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La cruz del método

Por Antonio Jiménez Morato

Sobre Los casos del comisario Croce (Anagrama) de Ricardo Piglia, un tomo que "proporcionará mucho material para exégetas, ya que el mismo Piglia se cuidó mucho de que el libro esté lleno de detalles en dicha dirección", y que fue compuesto "usando el Tobii, un hardware que permite escribir con la mirada. En realidad parece una máquina telépata", según anotaba el autor.

Por Antonio Jiménez Morato. Fuente fotográfica Clarín.

 

Que cada nuevo libro de Piglia sea recibido con expectación no es noticia. Tanto los que él dejó meticulosamente planeados como los que más tarde irán apareciendo recibirán una atención unánime de la crítica y los medios, buscando, acaso, esa novedad que transformará de modo radical la idea que se tiene de la trayectoria y de la escritura de ese autor que escogió colocarse tras una máscara casi idéntica a sí mismo llamda Emilio Renzi. Por eso, este Los casos del comisario Croce proporcionará mucho material para exégetas, ya que el mismo Piglia se cuidó mucho de que el libro esté lleno de detalles en dicha dirección.

Uno de los más llamativos se encuentra casi al final del libro, cuando Piglia, en la Nota del autor, proporciona uno de esos detalles que a un benjaminiano como él le parece determinante: informar de las condiciones materiales de producción del texto. Pero no deja de ser interesante que, en ese mismo párrafo, se deje entrever el mismo anacronismo de Piglia ya como autor. Repasemos: es sabido que buena parte de su producción se llevó a cabo con una Olivetti Lettera 22, y que luego, como muchos otros autores, se decantó por un Apple Macintosh. Asumiremos que en sus últimos años usó modelos más actualizados, aunque de eso nada se nos informa, pero podemos suponerlo porque lo que sí dice es que este libro que nos ocupa se escribió mediante Tobii. Lo curioso es que Piglia, tan atento y exacto cuando se refiere a estas cosas, yerra al hablar de hardware: «Compuse este libro usando el Tobii, un hardware que permite escribir con la mirada. En realidad parece una máquina telépata.» Digo que Piglia yerra porque Tobii es un software, no es una máquina en sí como pueda serlo la Lettera, o como lo fue la Macintosh, pese a que en realidad ya con la Macintosh se produjera el salto y en realidad Piglia ya no escribiera jamás con el hardware, la máquina, sino con el software instalado en ella. La presencia del teclado y su manejo semejante al de la máquina pueden servir como explicación casi automática del hecho, pero Tobii tiene un funcionamiento mucho más cercano a los diccionarios predictivos de las aplicaciones de mensajería de los teléfonos actuales y su diferencia es que en vez de tocar la pantalla donde se encuentra el teclado la aplicación detecta, una vez ha sido calibrada la cámara del aparato, a cuál de las teclas miran las pupilas del usuario. O sea, Tobii sustituye el tacto sobre la pantalla por la dirección de la mirada. Basándose en la secuencia de letras que van surgiendo sugiere una palabra, lo que explica esa condición «telepática» que le adscribe Piglia. Pero, repito, no es un hardware, sino software, como ya lo fuera la Macintosh, y es de dicho anacronismo respecto a la comprensión de los procesos tecnológicos de donde surge una de las claves de este libro. Croce, como ya quedó claro es la novela «pampeana» de Piglia, porque Blanco Nocturno es lo más cercano a la gauchesca que puede salir de la mente evidentemente policial de Piglia, es un detective que no obra por deducción, tampoco por inducción como la ciencia moderna, sino por intuición. No es ni primitivo tecnológicamente ni moderno, sino que opera en otro campo completamente ajeno a ello. Es, en ese sentido, casi mítico. Por eso, por otro lado, funcionan como funcionan sus casos. Estos doce divertimentos, que se enlazan con los libros escritos al alimón por Bioy y Borges, comparten con aquellos su irrelevancia, su filiación del policial en el sentido más lato y débil del término, y, frente al uso del género como sostén de toda una crítica del sistema y de la sociedad, la que dirige Respiración artificial, La ciudad ausente, Plata quemada e, incluso, Blanco nocturno y El camino de Ida, estos cuentos son, acaso deliberadamente, intrascendentes.

De ahí que el tránsito por las páginas del libro pueda ser, más allá del placer de reconocimiento de situaciones tan grato a los aficionados al género (leída una novela de Agatha Christie o de Simenon están leídas todas, y sin embargo no por eso dejamos de leer una tras otra), poco congruente con el Liminar que las abre, donde se reproduce la cita de los Grundrisse de Marx sobre la importancia económica del delincuente. Pero esa importancia desaparece por completo en los relatos que vienen a continuación. El problema del enfoque de la figura de Croce, más cercano a Dupin y Poirot que a Marlowe o Spade, es precisamente su funcionamiento ajeno a la economía y el intercambio. Croce intuye, de modo casi religioso, y resuelve, pero no hay implicación económica en los casos, no se revelan los verdaderos hilos que hay detrás de dichos crímenes, o si aparecen al descubierto no tienen nunca alcance social, y, si bien en Blanco nocturno la presencia de Croce no lograba desactivar la evidente carga crítica de la novela en lo tocante a los manejos políticos y económicos del Interior argentino, en estos cuentos si lo hace.

Es, como ha sucedido con la diferencia entre hardware y software, un ejemplo de desajuste, de desperfecto en la maquinaria literaria de Piglia. Estos cuentos son tan inanes como deliciosos, bagatelas o delicias turcas para lectores de policial y seguidores de Piglia, que encontrarán guiños a Arlt y a Borges, nuevas tesis y disquisiciones sobre el género, todo un cosmos de referencias locales que enraízan el género en una tradición nacional. Pero poco más. La confusión entre aplicación y aparato se da entre género y trasfondo del mismo. ¿Merece la pena leer Los casos del comisario Croce?, ésa es la pregunta que muchos se harán. Sí, por supuesto que merece la pena. ¿Aportará algo a la trayectoria de Piglia como sí sucedió con los tres volúmenes de los diarios de Renzi? No, en ese sentido hay que ser honestos y dejar claro que este es un libro que no va a cambiar para nada la visión que tenemos de su autor.

 

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