Gide sobre la vocación, el deseo de escribir y los lectores
Los diarios del autor de El inmoralista
Lunes 25 de febrero de 2019
"Pretendo dar a los que me leerán fuerza, alegría, valor, desconfianza y perspicacia, pero me guardo muy mucho de darles directivas, pues estimo que no pueden ni deben encontrarlas sino por sí mismos". Algunas de las ideas del Premio Nobel nacido en París en 1869. Tomado de sus Diarios en la edición de Alba Minus, con selección, traducción y prólogo de Laura Freixas.
Hijo de un profesor de derecho, André Gide nació en París en 1869, fue criado en Normandía y viviría 81 años. Su carrera literaria, que alcanzaría el máximo reconocimiento -en 1947 recibió el Premio Nobel de Literatura- se inició con Los cuadernos de André Walter, libro de 1891 en prosa poética; su reconocimiento, sin embargo, recién comenzó con el siguiente, Los alimentos terrestres, de 1897.
A ellos siguieron obras como El inmoralista, Los sótanos del Vaticano, Los monederos falsos, sus crónicas de Viaje al Congo, escritas tras su viaje, en 1925, a las posesiones francesas de África ecuatorial como enviado especial del Ministerio para las Colonias. Y, claro, su Diario. De allí extraemos las reflexiones que siguen, traducidas por Laura Freixas y editadas por Alba Minus.
En casi todos los retratos que de él quedaron, Gide se agarra la cabeza con una o ambas manos, como si se tratase de un fruto demasiado pesado para su rama. Tempranamente, Gide se preocupó por su vocación y por la velocidad y dispersión de sus deseos:
"Me preocupa no saber quién seré; ni siquiera se quién quiero ser; pero bien sé que hay que elegir. Querría andar por caminos seguros, que lleven sólo allí donde habría decididor ir; pero no sé; no sé lo que debo querer. Siento mil identidades posibles en mí; pero no puedo resignarme a no querer ser más que una. Y me asusto, a cada instante, a cada palabra que escribo, a cada gesto que hago, de pensar que es un rasgo más, imborrable, de mi figura, que se fija; una figura dudosa, impersonal; una figura cobarde, puesto que no he sabido elegir y delimitarla fieramente.
Señor, concédeme no querer más que una cosa y quererla sin cesar".
Con el Diario de Stendhal en la mesa de luz, tal y como confiesa en este tomo suyo, Gide se lamenta más adelante de haber pasado mucho tiempo sin escribir después de publicar El inmoralista: "Un sombrío embotamiento del espíritu me hace vegetar desde hace tres años", apunta. Pero más adelante, paciencia aparte, veremos el brote verdísimo de su nuevo deseo de escribir:
"Reconozco que me siento mejor, en el hecho de que vuelvo a sentir el gusto y la necesidad de escribir. No una necesidad de trabajo, pues ésta no me ha abandonado nunca, sino esa especie de transposición inmediata e involuntaria de la sensación y de la emoción en palabras. Si hoy hubiera estado solo, me parece que no habría dejado de escribir en todo el día".
El ejercicio del diario era para Gide irrenunciable: "Me aferro a este cuaderno desesperadamente; forma parte de mi paciencia; me ayuda a no hundirme". Gracias a él, quizás, haya mantenido a flote su espíritu como para escribir hasta el final: de hecho, sus Diarios se publicaron apenas un año antes de su muerte, mientras él andaba de paseo por la bella Sicilia.
Su resolución para con los lectores, su compromiso, sin embargo, siempre se mantuvo:
"Pretendo dar a los que me leerán fuerza, alegría, valor, desconfianza y perspicacia, pero me guardo muy mucho de darles directivas, pues estimo que no pueden ni deben encontrarlas sino por sí mismos (iba a decir 'en sí mismos'). Desarrollar a la vez el espíritu crítico y la energía, esos dos contrarios. Generalmente no encontramos, entre las personas inteligentes, más que tullidos, y entre los hombres de acción, más que necios".