La última reescritura
A diez años de la muerte de Héctor Libertella
Jueves 20 de octubre de 2016
"La muerte de Libertella no ha significado que sus libros dejaran de editarse". A una década de su partida, se proyecta la publicación de sus obras completas para el año próximo. "Su mirada sobre la literatura argentina era única", dice uno de los entrevistados de esta nota coral que se interna en las profundidades de su producción.
Por Gonzalo León.
El 7 de octubre de 2006 murió Héctor Libertella (Bahía Blanca, 1945). Su agonía fue narrada por él mismo en La arquitectura del fantasma y por su hijo Mauro en Mi libro enterrado, donde escribe: “Desde su muerte, entonces, el apellido Libertella vuelve a cero. Yo tendré que encontrar el modo de inventarle de nuevo un origen, un relato, para así regar todos los días, a mi modo, el libro para la tierra”. Mauro se refiere al significado etimológico de su apellido, “libro para la tierra”. La novela, que además fue su primera obra publicada, tiene un tono profundamente emotivo y de algún modo dialoga con La arquitectura. En ambos se narra la muerte, pero los puntos de vista son tan diferentes que parece que ese diálogo no existiera o estuviera en distinta modulación. Héctor escribe en otro tono, más contenido, como si morir fuera sólo un paso más en la vida. Quizá por eso recuerda el nacimiento de su hijo: “En la sala de recién nacidos, Danubio Torres Fierro vio al bebé y dictaminó ‘¡Es Mauro’!”. A lo que Tamara Kamenszain, la madre, agregó: “¡Es Mauro y es David!”.
La muerte de Héctor Libertella no ha significado que sus libros dejaran de editarse. Al contrario, han continuado apareciendo con sorprendente periodicidad: Diario de la rabia (unas semanas antes de su fallecimiento), Zettel (2009), La leyenda de Jorge Bonino (2010) y A la santidad del jugador de juegos de azar (2011). Por si esto fuera poco, Marcelo Damiani compiló una reunión de crónicas y ensayos titulada El efecto Libertella (2010), en la que participaron muchos amigos y colegas que escribieron en torno a él y a su obra. Además, Rafael Cippolini —su albacea literario— y Laura Estrin están trabajando en un proyecto de obras completas, que en cuatro o cinco tomos debería empezar a publicarse el próximo año.
La obra libertelliana está conformada, salvo algunos libros como Las sagradas escrituras, por textos breves y reescrituras. Puede decirse que se trata de una escritura pensante o reflexiva, aguda, precisa, fragmentaria hacia el final, donde el cruce de géneros es una premisa que pareciera siempre cumplir. En una de las entradas de Zettel se puede leer: “En cuanto a los muchos debates sobre el futuro, ninguno incluye esta premisa: que el futuro ya fue. (Ojo. ¿Esto ya lo dije en El árbol de Saussure? Revisar)”. En otra entrada hace referencia al título de un libro que vendrá, lo que es muy curioso, porque se trata de un libro publicado póstumamente que habla de otro que también será publicado póstumamente: “Es santo, es santo perverso el jugador de juegos de azar. Discernir: 1) por qué no busca ganar o perder; 2) por qué jamás va a asumir esa vulgaridad; 3) qué es santidad en este tema; 4) qué es perversión”.
No es inusual que los textos de Libertella se encuentren en dos libros producto de su procedimiento de reescritura. Los cuentos de Cavernícolas están en libros individuales, e incluso póstumos, lo que demuestra esta obsesión. Para Esteban Prado, joven escritor que publicó hace unos años Libertella: un maestro de lecto-escritura, este procedimiento se basa en la recolocación y la sustracción: “La recolocación redefine las unidades de su lengua. Ya no trabaja con palabras sino con ‘destellos’, frases, sintagmas que de alguna forma se cristalizan y permiten su reutilización en nuevos contextos. La sustracción es la búsqueda del ‘hueso’. Para hablar de todo esto, él apela al vocabulario de la jardinería, la medicina y la química (‘poda’, ‘tejidos’, ‘trasplante’, ‘injerto’, ‘destilación’)”. Ricardo Piglia también usa este procedimiento, pero la diferencia es que el lugar que tiene la reescritura en Libertella es central: “La potencia performática y conceptual de su reescritura lo llevan a un límite de riesgo, casi de ‘malobrar’ su obra, haciéndola impublicable, inaccesible”.
Sin ir más lejos, en la contratapa de Diario de la rabia se narra la historia de ese texto: nacido como cuento con otro título y para ser publicado en inglés en una prestigiosa editorial londinense, repentinamente se volvió intraducible. Entonces agrandó el texto, lo convirtió en nouvelle y le cambió el título, para finalmente encontrarse con que el cuento sí había sido traducido. Libertella no sólo reescribe, pone en cuestión los géneros, o —por decirlo así— los define a su manera: diario, ensayo, nouvelle, autobiografía, crítica literaria, antología.
Hace casi veinte años hizo un recorte en dos tomos de los autores argentinos que debían leerse. En un tomo seleccionó veinticinco cuentos del siglo XX, con el epígrafe “(una antología definitiva)”, en el que figuraban Borges, Lugones, Saer, Fogwill; en el otro tomo seleccionó once relatos del siglo XX, con el epígrafe “(una antología alternativa)”, en el que figuraban Copi, Osvaldo Lamborghini, Wilcock, Aira. Héctor Libertella puso de manifiesto en estos epígrafes el eje centralidad/periferia o tradición/ruptura, cuestionando de paso el supuesto estatus inmutable de “lo definitivo” y “lo alternativo”. En el comienzo del prólogo del tomo de los relatos alternativos, y para que todo quedara aún más claro, se refirió en estos términos a la literatura de Borges: “Que por haber nacido un poco marginal y descentrada, por lo mismo terminó haciéndose centralmente argentina”. Borges, para Libertella, es tradición y ruptura a la vez.
Sin embargo, a él no le importaba ocupar ninguna centralidad. Como dice Ricardo Strafacce, que por años fue su amigo y vecino (solían compartir y discutir en el bar Varela-Varelita), “jamás lo preocupó la centralidad. En ese sentido, a su obra le sobró (si es que le sobró) borde”. En cuanto a su calidad de editor, Damiani cree que fue uno de los más lúcidos que conoció: “Su mirada sobre la literatura argentina era única, pero me parece que la que tenía sobre la literatura latinoamericana era aún mejor, porque era puntillosa y panorámica a la vez. Tenía la capacidad de encontrar al escritor fundamental de una zona mucho tiempo antes de que existiera Internet. Incluso hoy, con esta gran herramienta, la mayoría de los ‘editores’ no tienen idea de qué o a quién editar”. Esta mirada quedó plasmada en Nueva escritura en Latinoamérica (1977), donde detectó a los escritores post boom que había que tener en cuenta, entre ellos Enrique Lihn, Reinaldo Arenas, Manuel Puig, Severo Sarduy, Salvador Elizondo.
Cuando habla de esta nueva escritura aclara que “no ha de ser aquí, la de los jóvenes: tendrá apenas como referencia una manera de escribir trazada sobre cierta lectura activa de la tradición”. Observa que hay estéticas propiamente latinoamericanas: “La gauchesca no es triturada por la máquina europea de interpretar; el barroco no puede ser penetrado por la América sajona”. Detalla algunas de las características de esta nueva escritura llamando la atención sobre la necesidad de evitar lo latinoamericano como tipificación: “La habilidad para sobrevivir en los cambios de mercado, la producción de efectos plurivalentes y antagónicos para eludir toda matriz populista o liberal (El fiord, de Osvaldo Lamborghini), la prescindencia o la traición a los ‘géneros’ como formas de respuesta al menudeo de la política literaria; la farsa también, el grotesco”. Y es capaz de hacer una crítica a la crítica en este lado del mundo, sobre todo por un dualismo en la historia literaria: “La creencia en cierto color local como ‘universal’ (el latinoamericano), o la creencia en lo ‘universal’ abstracto –europeo– como modelo del ‘escribir bien’”.
La influencia o la mirada libertelliana no sólo fue importante para sus contemporáneos, también lo ha sido para las generaciones posteriores: Damián Tabarovsky, Martín Kohan, Laura Estrin y los ya mencionados Marcelo Damiani y Ricardo Strafacce. En todos ellos dejó su huella. Para Strafacce, es imposible separar lo personal de lo literario y enumera algunas enseñanzas del contacto cotidiano que tuvo con él: “‘No comunicar; transmitir’. ‘Ser discreto’. Y la que más me deslumbró: ‘No podés escribir todo lo que se te ocurre; con generosidad y derroche, hay que descartar cosas que a uno le gustan’. Héctor era eso, todo generosidad y derroche. Con frecuencia alumbraba una idea o una teoría genial en el bar y después la olvidaba. O la dejaba flotando para que otro la aprovechara”. En Libertella: un maestro de lecto-escritura, Tabarovsky conjetura que él pensaba en “los libros y los textos y cómo los textos se convierten en libros y cómo hay libros que nunca fueron textos”. Damiani, luego de leer los textos que participaron en su compilación El efecto Libertella, llegó a la conclusión de que “los textos de Héctor todavía resisten, imperturbables, frente a la lectura simplista y aburrida que esta época parece querer imponer. Tienen mucho futuro”.
Quizá Damiani se refiere a la tipificación que hace Piglia en Las tres vanguardias de la novela argentina; basándose en Museo de la novela de la Eterna, de Macedonio Fernández que, como muchos –si no todos– saben, está escrita con una serie de prólogos, señala que la novela argentina tiene esa característica, es decir, que es una novela de futuro, que está siempre comenzando, y que entre sus características más claras están “el modelo del museo como forma. La idea de la novela como enciclopedia, como un espacio donde conviven registros heterogéneos” y también “la imposibilidad del final”. Todas características que aplicó Héctor Libertella.
Intuyo que es este el futuro al que aspiran y han aspirado sus libros, tanto futuro han tenido que volverán a publicarse, esta vez como obras completas. Strafacce cuenta que un momento Héctor excluyó del índice de estas completas Personas en pose de combate: “Cuando se lo señalé, alzó los brazos y los ojos al cielo: ‘¡Este Negro hijo de puta todavía me sigue jodiendo!’ Se refería a Osvaldo Lamborghini, que en su momento había recusado la novela (porque, aunque Lamborghini no lo iba a reconocer nunca, era demasiado buena)”. Hoy el proyecto la incluye.
De hecho, en el homenaje que se le acaba de hacer en el Varela-Varelita a los diez años de su muerte, Mauro y Malena Libertella hicieron circular una hoja fotocopiada con un árbol donde estaban todos los libros incluidos. En esa ocasión hablaron Eduardo Stupía, Strafacce y Estrin. Esta última explicó que era tal la obsesión por reescribir que tenía que incluso reescribía el índice de sus obras completas, por lo que Personas en pose de combate ahora estaba incluido: “De hecho, está todo-todo-todo”. Obras completas que serán su última reescritura.
En todo caso, Estrin no está de acuerdo con que cuando un autor muere deja de leerse: “Lo que pasa es que acá esperan a que se muera para armar el mito, y mientras tanto se les maltrata, se les hunde, y eso lo podemos ver con Néstor Sánchez o con Ricardo Zelarayán. Héctor, lamento decirlo, se moría de hambre”. Hoy hay mucho más interés en la obra de Libertella que cuando estaba vivo; de hecho entre su muerte y diciembre de 2006 se publicaron tres libros que estaban desde antes en las editoriales: “No sé qué estaban esperando, o quizá estaban esperando a que se muriera para vender más”. Con respecto al valor de esta obra completa es que como está todo, uno puedo apreciar que lo que escribió en los últimos diez o quince años fue supinamente mejor, precisamente porque reescribió casi todo.
Finalmente, quiero cometer una infidencia. Cuando llegué a Buenos Aires hace más de cinco años y medio iba a librerías y siempre encontraba en los anaqueles algún título de Héctor Libertella. Era extraña esa sensación, porque además veía a Mauro en la librería La Internacional Argentina, y le comentaba que había visto libros de su padre. Creo que Mauro no entendía eso de ver y no comprar, de mirar y no leer. Al final fui comprándome los libros: La arquitectura del fantasma (que alguien me tiene), La Librería Argentina, A la santidad del jugador de juegos de azar, Nueva escritura en Latinoamérica, Zettel, Diario de la rabia, Las sagradas escrituras, Argumento capital y la antología de literatura argentina, que incluía El paseo internacional del perverso. No sé cuál me gusta más. Ante la duda, habría que pensar en otra cosa. Pensar en que cuando Tabarovsky dice que Libertella no escribió textos sino libros, habría que avanzar en su argumentación y plantear que quizá no escribió libros, sino una obra completa, con índice y todo. Pero no puedo asegurar eso, es una simple percepción. No lo conocí, sólo quienes lo conocieron o él mismo podrían asegurarlo. Yo sólo aventuro. Con el cariño y la admiración que me provoca su obra.