Las mujeres que no leímos: llegó la hora de ajusticiar el canon
Ciclos, debates y talleres
Miércoles 11 de abril de 2018
Hace unas semanas, un grupo de escritoras decidió hacer un experimento: dejar en sus bibliotecas sólo libros de mujeres. El resultado no las sorprendió. Ahora, ciclos y talleres de lectura buscan reponer el lugar de las mujeres en la literatura y repensar su circulación. Inés Acevedo, Ana Ojeda y Jimena Néspolo se refieren a sus proyectos y experiencias.
Por Valeria Tentoni.
Hace unas semanas, un grupo de escritoras argentinas –Inés Acevedo, Mercedes Halfon, Marina Gersberg, María Lucesole, entre ellas– decidió hacer un experimento: dejar en sus bibliotecas sólo los libros escritos por mujeres. El resultado, ¡oh, sorpresa! fue impresionante (al final de esta nota hay fotos de algunos antes y después). “Esta biblioteca semidesnuda da mucho que pensar. Como dijo Andrea Giunta, no solo se trata de luchar por la inclusión de las mujeres en las manifestaciones artísticas (inclusión: palabra problemática que bordea lo denigrante, agrego yo) sino también de notar que, como sociedad, nos estamos perdiendo de apreciar una cantidad de sensibilidades artísticas que, de ser visibles o escuchadas, cambiarían el mundo”, escribió la autora de Jajaja. "El resultado fue de una pobreza total de libros de mujeres. Allí nos dimos cuenta de que nos criamos en un canon pobre, mayormente masculino", agrega, consultada ahora.
"En la literatura actual está creciendo el fenómeno de 'mujeres que escriben' y que es como una especie de giro del márketing que muchas veces se vacía de contenido o se queda en falsas preguntas como ¿sobre qué escriben las mujeres?, ¿cómo es su mirada?, etc. que no están sumando, porque preguntan por la literatura femenina como si hubiera algo específico de una femineidad en la literatura, como si ser mujer fuera ser diferente, lo cual nos recoloca directamente en un plano viejo: la mujer como un ser especial que tiene una mirada femenina, que es 'diferente' y ese es el tipo de señalamiento del que nos queremos deshacer", explica Acevedo. Justamente, junto a Paula Peyseré se encuentra preparando por estos días el taller "La carta robada": "La idea es buscar autoras que siempre estuvieron ahí, pero que no fueron vistas. Algunas tienen brillo propio; otras son mencionadas o citadas por personajes que ya son del canon, como Sarmiento en sus cartas a Aurelia Vélez. Tomaremos lo que se pueda (a la manera terrible de Sarmiento. “Las cosas hay que hacerlas. Aunque sea mal, pero hacerlas”): si Aurelia Vélez nunca publicó un libro, pero escribió textos que sobrevivieron gracias a Sarmiento, tomaremos las cartas de Aurelia Vázquez a Sarmiento. Esas cartas serán como salvavidas de Aurelia y, robando esas cartas, las colocaremos en un canon. Otro ejemplo de carta robada es María Elena Walsh, que tiene un poema sobre la transexualidad y que obviamente nunca lo leímos. Ese poema no lo borró, no lo rompió, no lo quemó. Así que también podemos tomarlo. La hipótesis es que ningún texto vale por sí en un canon. Los canones se inventan, así que podemos inventar el nuestro. El contexto ha cambiado y es hora de sacudir viejas estanterías".
¿Leyeron a Juana Manuela Gorriti, Rosa Guerra, Fina Warschaver, Eduarda Mansilla? ¿Las leyeron como leyeron, por ejemplo, a Leopoldo Lugones? ¿Por qué? La pregunta acerca de cómo se construye el canon literario hasta hace un tiempo apenas se hacía cargo de este problema. Muchos no cuestionaban, por ejemplo, que en los programas de estudio de la carrera de Letras de la Universidad Nacional de Buenos Aires casi invariablemente las bibliografías estuviesen ocupadas por hombres.
En la Feria del Libro próxima, algunas actividades de "rescate" ya pueden encontrarse en la agenda, como por ejemplo la mesa dedicada a Sara Gallardo en Zona Futuro. Mientras tanto, en San Telmo, la librería Caburé está alojando desde principios de año un ciclo que se propone reponer la atención debida a las mujeres que fundaron, también, la literatura argentina. Ana Ojeda -editora y autora de libros como Mosca blanca mosca muerta- y Jimena Néspolo -editora, investigadora y autora de Episodios de cacería, entre otros-, ambas graduadas de Letras, son las encargadas de motorizarlo.
El ciclo se presenta como un espacio para repensar el lugar de las mujeres escritoras que las preceden. En sus etapas de formación, ¿cómo encontraron el tratamiento que se les dio a las mujeres en los programas de estudio?
Ana Ojeda: Prácticamente nulo, sinceramente. La conformación de los programas en Puan estaba –al menos cuando yo cursé, alrededor del año 2000– muy desbalanceada en este aspecto. Me cansé de cursar materias con un 90% de escrituras masculinas. De hecho, para mí fue una sorpresa al terminar la carrera encontrarme con que había un montón de mujeres escritoras, contemporáneas, o de generaciones anteriores, circulando, siendo comentadas en reuniones informales, en ciclos de lecturas, cuyos libros pasaban de mano en mano. Todo ese movimiento no parecía, sin embargo, hacer mella en los programas académicos.
Jimena Néspolo: Yo me desvinculé de Puan cuando terminé mi doctorado –en las fechas en que cursaba Ana–, así que de ese período no puedo opinar. Sí recuerdo, de mi etapa de estudiante, el gran esfuerzo de Nora Domínguez por dotar de visibilidad a la literatura escrita por mujeres y levantar el Instituto Interdisciplinario de los Estudios de Género de la Facultad de Filosofía y Letras, a mediados de los 90. El problema es que la bocanada de aire fresco que los estudios culturales y la perspectiva de género intentaron sumar a los programas fueron rápidamente neutralizados por el rebrote conservador y anglófilo del “canon Bloom”, convertido de buenas a primeras en el santo padre de la crítica vernácula. En particular, debo confesar que la cuestión del canon o del anti-canon me tiene sin problema. La literatura es demasiado rica para preocuparse por cómo rankea en bolsa tal o cuál autor o autora, como crítica literaria me preocupan más otras líneas de tensión que pueden establecerse entre las series.
¿Cómo encontraron el campo editorial con respecto a las mujeres? ¿Creen que se están produciendo ya cambios en ese sentido?
A.O.: Este es un tema muy interesante, que tenemos que pensar seriamente, y con datos duros que aun no tenemos (yo al menos no conozco que haya números en este sentido). Mi sensación es que el campo editorial está bastante balanceado, no sólo porque se publican mujeres, sino porque tenemos cantidad de editoras en proyectos editoriales de todos los tamaños. Aunque parezca mentira, ayuda el hecho de que las editoriales buscan en buena medida el rédito editorial, con lo cual les da igual si es un hombre o una mujer quien escribe, mientras venda la mayor cantidad de ejemplares posibles.
Aun así, siento que falta mucho a nivel de la circulación, que los libros escritos por mujeres son, en promedio, menos reseñados, menos promovidos, son más de coto cerrado. Está naturalizado que a las mujeres las leen las mujeres, es como un nicho cerrado sobre sí mismo. Existen saludables excepciones: Samanta Schweblin, Mariana Enríquez, Liliana Bodoc, Claudia Piñeiro, pero detrás de ellas hay una cantidad enorme de escritoras que todavía esperan sus quince minutos de fama, que realmente les corresponden. Pensemos en Aurora Venturini, por ejemplo, en su recorrido literario, y está todo dicho.
J.N.: No tengo una visión positiva al respecto. Reconozco que quizá mi perspectiva esté teñida por mi propia experiencia: tengo demasiados inéditos y negativas incluso –o principalmente– de editoras mujeres. Casualmente logré publicar ficción en España antes que acá, y de un lado y otro del océano, hasta el momento mis editores han sido siempre hombres. Creo que las excepciones sólo cuentan para ratificar la norma. Que la representante del Fondo Monetario Internacional sea mujer no me enorgullece o representa para nada...
A.O.: Es verdad lo que dice Jimena, se repite también en mi caso. Pero: lo que no tengo claro es si la dificultad para publicar y circular se debe a una cuestión de género o a que nuestro medio editorial no termina nunca de profesionalizarse.
¿Por qué creen que es importante encarar actividades como estas para cambiar las cosas? ¿Cómo decidieron ir por este lado, cómo se les ocurrió?
A.O.: Pienso que estamos en un momento histórico crucial para las mujeres. Creo que los hombres tendrían que involucrarse mucho más con estos temas para repensar su lugar y el apoyo que le dan con su silencio al statu quo actual, basado en la explotación de las mujeres. Por otro lado, las mujeres tenemos que poner en la superficie nuestra voluntad, nuestro profundo deseo de que las cosas cambien. “Somos la mitad, queremos paridad”, como dicen las feministas paraguayas de Kuña Pyrenda. El ciclo surgió naturalmente, como expresión de hablar de todo lo velado, todo ese trabajo y esa literatura que habita la sombra proyectada por el canon actual, muy dominantemente masculino.
J.N.: En realidad la idea de armar un ciclo de lecturas se le ocurrió primero a Ana, y me pidió que la acompañara. A pesar de que estoy bastante tomada por la revista Boca de Sapo, todo el esfuerzo que supone dar vida a cada número, y que ya hay muchas tertulias o ciclos valiosos, me pareció que era importante atreverse al riesgo e intervenir en el presente con una actividad que demandara la presencia y la puesta en voz. Entonces empezamos a pensar qué vuelta original podíamos darle.
¿Cómo será la dinámica? ¿Serán siempre, como en el primer encuentro, mujeres exponiendo la obra de otras mujeres? ¿Por qué?
A.O.: Son reuniones mensuales, los terceros viernes de cada mes, en Caburé Libros. Homenajeamos la escritura de mujeres del pasado (y no tanto), convocando las voces de críticas y escritoras actualmente en actividad. Al finalizar, habrá un micrófono abierto para que quienes se acerquen lean sus propias producciones u opinen sobre lo comentado, o sucedido durante la charla. El porqué tiene que ver con el deseo de visibilidad y circulación. Y con dejar en evidencia que hay críticas y escritoras hasta decir basta.
J.N.: …para decir basta de ninguneo, pero también para recuperar la propia tradición literaria escrita por mujeres de un modo amoroso.
¿Qué autoras trabajarán? ¿Cómo conformaron esa lista?
A.O.: Los encuentros tratarán sobre las literaturas de: Juana Manuela Gorriti, Liliana Bodoc, Beatriz Guido, Rosa Guerra, Sara Gallardo, Aurora Venturini, Fina Warschaver, Silvina Ocampo, Eduarda Mansilla.
J.N.: No pensamos sólo en términos de autoras, sino también en términos de los problemas que esas autoras nos permiten encarar. Hay una cantidad de escritoras que también nos hubiera gustado sumar pero que debemos dejar para un segundo momento o ciclo.
Arrancaron con Juana Manuela Gorriti, ¿por qué vale la pena reponer atención sobre su obra?
A.O.: Vale la pena valorarla como un antecedente para que resulte evidente que la literatura escrita por mujeres viene de lejos, que las mujeres no empezamos a escribir (y publicar) ayer.
J.N.: En efecto, las míticas “veladas literarias” limeñas de Juana Manuela son insoslayables a la hora de pensar las prácticas de lectura y escritura del siglo XIX. Si bien Julio Cortázar la recuperó al articular la tradición del relato gótico en el Río de la Plata, su legado es mucho más valioso y extenso a la hora de observar el protagonismo de la escritora en la escena cultural ilustrada de la Patria Grande.
Próximas fechas
- 20 de abril: Fantasy y adolescencia: Liliana Bodoc. El público infantojuvenil.
- 18 de mayo: Cine y literatura: Beatriz Guido. Guionar el presente.
Antes y después
La biblioteca de Marina Gersberg, poeta y editora de Pánico el pánico
La biblioteca de Inés Acevedo, autora de libros como Quedate conmigo y Una idea genial