Luciana Sousa y lo otro al interior de lo propio
Por Hernán Ronsino
Jueves 08 de diciembre de 2022
"Restos de un pueblo enterrado, lo otro al interior de lo familiar. Tal vez eso, que lo extraño sea indagado al interior de lo propio, haga que la trama, a diferencia de su novela anterior, Luro, sea más directa, con un toque policial". Una lectura de Cuando nadie nos nombre (Tusquets) a cargo de Hernán Ronsino.
Por Hernán Ronsino. Foto de Carla Masella.
La nueva novela de Luciana Sousa vuelve a pensar un territorio. Vuelve a un pueblo, como en Luro, su primer libro. Pero ahora una serie de planos constituyen el relato. Arman una trama hojaldrada que va y viene en el tiempo. Que va y viene recorriendo tanto la memoria de un lugar, Mariano Miró, como la memoria de una familia. La familia de Ana.
La novela cuenta la historia de tres generaciones de mujeres. La abuela, la madre, Ana. Los hombres no habitan en este presente de la novela. Los hombres no están. Aparecen cuando entra la reconstrucción del recuerdo, cuando la memoria comienza a nombrar lo que ya no está. Y esa memoria se canaliza a través de Ana.
Ana es una especie de antena que se conecta con el pasado, con otros lugares -Bariloche, donde está Mara-. Ana siempre busca señal. Toma distancia y busca señal. Es una antena que articula el sistema narrativo. Pero los hombres no están. No son protagonistas en el presente. Fueron protagonistas (abandonando a la familia, como cabezas de familia, como patriarcas). Ahora las cosas funcionan de otra manera. Hay secretos familiares y hay un pueblo escondido debajo de ese retazo de pueblo. Hay ruinas. Hay paisajes arrasados por la soja. Hay campos abandonados y, sobre eso, emerge una sensibilidad diferente.
Ursula K. Le Guin plantea, en ese gran ensayo que es La teoría de la bolsa de ficción, una crítica al modelo narrativo que se organiza sobre la base de un conflicto central. El famoso modelo aristotélico de tres partes. Un principio, un conflicto central y un desenlace. Ese modelo, dice Le Guin, se organiza sobre la base de voluntades que se oponen: es un modelo bélico, que define a un héroe imponiéndose. Le Guin dice que ese modelo deja de lado ciertas sensibilidades, ciertas subjetividades que se mueven con otra lógica: la contemplación de un pájaro, el silencio del campo o lo que no es funcional para la trama. Le Guin opone a ese formato el modelo de la bolsa. El modo en que se narra ahora tiene la lógica de la bolsa donde conviven elementos diversos. No es el esquema bélico. No se enfrentan opuestos. Eso que se daba en la novela, por ejemplo, entre el hermano y el noviecito de la adolescencia de Ana. Esa violencia que el idiota desplegaba ante las chicas del pueblo. Ahora hay otra sensibilidad imponiéndose. Otra búsqueda que no tiene nada que ver con esa del pasado. Como si en el pasado hubiera quedado la violencia encarnada en los hombres.
Y ahora se abre una sensibilidad distinta -frente a la vida, frente al campo, frente a la muerte- en donde "solo con la imaginación podemos evocar sin melancolía".
La escritura de Sousa enhebra con sutileza y con belleza esa complejidad. Pinta escenas, personajes con trazos precisos. Por momentos la escritura se vuelve rápida, por momentos se detiene para capturar un color, el estado de un paisaje. A diferencia de Luro, en donde la búsqueda de lo extraño y de lo otro pareciera estar encarnada en ese inmigrante difícil de atrapar, acá lo otro no está afuera sino que opera al interior de lo propio: en los restos de un pueblo enterrado, en el interior de lo familiar. Tal vez eso, que lo extraño sea indagado al interior de lo propio, haga que la trama, a diferencia de Luro, más directa, con un toque policial, se despliegue en este caso como un montaje que supone múltiples planos. Un hojaldre de temporalidades que orbitan en el sistema familiar y en ese sistema rural.