Marisa Negri: la hacedora de lectores
Ph | Gabriel Martino
Por tierra y agua
Miércoles 04 de octubre de 2017
Poeta, docente y figura clave del fomento a la lectura, Marisa Negri repasa en esta entrevista algunos de los proyectos invaluables que cuentan con su fuerza: el Festival Poesía en la Escuela, que este año se replicó en 60 instituciones de todo el país, y la Bibliolancha, que ya cumplió una década sobre las aguas del Delta saliendo a buscar lectores con poemas y cuentos.
Por Valeria Tentoni.
"¿Sabías que los poemas también se pueden bailar?", dice un alumno del Liceo N°1, en Buenos Aires: es el cierre del IX Festival de Poesía en la Escuela y el patio está repleto de adolescentes sentados en colihué que lo miran poner a prueba esa línea. Frente a esa multitud bullente también los invitados que estuvieron dando talleres de lectura y escritura en distintos grados. Las maestras dejaron un Bon-o-bon y un señalador de regalo para cada participante, y eso incluye a los alumnos que se deciden a pasar a leer los versos que escribieron durante los días que duró el festival. Los chicos leen poemas de amor, de bronca, de desencanto; hablan de la belleza, del dolor, del futuro: el silencio populoso que recibe todas esas intimidades está hecho de respeto y de curiosidad.
Fue en esa misma escuela y en otra de La Matanza donde también daba clases la poeta y docente Marisa Negri que arrancó el Festival, en 2010. Para armarlo, Negri cedía horas de sus cursos y conseguía que distintos poetas entraran al aula, compartieran lo suyo, ante chicos que en varios casos nunca habían tenido un libro de poesía en las manos. En aquella primera edición fueron 35 los invitados, trabajando codo a codo con maestros: talleres de poesía visual, grupos de susurradores, micrófono abierto, talleres y espectáculos. Además, durante el festival se donaban libros de poesía argentina a las bibliotecas escolares.
Negri lo recuerda así: “Fue una convocatoria que armamos por Facebook, y la respuesta fue impresionante. Los poetas iban a mis aulas, las de las cuatro escuelas en las que trabajaba en ese momento. Y se unió Alejandra Correa, eso le dio al festival una fuerza importante porque ella es la cabeza gestora, yo estoy más que nada poniendo el cuerpo en las escuelas. Hacemos un equipo potente”. Año tras año, el festival fue creciendo muchísimo, con más y menos recursos según el apoyo recibido. Este último año, dicen, fue uno de los más difíciles en ese sentido: así y todo, consiguieron replicarlo en 60 escuelas de todo el país.
Son miles y miles los chicos que tienen, gracias a esta iniciativa imprescindible, la posibilidad de conocer escritores y ensayar sus propios poemas, enterarse de que la palabra los convoca; de que esa libertad que ven en esos extraños que llegan cargando libros puede ser también la de ellos, si así lo desean. "Lo que pasa con la poesía es que encuentran ahí un modo de decir lo que sienten, lo que les pasa, lo que viven. Los chicos valoran el festival como algo que revolucionó su adolescencia y los hizo más humanos y más sensibles, los volvió dueños de sus propias palabras. Me parece que no es poco”.
Desde su casa en el Delta de San Fernando, la autora de Caballos de arena y Estuario, entre otros, cuenta que “la docencia y la poesía son dos cosas que le vinieron juntas”. Primero maestra de grado y después Profesora de Literatura, a los 19 años Negri ya estaba dando clases. Escribió desde muy chica y el primer libro de poesía que la fascinó fue Hotel pájaro, de Enrique Molina, que se compró en saldo en la calle Corrientes. Naturalmente, lo que apareció con ese placer lector fue el deseo de dar a leer a su vez, de regalárselo a todos sus amigos: “Evangelizaba con ese libro. Los sentaba a mis amigos y hacía que lo leyeran. Siempre estuvo en mí eso de convidar a otros”, explica.
La bibliolancha
Otro de los proyectos en los que Negri está involucrada es la Bibliolancha, que este año está festejando 10 años de vida sobre las aguas del Delta. Es un programa que empezó en 2007 en la Biblioteca Popular Santa Genoveva.
En 2011, Marisa se fue a vivir a una isla y comenzó a participar de la vida de la biblioteca, entre otras cosas programando los itinerarios de la Bibliolancha. “Tuvimos distintas experiencias que tenían que ver con la literatura isleña, con ir a escuelas, con ir a repartir libros por los arroyos y con vincularnos con el museo Haroldo Conti y con otras instituciones del Delta”, cuenta. Y hay otro proyecto de libros disponibles en las lanchas que llevan chicos a la escuela: "Libros para viajar".
¿Cómo cambia la cosa cuando el encuentro entre los chicos y los libros se produce en estos contextos? “Es una manera de leer, primero, desde lo no escolarizado; está buenísimo, porque hay una puerta que se abre ahí a otros lugares. Los chicos leen con libertad, saben que después de eso nadie les va a pedir que subrayen los sustantivos o que respondan un cuestionario”.
Hace años que Negri vive entre esas aguas, prácticamente sin vecinos. “Cuando yo me vine a trabajar acá, a una escuela rural, vi que lo único que reciben esos pibes en todo el día, en la isla, es lo que pasa en la escuela. Si en la escuela no pasa nada, no reciben nada, y eso me generó un gran sentido de responsabilidad. No es que los pibes pueden salir de la escuela e ir a un club, acá no hay opciones: la escuela es el lugar. La biblioteca es el lugar”.
Son muchos los agujeros de la educación pública por allá, desde una currícula desajustada al territorio hasta la falta, por caso, de un albergue para que los estudiantes en continente que van a estudiar. "Hay muchas cosas en las que los isleños no son tenidos en cuenta, son reclamos históricos", dice Negri. De hecho la Biblioteca Genoveva acaba de conseguir un espacio, porque hasta hace poco no lo tenían.
Frente a estas realidades, su vocación viralizadora de lectura no hace otra cosa que acelerarse: "Me siento llamada a eso", resume Negri.
“Hay un momento muy especial que tengo la suerte de haber vivido muchas veces: cuando los pibes empiezan a escribir poesía. Yo siempre trabajo con chicos de 12, 13 ó 14, primera año, segundo año. Siempre partimos de juegos, robamos versos de poetas, cadáveres exquisitos, una frecuentación de los textos bastante irrespetuosa; ellos se prenden, jugamos, por ahí surgen cosas que están buenas y las leen y se sienten orgullosos, pero hay un momento particular de la maduración de ese proceso donde el pibe te pone un freno y te dice: yo no quiero decir eso, yo quiero decir esto otro. Aparece la voz propia. Y es como una revelación”.