Los escritores cuentan cómo se convirtieron en lectores

Martes 15 de abril de 2025
Hoy le toca a Kike Ferrari, que acaba de publicar nueva novela: Si estás leyendo esto (Fondo de Cultura).
Por Kike Ferrari.
Creo que hay tres o cuatro momentos que iluminaron mi vida de lector como un rayo.
Pienso en cuando a los siete u ocho descubrí la profunda verdad que habita en la ficción y que enfrenta la hegemonía de lo real ("mamá, podemos contactar al escritor y decirle que vimos al nene para que no siga estando tan triste") o cuando, meses después, mi papá, que no era lector, que nunca había terminado una novela, me regaló mi primer libro, Los Tigres de Mompracem ("este es un regalo importante, Kike, no es una pelota o un autito: esto es lo que nos separa de los monos").
Pero hoy quiero recordar el momento que, me parece, definió toda mi aproximación posterior a la literatura: una apropiación expropiatoria y un poco clandestina, una actividad privada aun en el espacio público en la que el objeto material es siempre el texto.
Yo tendría once años, quizá doce. Los sábados a la mañana le decía a mi vieja que me iba a la plaza o a dar una vuelta y me iba a Avenida Corrientes, desde Callao hacia el centro, a recorrer librerías de usados, leer una o dos páginas de este o aquel, imaginar cuáles me gustaría tener por el título o el nombre del autor.
Un sábado cualquiera, en una mesa de saldos cualquiera encontré una pila de ejemplares de Conan, el Conquistador, de Robert Howard. No hacía mucho que el heavy metal había llegado a mis oídos (todo es descubrimiento a esa edad) y la portada del libro (un guerrero musculoso, con una espada gigante y un casco de acero frente a un cielo de rayos y tormenta, le hablaba directamente a esa estética.
No lo pensé demasiado. Miré a un lado, al otro y me robé uno.
Salí apurado y asustado de la librería, y unas cuadras más allá me senté en un umbral a leer.
Una hora después me di cuenta de la disyuntiva en la que estaba: no podía volver a casa con algo robado.
Así que lo dejé en el umbral.
La semana fue larga.
Pero el siguiente sábado repetí la operación. Y el otro. Y el otro. Hasta terminar la aventura -en edición de bolsillo- de la resistencia del rey de Aquilonia y los suyos ante el invasor de la bandera de dragón.