Lo peor no son los autores
Un encuentro de editores
Martes 05 de abril de 2016
Laura Leibiker, directora editorial del área de literatura infantil y juvenil para Argentina y Chile de Norma/Kapeluz, Natalia Méndez, docente de la cátedra Introducción a la actividad editorial de la carrera de edición en la UBA y editora en Edelvives, y Raquel Franco, que desde hace 4 años dirige Pequeño Editor, participaron de un encuentro en el que hablaron de las diferentes problemáticas de la literatura infantil y juvenil en la Argentina: el rol de la escuela, los criterios de publicación, las relaciones con la literatura para adultos, el espacio que le dedican al libro electrónico. Moderó la charla Patricio Zunini. Aquí la transcripción del encuentro.
Para empezar, quería proponerles que contaran la propuesta de cada editorial.
Laura Leibiker: Ustedes saben que hay unas novedades bastante impactantes respecto de la pertenencia de Norma a un nuevo inversor. Internamente hablamos sobre nosotros: qué somos, qué podemos aportar, cuál es nuestra identidad. No es fácil para una editorial como Norma, que tiene muchos años en el mercado y ha tenido muchos editores, encontrar una identidad propia sostenida en el tiempo. También es cierto que cuando uno mira el catálogo de Norma se puede ver un modo arriesgado de encarar la literatura para la escuela, sobre todo en las colecciones juveniles como Zona Libre, que ha tomado ciertos riesgos temáticos y estilísticos que otras colecciones en el mismo target no tienen. No sé si podría definir cómo es estrictamente porque es un catálogo amplio, porque han pasado muchos autores, porque ha habido autores que crecieron dentro de la casa y después se han ido, hay nuevos autores. Es un catálogo variado, de calidad, donde las ilustraciones están supeditadas al texto —no son colecciones ilustradas salvo la colección Buenas Noches—, donde primero convocamos a los autores y luego a los ilustradores. El equipo que está a cargo intenta continuar la tarea que se venía haciendo. Tratamos de hacer un trabajo de mucha honestidad intelectual, en el sentido de seleccionar textos que nos parezcan interesantes para llegar a los chicos o a los jóvenes. Por supuesto somos una editorial comercial, necesitamos vender una cantidad importante para sostener la estructura y entonces también pensamos en esos términos: pensamos en títulos que puedan resultar interesantes y atractivos, y a la vez que puedan venderse bien.
Natalia Méndez: Edelvives tiene en la parte que a mí me toca, que es la edición local, un parecido a lo que Laura cuenta de Norma. Son colecciones con el fuerte en la literatura y no en la parte gráfica, que en general se vende gracias a la promoción a escuelas. Siempre se piensa en esa especie de doble pata o de la posibilidad de entrar en la escuela. Los grandes libros ilustrados, que por ahí es lo más conocido de Edelvives, se hacen en España. El trabajo editorial que a mí me toca tiene más que ver con la parte literaria. Con la lectura de texto.
Raquel Franco: Pequeño Editor nació de la mano de Diego Bianki y Ruth Kaufman en 2002, en un momento en el que, como dicen ellos, no había espacio para publicar géneros como poesía ilustrada, libro álbum, textos híbridos. Había editoriales señeras en Francia en la década del 90 y ellos querían producir algo de eso acá, con ilustradores y escritores que no trabajaban puntualmente para niños. Desarrollaron Pequeño Editor con expectativa comercial nula, expectativa de supervivencia nula, expectativa de construcción del catálogo nula. Era una aventura. Los primeros libritos tenían un formato de fuelle y empezó a haber cierta recepción de la crítica, pero de las librerías y los niños olvídense. No había un sólo niño; mejor dicho: no había un solo padre que percibiera que ese era un libro para niños. Pequeño vivió durante algunos años más del glamour que del dinero: ganaba premios en las ferias internacionales, era muy interesante, era de las primeras cosas que se hacían en Latinoamérica, artistas de otros países querían participar, pero los libros funcionaban muy poco en las librerías. A partir del 2005-2006 empezaron a haber algunas compras del Estado argentino y del mexicano, que le dieron a la editorial la oportunidad de pensarse como una editorial, es decir: como un catálogo para pensar, para estructurar y para definir su identidad. Paulatinamente se fue construyendo un catálogo que trató de mantener la identidad de una fuerte apuesta de la impronta gráfica, y no me refiero solo a la ilustración si no a un diseño que sume significación a la ilustración y al texto, que tenga una propuesta lúdica con formatos híbridos y cruces entre lo artístico, lo informativo y lo narrativo. Así desarrollamos algo que ahora se hizo bastante popular, que es la poesía construida como libro álbum: un poema, un libro. Eso le dio a la poesía cierto empuje, porque ya no se leían 25 poemas si no que era posible llegar a la escuela o a los chicos con una poesía. Y para los padres o los adultos que eligen los libros, para quienes a veces la poesía era intimidatoria, empezaba a funcionar. En este recorrido, Pequeño trató de hacer cada vez más rico, pero más inteligible su catálogo.
Es muy interesante cómo las tres instituciones —escuela, Estado y familia— atraviesan a la propuesta editorial de cada sello. Pero para ir al negocio, cuando Norma cierra la división para adultos queda funcionando con mucho éxito la parte de literatura infantil y juvenil; cuando se vende Alfaguara Santillana se reserva los sellos para niños. Por lo que ustedes están contando y por aquellas experiencias de los grandes sellos que sostienen la parte infantil, parecería que la literatura infantil y juvenil es un negocio viable.
Natalia Méndez: Antes de Edelvives trabajé en Norma y antes trabajé en Random House y conozco muy bien el catálogo de infantil: había libros que llevaban 10 años en el catálogo con 45 mil ejemplares vendidos. Son bestsellers silenciosos. Los catálogos de literatura infantil son más estables, más consistentes en el tiempo, más acordes a la vieja idea que un sello editorial construye el catálogo a largo plazo. Si uno analiza qué se vende de novedad y qué de fondo editorial, es otra proporción cuando lo ves en infantiles. Las curvas de ventas funcionan muy diferentes. En general, empiezan más lentos, pero se pueden vender todos los años una misma cantidad de ejemplares; en cambio en adultos, en grandes editoriales, cuando a los seis meses no se vendió se salda.
Laura Leibiker: Además, una diferencia con las editoriales para adultos son los costos. Hay libros que van a tener un lanzamiento muy significativo, con prensa, con una difusión. Hay anticipos significativos y hay costos más allá de la hechura del libro muy importantes. En la literatura infantil, los costos son limitados, pero sabés que hacés un libro que se va a quedar muchos años en el catálogo y que, lentamente, va a recuperar su inversión. Cuando uno trabaja en un catálogo infantil en relación con la escuela, uno, como editor, piensa en el destinatario. No hay un editor que pueda no pensar en el destinatario. El escritor puede no pensar en el destinatario, el ilustrador puede no pensar en el destinatario. Pero el editor no tiene otro remedio que pensar en el destinatario y en el mediador. A veces el destinatario es el mediador y no el lector. Uno tiene que pensar que un docente tiene que comprar, entre comillas, el texto. Apropiárselo, sentir que lo puede trabajar en el aula. A veces hay textos que son de una enorme calidad literaria y uno como editor siente limitada la posibilidad de llegar con ese libro al mediador y por ende al lector. Uno es honesto si entiende cuáles son los límites del lugar donde trabaja. A veces los límites los pone uno, pero de algún modo uno va viendo que hay ciertos libros que son más bienvenidos.
Raquel Franco: Natalia hablaba de los longsellers, que pueden vender 45 mil ejemplares.
Natalia Méndez: Sí, claro: libros que venden 45 mil ejemplares en 10 años.
Laura Leibiker: Nosotros tenemos libros que vendieron 500 mil ejemplares, y nadie los conoce. Seguro que todos los leyeron, todos los pibes los leyeron, pero los adultos no los conocen.
Raquel Franco: Pongamos un ejemplo: Sapo en Buenos Aires, de Gustavo Roldán. Hace 10 o 15 años que lo siguen leyendo todos los chicos de tercer grado de todas las escuelas del país. No es el caso de ninguno de los libros de Pequeño Editor. [Risas] Pero, por qué es interesante: porque Pequeño Editor tiene que sobrevivir pese a que no logra tener longsellers en su catálogo. La idea es sostener el catálogo por su coherencia y su concepto.
Natalia Méndez: El catálogo infantil, como te sale menos producirlo, como tenés menos inversión, podés sostenerlo con 500 ejemplares al año.
Raquel Franco: Lo que hasta ahora se salvaba el libro infantil era de estar preso del mercado de la novedad, que es lo que le pasa a los libros de adultos de los grandes sellos. Muchas editoriales se sostienen con tres novedades recontra exitosas que salvaron el trimestre. Hasta ahora el mercado del libro infantil estaba a salvo. Con la explosión del libro álbum ya está metiéndose en eso.
Natalia Méndez: Y el juvenil.
Raquel Franco: El cross over; ahora sí está entrando en eso y la librería pide eso. Y cuando digo la librería, lo digo como uno de los actores principales de la industria que permite que un catálogo que no entra en la escuela se mueva.
Laura Leibiker: El problema es que la escuela es un actor mucho más conservador. Todavía está leyendo los libros que sacamos hace tres años. Recién está empezando a sostener eso. Entonces tenés que mover las novedades por otro lado. Son los primeros dos años que tardan entre que hacés la promoción escolar...
¿Cómo se entra a la escuela?
Raquel Franco: El costo que tiene para una editorial entrar a la escuela es casi todo el costo del libro. La gran inversión que hace la editorial es la comercialización de sus libros porque además los tiene que sostener en el tiempo, para aguantar ese catálogo, mantenerlo vivo y seguir empujando a libros que tenés hace tres años.
Natalia Méndez: La diferencia es que Norma y Edelvives son editoriales que toda una división de libros de texto. La fuerza de promoción es esa. La colección de literatura infantil no puede pagar ese equipo de promoción, no puede sostenerlo. Por eso en Pequeño Editor no lo tienen. Las editoriales que sólo hacen literatura y no libros de texto tendrán otras maneras de llegar a los docentes, pero acá es una especie de ventaja.
Raquel Franco: Para generalizar un poco y que no quede entre “estas editoriales y Pequeño”, Pequeño representa a un gran grupo de editoriales con este tipo de catálogo y este tipo de propuesta...
Podría estar en el lugar de Pípala, pero ahí está el respaldo de Adriana Hidalgo.
Raquel Franco: Pípala imprime todo afuera. Eso le permite entrar a la industria argentina con libros en tapa dura, con mayor cantidad de ejemplares y mejor papel. El modo en que cada editorial va estructurando su producción, el modo en que construye el catálogo… Pípala tiene elementos que le permiten posicionarse de otra forma. Tiene a Adriana Hidalgo que la empuja mucho en la librería. No entra sólo como Pípala. La distribución es otro ingrediente interesante. Cuando entra en la librería entra con una presencia mucho mayor.
Laura Leibiker: Cuando Norma tenía mesas cautivas con sus novedades para adultos, los libros de literatura infantil y juvenil de Norma estaban en todas las librerías sin dudas. Que es lo que pasó muchos años con Alfaguara. Pero cuando perdés la línea para adultos, perdés también una forma de presión para la librería. Ya no sos un proveedor tan significativo porque, salvo que la librería acceda a las compras escolares, un papá viene cada tanto. Tenés mucho menos margen de negociación. SM, por ejemplo, recién ahora está entrando en librerías, porque nunca tuvo adultos. La verdad es que es bien diferente cuando vos tenés adultos y chicos en la misma editorial.
Recién les preguntaba cómo se hace para entrar en la escuela y yo mismo interrumpí la respuesta. Pero voy a sumarles algo más a la pregunta: en la bajada del panel decíamos que el editor es primer crítico de un libro. Para ustedes como editoras, ¿cuáles son los intereses principales para contratar un texto?
Natalia Méndez: Es un ejercicio muy diferente a la lectura del domingo a la tarde o a la del subte. Ponés al mismo tiempo muchas contradicciones en juego: qué van a decir los promotores, los docentes, los padres, los chicos. En estos años de trabajo, creo que lo que más me enorgullece, es haber aprendido a confiar en mi subjetividad. Al principio, mi palabra favorita era ser “profesional”. Hoy sé que algo que elijo yo es porque soy yo y yo soy yo hoy. Me ha pasado mil veces leer un texto pensando que lo voy a rechazar, y como no doy la respuesta en varios meses, cuando tengo que darla lo vuelvo a leer y lo contrato.
Laura Leibiker: Eso se llama "culpa". [Risas]
Natalia Méndez: No, porque también me pasa al revés. Una cosa fundamental para mí es el catálogo donde va a salir publicado. Si te viene una novela con un nene que encuentra un pajarito y a los dos meses te llega otra, no la podés contratar. Pero digo: confiar en la subjetividad del lector, estar haciendo malabares con toda la información en la cabeza, pero a la vez encontrarle algo al texto. Está la novela Felicidad Marca Registrada, lo que me encanta de esa novela es que la trama tiene que ver con un libro de autoayuda que funciona y cambia el paradigma del mundo. A todo el mundo le funciona, menos al editor. Es interesante, porque es que más la lee, se la sabe de memoria, la marca, la corta, la arregla, y es el único que no descubre la felicidad nunca porque lee con otra especie de cerebro. Eso me parece brillante.
Raquel Franco: Es una linda metáfora del editor.
Laura Leibiker: Es cierto que uno lee desde el catálogo. Para mí es fundamental. Si yo ya tengo un libro donde hay un nene que sufre porque el hermano tiene sida y me llega otro libro así, ya no puedo, no tengo manera...
Natalia Méndez: Y en general es lo que te llega, porque la gente dice “Estos publican cosas de hermanos con sida”. [Risas]
Laura Leibiker: Por eso uno tiene que transitar desde el catálogo. Lo primero que hay que hacer cuando uno entra en una editorial es leer todo el catálogo. No hay manera de empezar a seleccionar textos si no. Yo también, como Natalia, creo que uno lee desde su propia historia. Para mí es fundamental que un libro me conmueva, todo lo demás lo puedo negociar. Por supuesto, si el libro está muy mal escrito, claramente no, pero en general no me conmueven los textos mal escritos. Porque también me conmueve la forma, no es sólo el contenido. Si un libro atraviesa eso, yo le busco un lugar. Y a veces empujo un poquito para los costados porque ni el catálogo ni lo que uno tiene en mente es tan rígido. Cuando nos entusiasmamos con esos textos que nos conmovieron, que vienen a tocar un tema del que todavía no hemos hablado, somos las primeras vendedoras del libro. Y eso es lo que internamente en la editorial hace que el libro funcione. Con el tiempo, casi se puede empezar a predecir qué libro va a funcionar porque uno le ve la cara al promotor cuando se lo cuenta. Preguntabas cómo se llega a la escuela. Se llega porque hay un promotor que se entusiasmó, que lo leyó, que te escuchó, que compró la idea que tenías cuando editaste el libro y que sale con ese empuje a la calle y eso llega al docente.
Raquel Franco: ¿Cuántas novedades sacan Edelvives y Norma por año?
Laura Leibiker: Tenemos algunas locales y algunas globales. En total serían unas 18.
Natalia Méndez: Nosotros lo mismo, más o menos 20. Pero la mitad vienen del catálogo de España. Yo no tengo un número fijo tampoco.
Raquel Franco: Nosotros publicamos 6 al año. Con lo cual el proceso de selección es... luchadísimo.
Natalia Méndez: Bueno, nosotros estamos sacando más o menos 10 argentinos, no es mucho más.
Raquel Franco: Coincido en que hay un primer impacto que es de la forma, qué concepción del uso del lenguaje tiene ese autor. Eso se hace evidente en las tres primeras líneas. Y hay que atravesar eso porque cuando no está bien escrito pero es poderoso, sabés que tenés trabajo por delante, mucho trabajo de edición. Qué otras cosas salvan a ese original: un concepto interesante, en el caso de un libro álbum una metáfora gráfica poderosa que va más allá del texto, la moral del relato, una falta total de complacencia con la realidad que te parece muy tentadora, una mirada nueva sobre un mismo tema. Nosotros hacemos muchos libros sobre ideas propias. Por ejemplo, el libro de las nubes que lo terminamos desarrollando nosotros es un libro sobre las formas que vemos en las nubes. No es una narración ni una poesía, es una propuesta gráfica y fotográfica para que el lector pueda dibujar lo que ve. Y al mismo tiempo se acompaña de textos informativos sobre las nubes. Tuvo tres años de desarrollo. Al principio era “Uy, qué lindo sería hacer un libro con el cielo”. Entonces, no es un original el que te viene, es una idea sobre la que tenés que trabajar. A veces llegar un original con una idea a la que podés convertir en un concepto más global. Y después hay mucho trabajo del editor.
La típica imagen del director de una editorial independiente es la de quien está detrás de escritorio tapado de originales. Siempre se dice que a Chitarroni no se lo veía porque la pila de originales lo tapaban. ¿A ustedes les pasa lo mismo? ¿Cómo hacen para que no crezcan los pendientes?
Laura Leibiker: Inventamos premios. El premio es la dirección que toman los originales que no podés leer. Ahí, por supuesto, se lee todo. Hay un equipo de lectura de originales para premio. Yo trabajaba en SM antes y tenía la misma estructura: con el premio El barco de vapor se lee todo.
Natalia Méndez: La ventaja es que, como ahora los archivos son digitales, nuestros escritorios ya no parecen la mesa de Chitarroni. Yo, que no tengo premio para derivar, intento leer todo, obviamente hay veces que pasó tiempo y no lo leí y el autor sobreentiende que no, lo llevó a otra editorial y entonces lo veo publicado. Bueno, lo saco de mi lista de pendientes. Hay cosas que son muy fáciles de rechazar. En este sentido: hay cosas que por género o por formato puedo decir que no con más facilidad o tranquilidad. Por más que el proyecto me encante, no tengo lugar para publicar.
Laura Leibiker: El editor no es sólo un selector de lo que recibe, es un buscador. Raquel recién hablaba de un libro que imaginó ella. O imaginó la editorial. Muchas veces vos estás saliendo a buscar. O sabés con qué autores e ilustradores querés trabajar. No significa eso que no vayas a abrir oportunidades para otros, pero si vas a hacer 15 libros en el año, ya sabés que tenés 10 espacios cubiertos con autores que venís trabajando. Cuando llega un libro tiene que ser algo que de verdad sea diferente, que te proponga algo distinto. Si es algo muy parecido a lo que tengo no voy a comprarlo.
La escuela está muy presente en todas las charlas del ciclo que tuvimos hasta ahora y creo que va a estar presente en todas las que faltan. Pero: ¿con qué fuerza taxonómica la edad que viene asociada al libro que dice “para 6”, “para 8” es cierta? Y, por otro lado, cuando piensan un libro, ¿también piensan en la exportación?
Raquel Franco: Sobre el tema de la edad lectora está bueno lo que pasó con Pequeño Editor porque de mi mano y de la mano de Ruth siempre ha tenido la impronta sobre qué libros son mejores para que los chicos se inicien en el camino lector. Eso significa que planteen pequeños desafíos pero también facilidades para la lectura. Muchas veces el trabajo de edición tiene que ver con la idea de que está formando un lector. Entonces al principio no pusimos la edad del lector. Lo que hacíamos era poner “lector inicial”, “buen lector” y “lector inicial con lector experto”. Cuando empezamos a entrar a la escuela, todo eso lo tuvimos que tirar. No era legible para nadie. Era legible para los expertos en la lectura, para los críticos y para algunos editores, pero para la escuela no significaba nada porque la escuela necesitaba un libro para los “chicos de tercer grado”.
Natalia Méndez: Nosotros sin embargo hicimos el camino inverso. La colección Ala Delta, que es la colección más fuerte a nivel escolar, que está diseñada en España también tenía una indicación de “a partir de tal edad”. Pero hace unos meses decidimos cambiarlo a nivel lector. La diferencia es que a los promotores les sigue funcionando por edad y en el catálogo esa indicación sigue estando. Es como una especie de acompañamiento del texto. Si la librería o el docente necesitan saber la edad, existe esa información. Pero en el libro no dice porque nos pasaba que dentro de la misma serie teníamos niveles lectores muy diferentes. Nos pareció más amplio dejarlo en el libro como un nivel lector y que no tenga la marca esa de edad.
Raquel Franco: Pero eso es súper interesante como tema, porque muchas veces tenés textos breves que quizás son mejores para chicos que todavía no tienen una gran experticia lectora, pero que a la vez tienen una profundidad o un nivel de abstracción que los hace para lectores expertos. Necesitás alguien con más edad para esa interpretación. Eso pasa mucho en el libro álbum.
Laura Leibiker: Las colecciones dadas como Torre de papel, Ala delta o El barco de vapor tienen una extensión media por colección, por edad. Entonces termina pasando muchas veces que te encanta una novela o te encanta un cuento pero no te da el tamaño para la edad, y terminás forzando para los más chiquitos algo que debería ser para los más grandes, pero como es muy corto... A veces dejás afuera un texto que te gusta porque no tenés claro dónde ponerlo, porque si a una colección la estirás todo el tiempo deja de ser lo que era. Entonces por más que el texto sea divino, si no estás haciendo novelas de 250 páginas para chicos de 7 años… Quizá haya un mercado en algún momento. Harry Potter nos tapó la boca, pero por el momento no es visible.
Raquel Franco: Pero no empezó así. Lo lindo sería ver el cambio que ustedes hicieron [a Natalia Méndez] en un año, para ver qué pasó con esos libros a los cuales dejaste en una clasificación un poco más híbrida.
Natalia Méndez: Claro. Pero como ese libro sigue estando dentro de un catálogo, dentro de un formato, sigue funcionando ese marco de edad. Los docentes ya saben que los de serie Roja son para primero, segundo, tercer grado. Nosotros teníamos un “A partir de 5 años”, que se daba acá hasta tercer grado. Entonces el nene de tercer grado con ocho o cumpliendo nueve, se moría cuando veía “5 años”. Y con razón. Tiene más que ver con eso; pero sí puede ser que no funcione.
Laura Leibiker: Por suerte muchas veces la escuela desafía eso. Entonces ves que un libro de Zona Libre, que es para la secundaria, lo están leyendo en quinto grado. A la maestra no le importa nada lo que pensaste porque ella cree que sus pibes están disfrutando ese libro, porque comparten la lectura en voz alta o porque lo discuten en clase, porque había un nene que tenía una problemática similar y entonces le pareció que... Más allá del interés de las editoriales, lo ideal sería que la escuela fuera mucho más independiente.
Las traigo a la otra parte de la pregunta, que tenía que ver con las importaciones.
Natalia Méndez: Nosotros no.
Raquel Franco: Absolutamente sí. A tal punto que traicionamos nuestras convicciones y utilizamos el español neutro y no el voceo. El mercado argentino es pequeño para lo que necesita una editorial para sobrevivir. Además, el libro ilustrado y el libro álbum tienen una fuerte presencia y vitalidad en Latinoamérica. España tiene demasiado y tiene propio; tus libros tienen que ser legibles para Latinoamérica. En el caso de Pequeño Editor, hemos ganado visibilidad a lo largo de los años y algunos títulos tienen mucha presencia, algunos los han comprado editoriales mexicanas para hacer sus propias ediciones. Pero tenemos que olvidarnos del español rioplatense.
Laura Leibiker: Como Norma es una editorial latinoamericana tenemos un cierto fluir de algunos libros, cada tanto, sin mucho orden, entre los países. Últimamente muchos libros argentinos están saliendo a Latinoamérica a través de la propia casa Norma, donde cada editor tiene potestad absoluta para elegir lo que quiere del catálogo de otro país. No es que yo tenga imposición por traer libros de México o Colombia si no los quiero. Últimamente me cuesta más traer libros que mandar libros. En la Argentina hay muy buenos escritores, sobre todo en literatura juvenil, que están tomando temáticas y están abordando cuestiones que en otros países todavía no hay llegado a desarrollarse tanto. Entonces hay muchos libros de autores argentinos que están viajando. A veces ocurre, si los lectores son más chicos, y en lugar de ser juveniles son infantiles, que los editores me piden tocar algunos textos. Eso se habla con el autor. Si el autor está de acuerdo no hay problema. Si es Norma Huidobro no. Norma dice que Anita Demare nació en Barracas y habla como alguien que nació en Barracas, no puede comportarse como una mexicana. Si a los chicos mexicanos les gusta, bárbaro, y si no, no. Hay autores que tienen eso muy claro. Y hay otros autores que construyen personajes que no les molesta demasiado que haya algunos retoques.
Natalia Méndez: A nosotros nos pasa en las dos direcciones. Como Edelvives tiene hace poco casa en México y están empezando la colección, se llevan muchos libros locales a México. De lo que se decide publicar allá, en general, los editores necesitan cambiar cosas del lenguaje para los chicos mexicanos. Siempre se le consulta al autor. Y al revés, para el catálogo argentino, que sí incluyo autores extranjeros, especialmente de España, en general, hacemos una adaptación del lenguaje y tratamos de que sea lo menos posible madrileño. Si es un texto donde no pasa nada, se puede. Si transcurre claramente en Madrid yo sólo toco ciertos verbos que sabemos que complican en el aula. Y también, teniendo en cuenta la edad, para los más chiquitos toco más y para los adolescentes toco lo menos posible.
Por una cuestión de tiempo me voy a quedar sin poder hacerle preguntas sobre el rol del Estado, subsidios, etc. Les hago una pregunta más y después abrimos al público. Hasta ahora hemos estado hablando de papel: ¿el libro electrónico es una problemática de la literatura infantil y juvenil?
Raquel Franco: ¿Puedo contestar yo que tengo la respuesta más fácil? Para el libro ilustrado no todavía. No hay una tecnología que, por el momento, pueda replicar la materialidad del libro y el modo en que se construye una página, cómo se pone la tipografía sobre la ilustración y cómo la tipografía es ilustración. Además hay, por lo menos en Argentina y en Latinoamérica en general, una cultura de que el niño pequeño, que es el destinatario principal del libro ilustrado, necesita todavía el libro en papel para vincularse con los libros y la cultura letrada, etc. Por lo tanto, para el libro ilustrado todavía no. Lo que habría más cercano serían las aplicaciones, las apps, pero no son una competencia significativa.
Natalia Méndez: No sé cómo lo ven ustedes, pero para nosotros, pensando en lo que ya venimos hablando, que el canal principal es la promoción escolar, en la escuela todavía funciona el libro. Entonces todavía no recibimos ese acuse.
Laura Leibiker: A lo sumo, lo que puede pasar en la escuela es que, además del libro en papel, te pidan el libro en digital. Pero no he escuchado que una escuela pida sólo el libro digital. No ha pasado todavía y lo que se ve en la curva de ventas en general del libro digital es que tuvo un despegue y todos pensamos “Acá está la posta”, pero se quedó ahí, flotando en ese número que todavía no resulta significativo. Corrimos todos a rehacer los contratos con los autores porque había que decidir qué porcentaje se le iba a pagar a un autor, pero todavía no ha pasado demasiado con eso. Naturalmente va a llegar, es lógico, estamos repletos de dispositivos y es cierto que los chicos manejan y leen en dispositivos, pero todavía no es exactamente lo mismo que encuentran en el papel. Son aplicaciones, juegos, cierto tipo de historias jugadas o intervenidas. El libro clásico con un desarrollo narrativo donde la intervención del lector es la lectura y no poner un objeto en el medio del libro y hacerlo jugar con los personajes, eso por ahora parece...
Raquel Franco: Habría que preguntarse si no hay un sesgo de edad. Me pregunto si alguien que se ha hecho un lector adicto a los 13 o 14 años ya no utilizaría un dispositivo como un recurso más.
Natalia Méndez: ¡Es que lo utilizan! Pero fuera de la escuela.
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