Jon Lee Anderson: "¿Para qué la ficción cuando lo que nos rodea es tan increíble?"
Invitado al Filba 2020
Lunes 12 de octubre de 2020
El periodista nacido en California en 1957, especializado en temas latinoamericanos y bélicos, autor de libros como Los años de la espiral (Sexto Piso), participará del festival argentino ofreciendo una clase magistral.
Por Valeria Tentoni. Foto de Victoria Rodríguez Lacrouts.
Nacido en California en 1957, Jon Lee Anderson (a quien han llamado "el herededo de Kapuscinski") se ha especializado en temas latinoamericanos y en las guerras posteriores a los atentados del 11 de septiembre de 2001 desde su rol de periodista. Se inició como tal en Perú, en 1979, y en el semanario The Lima Times. Desde entonces se ha concentrado en temas políticos de nuestra región y ha desarrollado una escuela sobre la forma de escribir perfiles. De su pluma hemos leído sobre figuras como Fidel Castro, Gabriel García Márquez, Augusto Pinochet, Charles Taylor, el rey Juan Carlos I de España, Saddam Hussein o Hugo Chávez.
Jon Lee Anderson ha escrito artículos para el New York Times, Financial Times, The Guardian, El País, Harper’s, Time, The Nation, Life, Le Monde, Diario Clarín, El Espectador, entre otros medios. Actualmente forma parte del personal del The New Yorker. Entre otros, ha publicado los libros Che Guevara. Una vida revolucionaria; El dictador, los demonios y otras crónicas; y La caída de Bagdad, con el que obtuvo el Premio Reporteros del Mundo 2005.
En Argentina se consiguen vía editorial Sexto Piso, cuya última entrega tuvo traducción del mexicano Daniel Saldaña París, Los años de la espiral. Allí se concentran sus trabajos durante la década comprendida entre 2010 y 2020, tiempo de grandes transformaciones y turbulencias en América Latina.
El cronista es también uno de los invitados estrella del Filba Internacional 2020, ofreciendo una clase magistral cuyas inscripciones están en curso.
Tu clase magistral se llama "Entre la mirada propia y la pública". ¿Cómo definirías a la mirada? ¿Es lo mismo que el estilo?
La mirada propia de un periodista es, en parte, una manera describir su estilo, pero mi juicio tiene más que ver con su conciencia específica, que es, al fín y al cabo, lo que determina la forma en que se acerca a la realidad, sus historias, y el ángulo con que los presenta.
Te especializás en nuestras tierras, Latinoamérica y el Caribe, acabás de lanzar el libro Los años de la espiral por Sexto Piso. ¿Por qué te interesa contar estos territorios?
America Latina me es un escenario familiar, de vida real y palpable, desde mis cuatro añosde edad, cuando viví en Colombia con mi familia, y me entró como segunda lengua el español. A los diecisiete años volví a América Latina para vivir y trabajar como machetero en la selva hondureña durante casi un año, mis vueltas a la región han sido contínuas. Unos pocos años después, mi formación periodística se hizo en América Latina —primero en el Perú y luego en El Salvador. A estas alturas debo haber pasado unos quince años de mi vida en América Latina. O sea que América Latina ha calado hondo en mi vida; mucho de sus penas y glorias me son íntimas y me importan.
¿De qué modo los conflictos de América Latina le hablan al mundo entero?
America Latina es la hija bastarda de Europa; es el Nuevo Mundo, y en sus países se ha engendrado el primer ser humano realmente sincrético, es el resultado de la mezcla de todas las culturas conocidas. No está “hecha” como el viejo mundo, con su historia acumulada, sus religiones antiguas y sectarismos provenientes de ellos: América Latina ofrece un panorama de evolución constante y en ebullición, producto de su carácter de olla de fundición moderna; es volátil y creativa y ofrece pautas de coexistencia en sus sociedades que han eludido al resto del mundo. Caso ejemplar: en América Latina, las antiguas rencillas y odios sectarios entre judios, musulmanes y cristianos —tan presentes en el Medio Oriente y en Europa— prácticamente no existen.
También solés escribir sobre situaciones bélicas, has escrito incluso cartas desde una ciudad sitiada para tus lectores del New Yorker. ¿Qué puede el periodismo ante las guerras?
Puede hacer acto de presencia en esas realidades para testimoniar y advertir el presente, y dejar la historia para el futuro. El periodismo quizás no cambia la historia, pero la preserva. Es algo. Y, de vez en cuando, puede remover conciencias. Y eso, a veces, puede salvar vidas.
"El mundo es fantástico tal cual es, no creo que haya que inventar nada", dijiste. ¿Recordás por casualidad la primera vez que esa impresión te ofreció un ejemplo rotundo? ¿Y la última?
A los trece años bailé por primera vez a instancias de un grupo de jóvenes de mi edad en un caserío en medio de la selva liberiana, en el oeste de Africa. El baile seguía el ritmo de sus cantos y de unos tambores. Al poco tiempo me sentí hipnotizado y pude bailar como los demás, haciendo acrobacias que nunca había hecho antes, y no he podido repetir nunca después. Y para el caso reciente, pues se me vienen a la mente muchas imágenes, pero quizás la más vívida sea la siguiente: hace poco estuve en Kenia, en el monte cerca de la frontera con Tanzania, y cerca del atardecer un día vi cómo aparecían dos chitas—madre e hijo— que pasaron delante mío caminando, aparentemente tranquilas y distraídas con algo. De pronto empezaron a correr las dos, y en pocos segundos iban como relámpagos, alcanzando una velocidad de 120 kilómetros por hora. Mirando al horizonte me di cuenta de que iban detrás de unos antílopes, y de la nada habían alcanzado a uno de ellos, una gacela de Grant, que cayó bajo las garras de la madre que la agarró por el cuello, y del hijo, que le agarró por el trasero. Me acerqué a mirar. A escasos metros de distancia la empezaron a comer. En poco más de media hora quedó convertida sólo en carne para los chacales, varios de los cuales habían empezado a acercarse. Era una visión cotidiana de la vida en sabana africana quizás, pero visto de cerca y en carne propia era también un recordatorio de lo maravilloso y cruel de la naturaleza de nuestro mundo, prueba de que compartimos este mundo con animales que no tiene opción sino de matar para poder sobrevivir. Me estremece constatar que el mundo tiene aspectos que todavía compartimos con nuestros antepasados prehistóricos, como en los tiempos de mastodontes y Neandertales. ¿Para qué la ficción cuando lo que nos rodea es tan increíble?