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Entrevistas

Mariana Ruiz Johnson: “Necesitaba dar el paso de liberarme de la imagen”

Editorial Vinilo acaba de publicar Las calles, de la ilustradora y autora integral, sobre todo, de libros para niñas y niños, que se lanza por primera vez al universo adulto sin ilustraciones. 



Por Valeria Tentoni. Foto de Pato Campini



Con Las calles (Vinilo Editora) la ilustradora y autora Mariana Ruiz Johnson se lanzó por primera vez a publicar un libro para adultos sin ilustraciones, puras palabras. Conocida especialmente como autora de libros para niños y niñas, Ruiz Johnson ha publicado libros como autora e ilustradora en todos los continentes. En 2013 recibió el Premio Compostela al Álbum Ilustrado por su libro Mamá, publicado por Kalandraka y traducido a diez lenguas. En 2015 fue la ganadora del concurso internacional de libros silenciosos Silent Book Contest con el libro Mientras duermes, que fue publicado en Italia por Carthusia Edizioni. 

Sus mayores intereses, explica, “son el poder narrativo de la imagen, los personajes antropomorfos, el uso del color como elemento compositivo, las escenas nocturnas, la infancia, la fuerza de la naturaleza, el humor y la magia”. Estudió Bellas Artes e ilustración de libros para niños, y algo de ese universo se cuela en Las calles, que en la historia de una madre de vacaciones con su familia narra a su vez la maternidad, la herencia creativa y la experiencia del trabajo con imágenes y colores en un mundo que siempre amenaza con quebrarse de un momento a otro. 


¿Cómo fue escribir un primer libro, viniendo del mundo de las ilustraciones?    

Escribo y dibujo historias desde siempre. A los trece empecé a asistir a un taller literario y desde entonces los espacios de taller son algo fijo en mi vida, me motiva la lectura en grupo, el desafío de cumplir una consigna, de trabajar y corregir un texto. Al principio me concentré en formarme como escritora de libros para las infancias, y tengo varios publicados como autora integral. Pero se respaldan mucho en la imagen, que considero mi especialidad. Escribir Las calles fue mi primera experiencia en un proyecto más largo, sin acompañamiento de imágenes, y lo escribí con mucho goce pero de a momentos tuve la sensación de estar naufragando en aguas turbias, algo así como estar a ciegas, porque no tenía la dimensión visual del proyecto.  

Has contado historias en tus libros antes, incluso ganaste un concurso de libros silenciosos: ¿qué diferencias te encontrás entre contar con palabras y sin? 

Hace mucho que exploro la relación y las diferencias entre la lectura de imágenes y la lectura de palabras. En los libros silenciosos, la ausencia del código escrito exige un involucramiento muy activo del lector. Hay una pérdida del ancla que dan las palabras en un libro, de la naturaleza secuencial del texto, entonces la secuencia de imágenes debe ser muy clara y muy rica para que el lector pueda reponer esas palabras ausentes y quiera dar vuelta la página. En el libro sin ilustraciones, en cambio, tengo que tener en cuenta que la dimensión visual del libro se construirá en la imaginación del lector, y hay algo de resignación ahí. Ahora que lo pienso, esa resignación me parece liberadora. Creo que ambos procesos comparten un diálogo muy íntimo con el lector, una confianza en que el lector pueda extraer algo de esas ausencias. 

Para narrar, elegiste la tercera persona: la protagonista, "ella", si no me equivoco no tiene nombre. ¿Cómo la diseñaste y por qué elegiste ese punto de vista? 

En realidad, empecé a escribir el texto en primera persona y en algún momento eso se volvió una traba, porque el personaje estaba demasiado vinculado a mi biografía y eso hacía que me invadiera el pudor y que fuera poco generosa en la escritura. Pasarlo a tercera fue absolutamente liberador, soltó la trama y habilitó que la imaginación se apoderara de los fragmentos.  

¿Qué podés contarnos sobre la estructura? Es un libro breve que tiene estaciones o unidades separadas por asteriscos, y trabaja haciendo pie en imágenes. ¿Creés que la brevedad y esta especie de línea interrumpida del texto te viene del dibujo, que la respiración del libro es de algún modo dibujística?  

Supongo que esa dimensión visual en mi escritura tiene que ver con la forma en la que veo el mundo y con mi formación en Artes Visuales. La escritura en fragmentos empezó por pequeñas notas, apuntes que fui tomando un verano, y de alguna manera ese formato breve me permitió trabajar con la música como si se tratase de pequeños poemas en prosa. Me daba más sensación de control, de posibilidad de un trabajo orfebre con la palabra. Trabajé mucho para encadenar un fragmento con el otro, para establecer un ritmo, y eso tal vez venga de mi trabajo como ilustradora, mi experiencia con el lenguaje secuencial. También me interesan los silencios, las elipsis, lo que se deja afuera pero que está ahí latiendo en el espacio en blanco. 

La narradora es hija de padres dibujantes y se explica que el estilo de quien dibuja se genera también a partir de contagios. ¿Y el de quien escribe? ¿Qué contagios registrás en tu propia escritura, si alguno? 

En los últimos años leí varias obras que me motivaron a escribir, la mayoría de autoras mujeres. Estoy agradecida con esos libros que no te expulsan sino que te habilitan, que son una invitación. Me resultó sumamente inspirador Ikebana política, de la artista plástica rosarina Claudia del Río, reflexiona mucho sobre el dibujo como práctica, es muy libre en su forma de pequeñas entradas. Me interesa en general la gente que escribe sobre su oficio, como Laura Wittner en Se vive y se traduce. También hay una nueva generación de escritoras mexicanas, como Jazmina Barrera o Isabel Zapata que me gustan particularmente porque trenzan de forma muy fresca y libre pensamiento, poesía, maternidad y literatura. 



En Las calles también se habla de maternidad y de lo que significa ser una madre artista mientras se cría hijos pequeños. ¿Cómo decidiste trabajar estos temas y con qué acompañaste las reflexiones que aquí encontramos al respecto? 

Cuando escribí Las calles hace casi tres años me propuse leer todo lo que hubiera sobre el tema y me resultó sorprendente que una experiencia tan vital y transformadora como la maternidad no tuviera mucha repercusión en la literatura. Intenté reunir la mayor cantidad de lecturas, pero se contaban con los dedos de las manos. Quiero mencionar algunas. El cielo del mes, una revista virtual de Marina Gersberg y Noe Vera, que hacen un trabajo importantísimo de compilación de poesía, imágenes y testimonios, y fue la que abrió la curiosidad sobre el tema. Algunos poemas de Sharon Olds y El nudo materno, de Jane Lazarre. Línea nigra, de Jazmina Barrera, que me traje de un viaje a Colombia (ahora se publicó acá), fue importante para mí, porque invita a escribir. Jazmina recupera una cita de Ursula K. Le Guin en la que se pregunta por qué la experiencia del cuerpo de la mujer (pubertad, menstruación, menopausia, embarazo, lactancia) ha quedado tan fuera de la literatura, e invita a reescribir el mundo, “.... escribir con leche, con leche materna”.  

Encontré textos hermosos de Margarita García Robayo, de Elena Ferrante, de Rachel Cusk, de Guadalupe Nettel. También fue fundamental Maternidad y creación, una compilación de ensayos por la fotógrafa Moyra Davey, que reúne testimonios de escritoras y artistas en relación a la crianza. Me interesa particularmente esta relación entre arte y maternidad y me alegra ver que en los últimos años, por suerte, cada vez más escritoras trabajan este tema en sus obras.  

El temor es otro de los temas centrales de Las calles: ¿por qué te lanzaste a escribirlo, qué relación hacés entre arte y temor? 

Es una pregunta compleja de responder. Siempre escucho a Fabian Casas decir que busca convertir el dolor en una aventura, y pienso que Las calles y Yaci (una historieta para las infancias) tienen algo de eso. Entre muchas otras cosas, el arte es una herramienta para procesar lo más duro de la vida, una forma de habitar situaciones difíciles de entender. Cuando estaba estudiando Artes Visuales, me fascinaron artistas como Nan Goldin o Félix González Torres que trabajan con la enfermedad y la pérdida como sustrato de sus obras. En mi caso, la aparición muy temprana de la enfermedad de Alzheimer en mi papá me obliga constantemente a enfrentarme con lo ominoso, con lo oscuro, y ese proceso es aterrador. La escritura y la lectura me traen alivio, o al menos algo de qué agarrarme para transitar lo que está fuera de control. Hace un tiempo leí La sed, de Marina Yuczuk, y Nuestras esposas bajo el mar, de Julia Armfield, que de distintas maneras refieren al cuidado de alguien amado que va cambiando de forma hacia algo desconocido y terrorífico. Esas lecturas en clave fantasiosa impactaron poderosamente en mi imaginario y trajeron nuevas líneas de pensamiento que no había podido ver antes, y aunque suene trillado por un rato me amigaron con lo terrible y me hicieron sentir menos desamparada. Y ahora, en tono más realista, estoy leyendo “No he salido de mi noche” de Annie Ernaux, que son notas tomadas sobre su madre con la misma enfermedad, una operación que ella misma llama ‘un residuo del dolor’.   

¿Cómo fue el trabajo con los editores? ¿Cómo fue ingresar al catálogo de Vinilo, qué familiaridad sentís con el resto de los libros del catálogo? 

Durante mucho tiempo tuve el proyecto de ilustrar Las calles, o convertirlo en una novela gráfica. Pero me di cuenta de que necesitaba dar el paso de liberarme de la imagen, porque así había sido concebido el libro en un principio.  Había leído con disfrute varios libros de la colección de Vinilo, me gusta mucho el diseño y el concepto, y sentí que era un sello ideal para mi libro por su brevedad y porque también tiene primeras obras de colegas ilustradores, como Maia Debowicz o Esteban Serrano. El trabajo con Joana D’Alessio y Mauro Libertella fue muy fluido, respetuoso y cuidado. 

¿Cómo fue el trabajo con Betina González y Laura Wittner? ¿Por qué las elegiste cerca de tu primer libro? 

Hace muchos años que asisto de forma intermitente al taller de poesía de Laura, y siempre me encantó su manera amorosa de abordar la lectura, crecí mucho con ella y siento que me enseñó a leer. Por otro lado, sentía una gran necesidad de aprender cuestiones vinculadas a la narrativa y llegué, en pleno proceso de Las calles, a una clínica breve que daba Betina González. Ella me ayudó a definir una estructura, a expandir algunos ejes y relegar otros, fue una mirada muy sincera e importante para mi proceso. Estoy muy agradecida con ambas. 

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