Los libros más odiados por los maestros de la literatura universal
Tres casos emblemáticos
Jueves 10 de enero de 2019
¿Sabías que Charlotte Brontë y Mark Twain odiaban la obra de Jane Austen, o que Virginia Woolf quería revolear el Ulises cada vez que lo leía? Un informe imperdible de Lala Toutonian.
Por Lala Toutonian.
Charlotte Brontë y Mark Twain odiaban la obra de Jane Austen. David Foster Wallace trataba de autor menor a Easton Ellis. Virginia Woolf quería revolear el Ulises cada vez que lo leía. Resulta fascinante y atrapador saber qué pensaban estos grandes de los otros, también (y muy a su pesar), enormes.
“¿Por qué te gusta tanto Jane Austen?”, pregunta Charlotte Brontë en una carta fechada el 12 de enero de 1848 y dirigida a George Henry Lewes, un filósofo y crítico cultural además de amante de la escritora inglesa Mary Anne Evan, más conocida como George Eliot. En una de sus columnas, Lewes había escrito que hubiese preferido escribir Orgullo y prejuicio antes que cualquiera de la novelas de Waverley (como se denomina a la larga serie de novelas de Sir Walter Scott, quien no acusó recibo de autoría hasta unos años después de publicarlas). Verdadero janeite (como se denomina a los lectores de Jane Austen), Lewes irritó a la autora de Jane Eyre: “No supe de Orgullo… hasta que te leí, así que lo busqué y lo estudié. ¿Y con qué me encuentro? Con un preciso retrato cual daguerrotipo plagado de lugares comunes, un jardín cuidadosamente cultivado y con flores delicadas pero sin la mirada de una fisonomía vívida y brillante, sin campos abiertos ni aire freco, sin colinas. Difícilmente me gustaría vivir con sus damas y caballeros en sus casas elegantes pero confinadas. Estas observaciones probablemente lo irritarán, pero correré el riesgo. Ahora puedo entender tu admiración por George Sand, porque aunque nunca vi ninguna de sus obras, la admiro (tiene una idea que, si bien no puedo comprender del todo, respeto mucho; es sagaz y profunda; Miss Austen es solo astuta y observadora. ¿Me equivoco o te apuraste en lo que dijiste?”. No necesitamos de esta misiva para saber que la Brontë, junto a sus hermanas, fue el puntapié para que muchas mujeres supieran que podían expresarse con fervor y en contra de lo que les pareciera sin temer la reacción masculina. Y conocer a Charlotte enfrentada a Jane resulta desde un chusmerío literario exquisito hasta un análisis profuso sobre el devenir novelesco victoriano.
Y esto no termina aquí. Escribe a W. S Williams, editor de Smith Elder: “He leído una de las obras de la señorita Austen, Emma, la leí con interés y con el grado justo de admiración que la propia señorita Austen habría considerado sensata y adecuada. Cualquier cosa como la calidez o el entusiasmo, cualquier cosa enérgica, conmovedora, sincera, está totalmente fuera de lugar para recomendar estas obras. Se ocupa de delinear la superficie de las vidas de los ingleses gentiles con curiosidad. Hay una fidelidad china, una delicadeza en miniatura en la pintura. Ella alborota a su lector por nada vehemente, no lo perturba por nada profundo. Las pasiones son perfectamente desconocidas para ella; rechaza incluso a un conocido que habla con esa tormentosa hermandad. Hasta a los sentimientos no le confiere más que un reconocimiento gracioso pero distante, ya que enfrentarse a ellos con demasiada frecuencia podría alterar la suave elegancia de su progreso. Su desarrollo no es tanto con el corazón humano como con los ojos, boca, manos y pies humanos. Estudia lo que se ve agudamente, lo que se habla acertadamente, se mueve con flexibilidad; pero esta señorita Austen ignora lo que palpita rápido, lo oculto, lo que la sangra, el asiento invisible de la vida y el objetivo sensible de la muerte. Jane Austen era una dama completa y muy sensible, pero una mujer muy incompleta y bastante insensible (no sin sentido). Si esto es una herejía, no puedo evitarlo”. La imaginamos escribiendo ésto fervorosamente a la luz de las velas en medio de los páramos y la sangre que no deja de palpitarle en las venas.
A Mark Twain tampoco le gustaba la Austen. En una carta a Joseph Twichell, que data del 13 de septiembre de 1898, dice al respecto de Orgullo y prejuicio: “No tengo derecho a criticar libros, y no lo hago excepto cuando los odio. A menudo quiero criticar a Jane Austen, pero sus libros me enloquecen para que no pueda ocultar mi frenesí de lector; y por eso tengo que parar cada vez que comienzo. Cada vez que leo Orgullo y prejuicio quiero desenterrarla y golpearla en el cráneo con su propia espinilla”. Lo conocemos enfático a Twain, sobre todo por sus ensayos sobre el ateísmo. De ideales progresistas y anticapitalistas, Twain detestaba la vida que que describía la autora inglesa (aunque también ella se metía con el clero): “Odio a todos sus personajes. ¿Es acaso esa su intención? No resulta plausible, entonces, ¿es su propósito hacer que el lector deteste a todos sus personajes hasta la mitad del libro para luego ganar su afecto en el resto de sus capítulos? Quizá sea eso. Eso sería arte de primera. También podría decirse que merece la pena. Algún día examinaré el resto de sus libros y veré”. Sigue su soliloquio en sendos ensayos donde insiste en al que la prosa austeana es imposible.
A David Foster Wallace, por su parte, no le gustaba American Psycho de Bret Easton Ellis. En una entrevista con Larry McCaffery publicada en The Review of Contemporary Fiction en 1993, apenas dos años después de haberse publicado la novela) contestaba así a su interlocutor:
LM: En tu caso, ¿cómo se manifiesta la hostilidad?
DFW: Oh, no siempre, pero a veces en forma de oraciones que no son sintácticamente incorrectas, pero siguen siendo una verdadera mierda para leer. O embaucando al lector con datos. O dedicar mucha energía a crear expectativas y luego disfrutar complaciéndolos. Puedes ver esto claramente en algo como el American Psycho de Ellis: satisface sin vergüenza el sadismo de la audiencia por un tiempo, pero al final está claro que el verdadero objeto del sadismo es la propia lectora.
LM: Pero al menos en el caso de American Psycho sentí que había algo más que este deseo de infligir dolor, o que Ellis estaba siendo cruel de la forma en que dijiste que los artistas serios deben estar dispuestos a ser.
DFW: Solo estás mostrando el tipo de cinismo que permite a los lectores ser manipulados por la mala escritura. Creo que es una especie de cinismo negro sobre el mundo de hoy en el que Ellis y algunos otros dependen de sus lectores. Mire, si la condición contemporánea es irremediablemente jodida, insípida, materialista, emocionalmente retrasada, sadomasoquista y estúpida, entonces yo (o cualquier escritor) puede salirse con la suya mezclando historias con personajes que son estúpidos, insípidos, emocionalmente retrasados, lo cual es fácil, porque este tipo de personajes no requieren desarrollo con descripciones que son simplemente listas de productos de consumo de marca. Donde la gente estúpida se dice cosas insípidas entre sí. Si lo que siempre distingue la mala escritura (personajes planos, un mundo narrativo cliché y no reconocible como humano, etc.) es también una descripción del mundo de hoy, entonces la mala escritura se convierte en una ingeniosa mimesis de un mundo malo. Si los lectores simplemente creen que el mundo es estúpido, superficial y mezquino, entonces Ellis puede escribir una novela estúpida y superficial que se convierta en un comentario mordaz sobre la maldad. Probablemente la mayoría de nosotros estemos de acuerdo en que estos son tiempos oscuros y estúpidos, pero ¿necesitamos ficción que no haga más que dramatizar qué tan oscuro y estúpido es todo? En tiempos oscuros, la definición de buen arte parecería ser arte que localiza y revive elementos humanos que brillan a pesar de la oscuridad de los tiempos. Una ficción realmente buena podría tener una visión del mundo tan oscura como lo desee, pero encontraría una forma de representar este mundo e iluminar las posibilidades de estar vivo y ser humano en él. Se puede defender a Psycho como una especie de compendio performativo de los problemas sociales de fines de los ochenta, pero no es más que eso.
Qué habrá pensado Ellis cuando leyó ésto. Porque lo ha leído, sin dudas; asomaba recién al estrellato y los medios y críticos literarios se ocupaban de él como la nueva gran cosa que, según Foster Wallace, no lo era.
Mientras tanto, Virginia Woolf escribió sobre el Ulises de James Joyce en sus Diarios. Mal, escribió muy mal al respecto:
“Miércoles, 16 de agosto de 1922: Debería estar leyendo Ulises y ensayando mi caso a favor y en contra. He leído 200 páginas hasta ahora y me han divertido, estimulado, encantado, interesado, por los primeros dos o tres capítulos, hasta el final de la escena del cementerio; y luego se volvió aburrido, irritante. Tom, el gran Tom (Eliot), piensa que esto está a la par de Guerra y paz. Me parece un libro analfabeto, mestizo; el libro de un hombre trabajador autodidacta, y todos sabemos lo angustiantes que son, lo egoístas, insistentes, crudos, sorprendentes y, en última instancia, nauseabundos. Cuando uno puede tener la carne cocida, ¿por qué tener la carne cruda? Pero creo que si eres anémico, como lo es Tom, hay gloria en la sangre. Siendo bastante normal, estoy lista para los clásicos otra vez. Puedo revisar esto más tarde. No comprometo mi sagacidad crítica. Planto un palo en el suelo para marcar la página 200.
Miércoles 6 de septiembre de 1922: Terminé Ulises y creo que es un error de tiro. Tiene su parte de genialidad, creo; pero no deja de ser algo inferior. El libro es difuso, pretencioso. Es pura sangre, no solo en el sentido obvio, sino en el sentido literario. Un escritor de primera categoría respeta escribir demasiado para ser complicado; alarmante; haciendo acrobacias. Me recuerda todo el tiempo a un niño de la escuela que está en la pizarra, lleno de ingenios y poderes, pero tan tímido y egoísta que pierde la cabeza, se vuelve extravagante, educado, alborotado, molesto, hace que la gente se sienta apenada y uno espera que salga de ello; pero como Joyce tiene 40 años, esto parece poco probable... Siento que una miríada de balas diminutas salpican una y otra vez; pero no se consigue una herida mortal directamente en la cara, como en Tolstoi, por ejemplo; pero es completamente absurdo compararlo con Tolstoi”.
Y el Ulises ha sido considerado como el gran libro del siglo XX, tiempo después de la lapidaria narrativa de la Woolf. Pero es eso exactamente lo que ocurre con los libros más leídos: por igual tendrá adeptos como detractores.