de descendencia noble Inca, para así crear una ilusión optica al juicio del ojo de la Corona y que financien su plan. Hubo, en la realidad, una reunión secreta en 1816, para proponer esta monarquía constitucional. Belgrano proponía como Capital al Cuzco, el dorado de las minas de metal. Para eso, la madre, Irenea, prepara a Nuna, nombrada Alma en quechua, desde que nace, y para eso le moldea la cabeza hasta volverla cónica y le expande los lobulos de las orejas siguiendo la tradición Inca. El pelo casi azul de tan negro. La incarreina que su pueblo anhela, que va a asegurar la dinastía de los Tupac. Irenea, mestiza, “de belleza inasible”, es la madre de las adolescentes mestizas y zambas, esas que duermen juntas desafíando ya la mirada del lector en el entrecruzamiento negro blanco de las piernas.
A Shiamara, la hermana mayor, su negrura la alejaba del imaginario de la nobleza. Por eso su madre elige a la blanca, transige como estrategia para alcanzar el reinado. Es cierto que Belgrano, “el afrancesado”, dio lugar a las mujeres en el ejército, y eso tramita Saidon en el discurso de Nuna cuando desafía al General al cuestionarlo acerca de la justicia para la mujer. Manuel Belgrano fue un geminiano nacido en 1770 que cayó en la educación pública en el Colegio Nacional de Buenos Aires y promovió la emancipación de Hispanoamérica respecto de España. En 1812 creó la bandera Argentina, en la actual ciudad de Rosario. En el Congreso de Tucumán de 1816 participó en la declaración de la Independencia de las Provincias Unidas en Sud América,y proyectó en vano el establecimiento de una monarquía constitucional dirigida por un noble Inca.
Escribe Rivera Cusicanqui que ser mestizo es habitar más mundo al mismo tiempo, que el mestizaje revuelve el tiempo porque nos da una noción de pasado en el presente y a la vez genera posibles futuros de prevalencias. Saidon no los funde para que desaparezcan, como lo hace la versión oficial, si no que los remarca como lo que debe sobrevivir, una cultura mucho más moderna, según dice Rivera, más adelantada que el capitalismo nuestro, este pastiche moderno de consumo.
También hace moderna la trama con la Nuna feminista y alguna escena que recuerda la película María Antonieta, de Sofía Copolla con una banda sonora post punk cuando la futura reina Nuna se viste para ir con el príncipe a conocer el lugar sagrado donde será ungida, con la falda, el manto morado, el traje de tapada limeña y el detalle del calzado: botines de seda acordonados. Imaginé este libro llevado al cine con música post punk o New Wave.
Entonces si el tiempo es la potencia del mestizaje, y avanzamos hacia el pasado, como dice un aforismo aimara, La reina mezcla el tiempo y la narración avanza efectivamente hacia el pasado. Y el pasado nos informa un posible futuro. Lxs escritores nunca debemos optar por la realidad, ya sabemos quiénes la construyen. Todxs somos una constelación de colores y Saidon escribe una historia con toda la potencia metafórica de otra realidad posible, una historia que nos toca a todxs porque todxs somos manchadxs. Entonces en la ucronía utópica, La reina, como en la Utopía Cheje, deseamos el mejor lugar posible, y el mejor lugar posible es un mundo mestizo.
Autora: Gabriela Saidon. Buenos Aires. Escritora, periodista, comunicadora, tallerista. Autora, entre otros títulos, de La montonera. Biografía de Norma Arrostito; Cautivas; Memorias de una chica normal (tirando a rockera); Santos ruteros. De la Difunta Correa al Gauchito Gil y Yo me hice feminista en el exilio.