"Ahora nos separa un mar de distancia. Kilómetros de agua sucia, de tiempo y mujeres y piezas de auto usadas y un hijo nuevo, tu hijo nuevo, un repuesto más, como todos los que encontré para mi furgón en Avenida 10 de Julio", se lee promediando el libro en que la chilena Nona Fernández Silanes indaga en los rincones más oscuros de la memoria. Después de Space invaders y Mapocho, llega al catálogo de Eterna Cadencia Editora la novela Avenida 10 de Julio.

El pasado 10 de julio, precisamente, la autora y Alejandra Rodríguez Ballester transmitieron en vivo la entrevista pública de presentación, de la que tomamos algunos destacados a continuación.

Esta novela, para mí, va completando el mapa de tu literatura tan frondosa, poética y potente. Primero con Mapocho, después con Space Invaders. Está impulsada por lo que parece ser una necesidad muy fuerte de decir, de sacar a la luz algo sumergido que tiene que ver con la memoria de tu país y tu generación. Este libro que estamos presentando trae algo muy de este momento, el tema de los jóvenes, de su rol en la política y en el proceso que está viviendo Chile en este momento. ¿Qué fue lo que te llevó a escribir esta novela?

Esta es mi segunda novela, tiene cierto tiempo. Obedece a cierto desconcierto, cierta desazón, cierto malestar que rondaba en mí y en parte de mi circuito más cercano. Esta escritura se hace a comienzos de los 2000, cuando habíamos comprendido que la democracia chilena, que llegó en los 90, no era lo que nos habían prometido. Que estábamos insertos en un universo neoliberal, donde el único objetivo era el progreso, el dinero, el consumo. Eso ocurrió frenéticamente, y nos dimos cuenta de que estábamos en otra cárcel. Una cárcel distinta, pero una cárcel también. Cuando partí la escritura, me sorprendí que nadie se rebelara, nadie decía nada. Mi generación iba muy en la máquina. En ese ejercicio recordaba mis propias rebeliones de niña, en los 80, y ese libro se levanta desde ese lugar. Desde querer recordar esas personas que habíamos sido, que teníamos mucha más pasión, rebelión y coraje. Es una añoranza, de alguna manera.

La novela empieza con una foto de la toma del liceo, y el personaje de Juan comienza a recordar la etapa de su secundario.

Esa toma es real, una toma emblemática, que ocurre un 10 de julio de 1985. La toma de un liceo cercano a donde vivo, pero una en la que yo no participé. Me dio pánico. Fue tremendamente importante, fue la gran toma, y tuvo grandes consecuencias. De alguna manera, el movimiento secundario de los 80 está cruzado por esa toma. (...) Cuando yo publico la novela, comienzan las primeras tomas estudiantiles, la Revolución Pingüina chilena. Observé aquello que yo extrañaba, pero encarnado por otra generación. Es el antecedente de lo que estamos viviendo ahora.

Hay dos personajes en la novela, Juan y Greta, compañeros en el liceo pero ahora separados, lo cual es muy simbólico. Juan está muy alienado y decide renunciar a todo, meterse en ese estado de rememoración. ¿Cómo pensaste a este personaje?

Obedece a la fantasía de querer, en algún momento, parar con todo. Parar el frenesí laboral, trabajando en un sinsentido, trabajar para consumir y consumir. Creo que a Juan lo que le pasa es que entra en una profunda depresión, hay algo de eso. Y de esa necesidad de entender qué es lo que está pasando, y de aceptar que se había perdido para volver a esa pieza original. Está esta idea de la atomización, parte de la identidad está levantada por el colectivo: o sea, somos también lo que somos en grupo. Y eso Juan y Greta lo han perdido completamente. Sin embargo, hay conexiones sustanciales, y la idea de que si se pierde ese vínculo se pierde parte de lo que ellos mismos son. Y, claro, tiene que ver con lo que el neoliberalismo ha hecho en mi sociedad, donde nos atomizó completamente, donde el pensamiento y el movimento colectivo se barrió completamente.

A continuación, la transmisión del encuentro completo: