Pascal Quignard: un pensador nómade
gentileza UNTREF
Jueves 02 de noviembre de 2023
Con estas palabras lo presentó María Negroni en la Serie Frost de la Maestría en Escritura de la UNTREF, acompañado por Silvio Mattoni y Lucía Dorin.
Por María Negroni.
La serie Frost fue concebida por la Maestría en Escritura de la Untref, desde sus inicios en 2013, como un espacio para fomentar el diálogo con otras estéticas y otras voces relevantes de la literatura mundial y también para homenajear a escritores locales cuya obra nos parece de importancia capital.
Hoy tenemos un invitado de lujo: Pascal Quignard.
Autor de innumerables libros, entre los que resultan imprescindibles Pequeños tratados, El nombre en la punta de la lengua, Morir por pensar, El origen de la danza, El sexo y el espanto, El odio a la música, Todas las mañanas del mundo y la serie Último Reino, Pascal Quignard escribe sin distraerse un instante de alucinar con lo perdido, con la noche sensorial del útero. Esa música que, como un viejo bramido, nos transporta a la parte más íntima de la lengua, el continente sonoro donde se movía nuestro cuerpo durante la existencia prenatal, antes de la respiración, del grito, de la posibilidad de hablar.
Sus libros son volúmenes de pocas páginas donde aparecen aporías extraordinariamente densas. Curiosos momentos de éxtasis donde el autor, acaso más silencioso que los demás, en páginas más mudas todavía, consiente en perder su identidad y su lenguaje a fin de dar con una singularidad sensorial, insumisa y reacia a todos los roles, géneros y máscaras de la medicación social.
Los verdaderos músicos, nos recuerda Quignard en su libro Butes, son los que aflojan la cuerda de la lengua. En su música, se pierde el aliento y se siente el dolor de estar vivos. Con ellos, la música no es tanto lenguaje como una fuerza que se encamina hacia un espacio sin discurso.
Tomar una partitura y blanquearla, llenarla de silencio, pareciera ser el objetivo de este autor. Un poco a la manera de Apeles para quien levantar la mano del dibujo era el momento clave del arte puesto que allí se hacía posible desraizar la experiencia de la encerrona simbólica.
Así escribe Quignard: como un pensador nómade que, en medio de la errancia, intenta dar con una miniatura que no se deja interpretar.