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J. P. Zooey: "Tengo una esquizofrenia controlada"

Un rescate seudónimo

Acaba de publicar Florecieron los neones (Odelia) y Luciano Lamberti lo entrevistó: "El uso del seudónimo me permite escribir desde una identidad variante, desde una no-identidad, desde la diletancia y la contradicción. Nunca sé qué tengo para decir siendo J.P. Zooey ni tengo expectativas hacia algún tipo de resultado en el lector".

Por Luciano Lamberti. Foto de Jazmín Teijeiro.

 

J. P. Zooey nació en Buenos Aires, en 1973. Estudió periodismo en la UBA aunque “no ejerce”. Publicó Sol artificial, Los electrocutados, Tom y Guirnaldo y Te quiero. En un mundo donde la exposición es casi obligatoria, escribe con seudónimo y hasta hace un tiempo, en el que decidió revelar su identidad, no se le conocía una foto.

“J.P. Sartre dijo que el infierno son los otros. Los otros y su mal de ojo. Porque su mirada nos cosifica, es decir, detiene el devenir imprevisto, contradictorio y paradójico que es toda vida. Nos fija y detiene en una identidad otorgada y codificada por la sociedad” escribió en ese entonces en su muro de Facebook.

Hablamos por mail acerca de Florecieron los neones, que acaba de publicar Odelia Editora, una novela que pone el juego de las identidades en primer plano: J. P. Zoey, que le escribe un estudio preliminar, la rescató supuestamente de un contenedor, ya que había sido rechazada por el Fondo Nacional de las Artes.

 

La primera y la más obvia. ¿Por qué el seudónimo? Y después de esa: ¿Por qué revelar tu personalidad?

Tengo una esquizofrenia controlada que hoy podría explicar así: el uso del seudónimo (que no abandoné) me permite escribir desde una identidad variante, desde una no-identidad, desde la diletancia y la contradicción. Nunca sé qué tengo para decir siendo J.P. Zooey ni tengo expectativas hacia algún tipo de resultado en el lector. Mis textos dieron lugar a disparates de lectura riquísimos y nutritivos. Creo que sucede porque no tengo mensaje para dar. No sé qué me interesa ni qué busco como escritor. Pero también soy profesor, y ahí debo saber.

Rigurosidad. Compromiso. Ilustración. Coherencia. Igualdad. Solidaridad. Gusto por lo pequeño y marginal que la hegemonía desdeña. Emancipación de los oprimidos. Relajamiento de la autoridad de la erudición con humor a lo Dolina. Estos son algunos de los valores morales necesarios para construir una conciencia en los estudiantes de las Ciencias Sociales y Humanidades. Pero son valores inútiles para mi literatura sin causa. Siendo J.P. Zooey sólo necesito faltar a la verdad con la mayor libertad en que pueda habitar. Y siempre guiado por el delirio. Cuando la aguja de la brújula gira como un ventilador, entonces me siento orientado y fresco. Al tener dos personalidades tan antagónicas, sentí la necesidad de darme un nombre. Una residencia construida por mi propia lengua.

¿Por qué salí de aquella forma de anonimato? Con esta esquizofrenia controlada, una vez que estuve seguro de que las dos identidades no se fundirían en una sola provocando entropía y con ella el final de mi dualidad, quise aparecer públicamente porque deseaba recibir nuevas vibraciones del ambiente, de los lectores, cosa que efectivamente ocurrió. Si hubiera continuado con el anonimato mucho tiempo más me habría sometido a la coherencia y a la proba integridad moral del despojo, del sacerdocio.

El “estudio preliminar” de la novela ¿funciona como una suerte de declaración poética o manifiesto? ¿Pensaste en algún momento en que por sí solo podría constituir un libro? ¿Es una operación borgeana, la de escribir prólogos para libros que no existen?

La Introducción a la novela expone el delirio que nutre a toda crítica literaria. Aunque muchas veces cobremos dinero para disimularlo, no creo que haya discurso que no se funde en el delirio. Creo que en mi primer libro, Sol artificial, se exponen los delirios del paper, del ensayo y de la entrevista. En Los electrocutados, el delirio de la Historia y la genealogía. El más perturbador fue Te quiero: dejé sin saber, porque yo no lo sé, si se trata de una parodia del lenguaje de las nuevas generaciones o una copia banal de sus maneras; pero esto provocó encanto en algunos lectores muy jóvenes y resquemor en los más grandes. Hace poco supe que una lectora de treinta y pico lo leyó con odio de cabo a rabo, es decir: animada por la furia, pero lo terminó. Y por otro lado supe que un joven de veintiún años empezó a estudiar cine para filmar esa historia (ya hizo un guion de doscientas páginas). Ambas respuestas son muy delirantes. Nadie sabe bien qué se dice con “Te quiero”. En ¡Florecieron los neones! la Introducción funciona iluminando aspectos de la novela de Narciso Falopio también mediante el delirio, los hace refulgir disparatadamente y, hacia el final, la novela bifurca el sentido de lo escrito para que el lector elija sin señalética.

¿Qué considerás que tienen de interesante los materiales descartados de un concurso? ¿Aparte de funcionar como vías de legitimación, los concursos nivelan para abajo?

Los concursos me parecen necesarios para promover autores, obras, financiarlos. Quizás veo como un problema que generalmente el jurado esté compuesto por tres personas, porque salvo que sean la liebre, Alicia y el sombrerero loco, normalmente se pondrán de acuerdo sobre aquella obra que presenta menos aristas: el promedio: todos deberán ceder un poco. El ideal sería un jurado compuesto por una sola persona, y muy caprichosa.

¿Venís de una familia lectora? ¿Cómo empezaste a escribir?

Tuve una infancia en la que viví como una arveja cociéndose en una olla a presión. Una arveja sola, o una glándula pineal, en todo ese vapor sin sentido que la despellejaba. Siento que es algo extraño que esté vivo. Mi familia leía libros, sí; pero más leía la realidad de un modo que a mí me parecía monstruoso aunque también divertido y amoroso.

¿Qué debería hacer una novela sobre el lector? ¿Entretenerlo, emocionarlo, shockearlo, hacerlo pensar, qué?

Aunque no lo busqué, empiezo a comprobar que ¡Florecieron los neones! es una novela que tiene frases para que el lector se apoye, levante la cabeza, se cuelgue y se olvide del libro. Se olvide hasta volver a apoyarse en otra frase como en una rama en la que afilara su propio pico.

¿Qué autores argentinos vivos te interesan?

Marcelo Cohen, Pablo Katchadjian, Pola Oloixarac, Ariana Harwicz, Oliverio Coelho.

 

¿Tu libro quiere ser una cruza entre la historia de Pinocho y la Dictadura?

 

No sé.

La despersonalización y la frialdad en las relaciones es uno de los temas que cruza la novela, ¿creés que vivimos en una época demasiado “mediada”?

Creo que siempre hubo mediaciones. Leyendas y mitos sobre dioses que explicaban lo que sucedía en el mundo y orientaban la conducta humana. O libros religiosos que torcían la vista hacia aquellas huellas de Dios en la Tierra que debían ser observadas. Sólo que hoy aquellas mediaciones nos parecen engaños, fábulas, ficciones. En cambio, que estemos día y noche tocando pantallas y mirándolas encantados nos parece verdadero y natural. Yo me pregunto si llegará la época en la que, al mirar hacia atrás, descubra la fábula, la ficción, el embuste represor de la telecomunicación. El momento en que se diga: la gente del siglo XXI creía que se comunicaba mediante artefactos, vivía en ese sueño, cuánta oscuridad.

 

 

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