Julian Fuks: "Había una historia que yo tenía que contar"
Ganador de los premios Jabuti y Saramago
Viernes 22 de junio de 2018
"Mi hermano es adoptado, pero no puedo y no quiero decir que mi hermano es adoptado". Así arranca la novela del escritor y traductor nacido en San Pablo en 1981 escribió a partir de la experiencia de exilio familiar, el vínculo con su hermano, el pasado de sus padres, la dictadura y Buenos Aires, la ciudad de la que sus padres se fueron y a la que él vuelve en su literatura.
Entrevista y foto Valeria Tentoni.
Publicada por Literatura Random House, La resistencia es un libro que Julián Fuks publicó en 2015 en Brasil y que entra en librerías argentinas ahora, empujado por los importantes premios que recibió (Jabuti y Saramago) y por la Feria del libro, que lo trajo a estas tierras a las que siempre regresa, de nuevo.
Elegido en 2017 por la Revista Granta como uno de los veinte mejores escritores brasileños de menos de 40, Fuks sin embargo siempre regresa a una pregunta: ¿ser hijo de exiliados lo convierte a él en exiliado? La resistencia quizás sea una manera de responderla, o no. Narrada por Sebastián, un alter ego que ya había aparecido en su novela anterior (Procura do romance, 2012), se encarga de ir hasta el fondo de los vínculos familiares y del pasado que llevó a sus padres a escapar de Argentina en la última dictadura militar.
¿Cómo es venir a Buenos Aires con este libro que escribiste allá pero que tanto tiene que ver con esta ciudad?
En realidad, lo escribí en París, pero no tenía sentido esa parte de la fidelidad a la realidad, poner un narrador en París. Así que lo puse acá.
¿Lo escribiste con alguna beca?
Sí, estaba en una residencia artística de once meses, y la mayor parte la escribí ahí. Era un premio brasilero. Tienen un atellier en París y eligen cada año alguien que vaya allá a producir, no necesariamente un escritor. Y fue eso, una oportunidad para concentrarme y escribir. La escritura me llevó como dos años y medio, a veces deteniéndome porque estaba haciendo el doctorado al mismo tiempo. Entre una cosa y otra paraba por algunos meses y volvía. Me hacía bien tomar distancia para volver de otra manera. Pero igual fue, en comparación con los anteriores, un libro que escribí rápido. No fue tan moroso el proceso.
¿Cómo había sido con tu primer libro, Historias de literatura y ceguera?
Ese es el primero más relevante, pero hay uno anterior que son cuentos cortos, prácticamente los primeros que escribí y ganaron un premio en la Universidad de San Pablo y por eso los publiqué. Pero después, más sistemático, fue Historias de literatura y ceguera, que ya tiene más que ver con Argentina. Es un relato sobre tres escritores ciegos, tres perfiles narrativos ficcionales en la misma medida, uno Borges, João Cabral y Joyce. Es un proyecto un poco ambicioso y juvenil, tratando de emular el estilo de cada uno de sos autores, y fue para mí un aprendizaje enorme escribir como cada uno de ellos. El resultado me agrada, pero sigue siendo un libro un poco más antiguo en mi historia. Después escribí una novela que pasa en Buenos Aires que es ya autoficcional, con el personaje de Sebastián, con este narrador que también es el de este libro. En este caso es una figura más central, es la escritura de un libro sobre la escritura de un libro, a partir de algunos pensamientos sobre la muerte de la novela, la imposibilidad de narrar, que eran cosas que estaba esudiando en un máster de literatura hispanoamericana, a partir de la obra de Saer, de Nadie nada nunca. Esa novela sí me dio más trabajo, cuatro años y un trabajo muy minucioso con el lenguaje, con algunas obsesiones estilísticas que me tomaban demasiado. Y después me quedé algún tiempo sin poder escribir.
¿Qué obsesiones estilísticas?
Por ejemplo, no repetir palabras. Buscar siempre otras maneras de escribir. Y empecé a escribir con una preocupación grande por el ritmo y la sonoridad, una preocupación que sigue ahí, por la musicalidad de la frase, construyendo a partir de rimas que puede que no sean muy evidentes pero que están presentes. Lo de la no reptición de la palabras se empezó a convertir en un problema grave, entonces cuando empecé a escribir La resistencia pensé: no puedo caer de nuevo en esto. Porque me exigía un dominio absoluto de todas las palabras.
A la Flaubert, que se dormía estudiando el diccionario.
Sí, justamente. Entonces decidí que tenía que ser otra cosa. Que la repetición tenía que hacerse sistemática, repetir palabras y que las palabras creen resonancias internas. Y eso es parte del proceso. La palabra "resistencia" vuelve, y la idea es que se construya una noción polisémica de la palabra y de algunas otras a lo largo del libro. O sea que la obsesión cambió un poco, pero sigue ahí. La ambición absurda de un dominio total de lo que estás escribiendo.
¿Y sentís que dominaste este último libro?
Sentí que estaba más suelto, más libre. Y por otra cosa, creo. Lo que marcó la escritura de este libro fue una preocupación por la sinceridad. En el anterior, el problema de la arbitrariedad de la construcción ficcional, es un gesto demasiado extremo de arbitrariedad, y sentía eso todo el tiempo y no me sentía bien con la invención, con describir algo que no está. En este libro, lo que cambió principalmente fue la disposición de no inventar. Empecé a escribirlo y tenía un referente que era mi hermano, hablaba sobre mi hermano, que estaba ahí y no estaba. Y tenía que serle fiel, en alguna medida, a la historia, a los hechos, al pasado, a nuestra infancia. Eso me hacía tener otras preocupaciones más allá de las literarias. Y creo que eso me movía un poco más en el escribir.
¿Te movía hacia delante o te atemorizaba?
Bueno, las dos cosas al mismo tiempo. Pero me motivaba para seguir una responsabilidad, había una historia que yo tenía que contar, que era necesario decirlo lo que por mucho tiempo no habíamos sabido decir entre notros, hablar de lo que no hablábamos. Por eso empieza el libro con esa frase: "Mi hermano es adoptado, pero no puedo y no quiero decir que mi hermano es adoptado". Está presente esa necesidad y eso rompe un poco con la arbitrariedad de la ficción, necesitar contar una historia o recuperar un pasado.
¿Es una especie de exorcismo de esa palabra?
Puede ser, o como un autoanálisis, la necesidad de hablar, con una creencia que es cercana de la litetratura y del psicoanálisis, de que la palabra de lguna manera cambia las cosas. Encontrar palabras, definir palabras, cambia los hechos, cambia las impresiones, cambia los sentimientos. Era un pcoo ese objetivo: escribir para acercarme. Necesitaba contar la historia de mi hermano pero para contarla necesitaba antes visitar la historia de mis padres, ese pasado que no conocía bien, o que también se había hecho una forma de silencio en nuestra familia. Había una necesidad en escribir este libro que, creo, lo hizo más fácil.
Al final está la escena en la que también les das a ellos la oportunidad de opinar sobre el libro e incluís sus impresiones. ¿Cómo tomaste esa decisión?
Fue una percepción a lo largo del proceso, de que esa no era una historia solo mía, no es mi memoria, es una memoria colectiva, común dentro de la familia y fuera de la familia también, con un país entero, con una sociedad, con otros autores de una diáspora argentina. No era mi memoria y no era mi impresión sobre este proceso. Mi impresión era sólo una parte de todo lo que tenía para decir. Y el proceso fue más duro de lo que me imaginé. Al principio pensaba que mi familia lo iba a abrazar más fácilmente, "bueno, qué bien, vas a contar nuestra historia"; y no fue así. Fue mucho más difícil. Primero porque abría la cuestión de la adopción, que era algo siempre muy sensible en nuestra familia, pero eso era algo que ya me imaginaba iba a ocurrir. Pero la parte del pasado de la militancia, de la persecución política y del exilio, todo eso que me parecía que iba a ser algo que les gustara leer, fue mucho más duro de lo que me imaginaba. Ahí había también varias cosas inauditas, cosas que incomodaban. Y las imprecisiones; al principio, mis padres no entendían por qué quería contar tan precisamente, por qué no inventaba más. "Sos un escritor, por qué no hacer más ficción, como hacías antes". Y después, cuando cambiaba algo, me reclamaban de nuevo. "¿Por qué cambiaste esto? ¡Las cosas no fueron así como escribiste!". Y justamente era porque todo era muy intenso, porque era real o porque no lo era. Y a veces me hacían correcciones y yo sabía que como se trataba de una ficción, de un libro de literatura, no tenía sentido volver y corregir. No era así como quería que fuera, me interesaba mucho más internalizar la crítica, justamente internalizar la divergencia de miradas hacia el pasado. Porque ellos tampoco llegan a entenderse sobre el pasado, y esa fue otra cosa que quise reflejar. Mi mamá y mi papá no se entienden cuando hablan sobre el pasado: vivieron las mismas cosas y aun así, cuando lo rememoran, tienen versiones muy distintas. Y a todo ese proceso quería darle un lugar en el libro, y así apareció ese capítulo final. La idea es que siempre se preserve una ambigüedad entre lo real y lo inventado.

¿Y cómo construiste esa primera persona, el tema del nombre que no es el tuyo?
En un primer momento, la idea era que fuera una autoficción un poco más clásica y el nombre fuera Julián. Pero cuando fui a escribí el nombre Julián me di cuenta que no, que no podía ser porque me interesaba estar en el medio, que hubiera una indefinición, que hubiera un pacto ambiguo de lectura, que no se definiera el libro -esto es memoria, esto es ficción- en ningún momento, que estuviera siempre entre uno y otro. Y Sebastián fue como un descubrimiento, porque era justamente mi personaje escritor del libro anterior, y el personaje que en el libro anterior no pudo escribir su libro. Era un sujeto profundamente autocrítico que deconstruía todo lo que concebía, y yo en las ruinas de su libro encontraba el mío. Y en ese momento me di cuenta: fue él quien escribió este libro, no fui yo. Ese libro es suyo, y esa figura, una especie de alter ego, ganó fuerza dentro de mí y espacio en mi literatura. Fue también un descubrimiento para mí, de que toda esta fidelidad a lo real no resulta. Es otra cosa, sigue siendo ficción, sigue siendo literatura, estamos distantes de una tentativa del control de los hechos y del pasado.
¿Cómo te tomó el premio?
Me sorprendió primero que el libro se empezara a leer bastante, tuvo cinco ediciones en el espacio de un año, y que aparecía una empatía de los lectores: había una idenfiticación que no sé bien de dónde venía, creo que viene de ese acto de sinceridad, de escribir como un acto de sinceridad y de trabajar de la manera m´sa franca posible los conflictos de una familia. Después vinieron los premios, y eso le dio una vida más internacional al libro, ya con el premio Saramago está saliendo en muchos países. No sé qué va a pasar, si el mismo fenómeno se pueda dar. Eso es lo que me sorprendió, porque nunca fui un escritor de público.
Última: ¿por qué vuelve Buenos Aires en tus libros?
Buenos Aires siempre fue un lugar importante para mí, la ciudad en que deberíamos vivir y no vivimos, la ciudad en que podría haber nacido. Y la pregunta constante de si el hecho de haber nacido en San Pablo me hacía un exiliado, si un hijo de exiliados es un exiliado o no. Y eso me hacia venir acá, todo el tiempo observarme y discutir conmigo mismo. Siempre fue un lugar de introspección y de reflexión que me ponía en posición literaria. Y la literatura fue mi manera de acercarme mejor al país.