Francisco Casas: "La escritura no salva a nadie, pero de alguna manera ayuda"
Artista y autor de La noche boca abajo
Miércoles 07 de noviembre de 2018
Una entrevista de Gonzalo León con el escritor y artista trasandino radicado en Lima, integrante desde fines de los 80 junto a Pedro Lemebel del colectivo Las Yeguas del Apocalipsis y autor de los libros Yo, Yegua, Partitura y la nouvelle que acaba de publicar en Argentina Mansalva. "Llegué a la autobiografía por la poesía, porque ahí salvo los grandes poetas hay un yo increíble. (...) Ahora, yo creo que más que autobiográfica mi escritura es lenguaje".
Por Gonzalo León. Foto de Sonia María Cunliffe.
La noche boca abajo es el último libro de Francisco “Pancho” Casas y el primero publicado en Argentina (Mansalva). Casas es un escritor y artista trasandino radicado en Lima hace unos años, pero quizá es mucho más conocido por haber integrado desde fines de los 80 junto a Pedro Lemebel el colectivo de acciones de arte Las Yeguas del Apocalipsis. Era plena dictadura, a un año del atentado a Augusto Pinochet y Las Yeguas hacían performances, que desafiaban no sólo al establishment artístico, sino a la misma dictadura. En la actualidad algunas de estas acciones están en prestigiosos museos, como el de Arte Moderno de Nueva York. Pero la travesía para que eso ocurriera fue larga y recién hace cinco años, gracias al trabajo del galerista Pedro Montes, ha tenido sus frutos.
En esta nouvelle, al igual que en su novela Yo, yegua, Casas aborda la autobiografía, pero lo hace a lo Marguerite Duras –confiesa en esta entrevista–, porque para él la historia poco o nada importa. Aunque en este caso haya una excepción, al menos en los motivos que lo llevaron a escribirla, ya que a comienzos del 2015 le tocó enfrentarse al brote psicótico de su novio (Les en esta nouvelle) y a la muerte de su amigo Pedro, todo en la misma semana. La noche boca abajo entonces es el registro de ese enfrentamiento y lo hace desde el barroco, desde cierta opacidad en el relato, porque no se sabe muy bien qué está pasando, aunque sí se siente la tristeza, a veces desgarradora, hacia el final.
La noche boca abajo, pese a lo oblicuo que es a ratos, es un buen relato y consigue transmitir emociones, en ese sentido es efectivo, hay escritura. Y podría ser uno de tus mejores libros.
A mí me gusta más Partitura, que fue publicada en Chile en 2015 y que tuvo una crítica muy interesante de Camilo Marks, quien de hecho consideró que era mi mejor novela. Su crítica que apareció en El Mercurio tenía por título "Algo improductivo, que no encaja", ¿y sabes por qué hay algo que no encaja? Porque el personaje de esa novela se llama Roma y es un transexual, pero nunca se menciona la palabra homosexual ni nada, solamente es la descripción de un transexual, pasa como mujer pero si lees atentamente vas descubriendo que hay algo que no encaja: los tonos de voz, los excesivos cuidados cosméticos, las depilaciones, etcétera. Y se adelanta de alguna manera a Una mujer fantástica, la película de Sebastián Lelio que ganó el Oscar. Y a mí me gusta esa novela porque, según algunos críticos, es el primer protagonista trans de una novela chilena. Con la escritura de Partitura yo quedé muy contento, a diferencia de la escritura de La noche boca abajo, que fue una escritura por necesidad.
¿A qué te refieres por necesidad?
Me refiero a una necesidad emocional, o sea yo sí sostuve una relación con un esquizofrénico, y al día de hoy este personaje que existe está internado para siempre. No hubo cómo recuperarlo. Entonces una forma para no enloquecer yo también fue aferrarme a la escritura. Siempre he pensado que la escritura no salva a nadie, pero de alguna manera ayuda.
¿Se trató de una escritura terapéutica?
A mí no me gusta la palabra terapéutica, fue más bien un proceso para desbloquear conectores cerebrales. Y es una forma de pensar lo que te está ocurriendo, y poder pensar en lo que le pasa a personajes como Les. Hay miles de personas que tienen que convivir con estas historias de la locura. Después, reflexionando sobre la historia de la locura de Foucault ya no estoy tan de acuerdo con ciertos paradigmas, con ciertas –por decirlo así– justificaciones. Es complejo y apasionante, porque además de estudiar literatura hice un diplomado en literatura y psicoanálisis. Y con el tiempo empecé a sacar de la memoria textos que había leído, que había armado a propósito de la enfermedad.
Les perfectamente podría ser un personaje arquetípico, que representara la locura, y la nouvelle podría leerse como la atracción que siente el narrador por la locura.
Es que la locura es completamente adictiva, tanto para el enfermo como para el que está observándola. Anoche con un amigo argentino terminamos de ver Los siete locos, y me di cuenta de que Erdosain perfectamente podría ser un esquizofrénico, de hecho termina suicidándose, porque se hace adicto a su propia enfermedad. A algunos enfermos mentales se les recomienda hacer deporte que tengan alta adrenalina, como el box; si hay algo que me pasó con La noche fue sentir esa adrenalina.
En la nouvelle hay un par de imágenes de acantilados, ¿no?, como estar al borde del precipicio.
Lima está construida al borde un acantilado y yo vivo a media cuadra de él. Y está todo cubierto con mallas para que no le caiga nada a los autos. Pero Lima tiene como te digo esa particularidad de estar construida al límite, al borde de un acantilado, de hecho me recuerda a Cumbres borrascosas y la locura que les provocaba a los personajes. Entonces esta proximidad que tiene Lima al acantilado es impresionante, además muchos escritores y artistas han estado en hospitales psiquiátricos. En la época en que estuvo Martín Adán, el autor de La casa de cartón, los psiquiátricos estaban llenos de artistas e intelectuales, de hecho el Hospital Larco Herrera es famoso porque tiene el Museo del Loco. ¡Eso es único en el mundo! Entonces todos los pintores famosos que estuvieron ahí dejaron sus cuadros y sus dibujos, incluso puedes encontrar textos de Martín Adán. Y uno empieza a entender en qué minuto la locura se vuelve arte. Pero lo interesante de esta ciudad es que conviven dos museos muy particulares, el de la Inquisición y el del Loco.
¿Me imagino que esta loca geografía, de estar cerca del precipicio, se presta más para la locura?
Totalmente. Este abismo donde te puedes tirar en cualquier momento. Los índices de suicidio en Miraflores y en los barrios con el acantilado más próximo son altos.
Tanto en Yo, yegua como aquí hay un trabajo con la autobiografía. ¿Es premeditado esto o te sale nomás?
Marguerite Duras, una de mis escritoras favoritas, a su última novela la llamó C’est tout, o Esto es todo. Y cuando le preguntaban por qué le puso así, respondía que después de los noventa años no iba a alcanzar a escribir otra novela más y efectivamente se murió. Pero la obra de Marguerite Duras finalmente siempre es autobiográfica, inclusive si uno lee su novela más espectacular, que es El amante, también está ella.
¿Llegas a la autobiografía por la Duras?
No. Llegué a la autobiografía por la poesía, porque ahí salvo los grandes poetas hay un yo increíble. La poesía es absolutamente autobiográfica, salvo Pablo Neruda que le canta a Machu Picchu. Ahora yo creo que más que autobiográfica mi escritura es lenguaje. Además la historia a mí particularmente no me interesa, puede ser cualquier historia. Por ejemplo con mi último novio amazónico, con el que estuve como dos años, realizamos un viaje por el Amazonas, estuvimos más de un mes viajando en un barco carguero, donde iban cuatrocientas personas, con cerdos, con fruta, con todo. Obviamente ya empecé un nuevo libro con ese viaje. Tiene título provisorio, Qué le dijeron a ella, que es muy gay.
Hay además en tu escritura cierto barroco.
A eso iba con la cosa poética que hablábamos antes. Tú sabes que soy muy admirador de la literatura argentina, de hecho Pedro Lemebel y yo a principios de los 90 conocimos a Néstor Perlongher en Chile…
En ese encuentro de poetas en Valparaíso, ¿no?
Claro, me acuerdo como si fuera hoy haber estado con Néstor Perlongher sentado en la cuneta, Pedro y yo tomando vino, de hecho él tiene un poema sobre Las Yeguas del Apocalipsis, creo que es uno de los últimos que escribe. En ese encuentro nosotros lo escuchamos leer: recuerdo que fuimos un grupo: Nelly Richard, Carmen Berenguer, Rita Ferrer, Juan Domingo Dávila, la bandita underground de la época. Esa noche nos fuimos a un prostíbulo, no sé si a Los siete espejos, al que Perlongher no nos acompañó porque estaba muy enfermo. Pero antes cuando leyó a mí me voló la cabeza su barroco. Leyó "Cadáveres". En esa época no circulaban los libros, por el mal llamado “apagón cultural”, y conseguir un libro costaba mucho. Por eso todos éramos de la fotocopia: si llegaba un libro, le sacábamos fotocopia. De hecho Pedro me escondía los libros. Yo le decía: "Oye Pedro, me debes un libro". Y él me respondía: "Ay Cachita, no tengo idea". Entre esos libros que me escondió estaba el de Néstor Perlongher, dedicado. Pero yo con Pedro, porque leíamos las mismas cosas, habíamos leído a Osvaldo Lamborghini, y toda una escuela rioplatense en gloria y majestad.
El neobarroso gustó…
Claro. Entonces cuando a mí me hacen entrevistas siempre me preguntan por las acciones de Las Yeguas o si éramos pareja, ¡la pregunta estúpida!, pero nunca qué leíamos y entre esas lecturas, como te digo, está Perlongher. Es más, el primer texto de Pedro que lo publica Nelly Richard lo plagió y Nelly por eso estuvo mucho tiempo enojada con él. Pero no había más de dónde agarrarse. Entre la cordillera horrenda, que no deja ver Buenos Aires, y esa Isla Negra, donde todavía está penando Neruda, uno se iba aferrando a ciertos textos, a ciertas lecturas. Recuerdo que Pedro era muy admirador de Cortázar y, sin mentirte, creo que sabía de memoria Rayuela. Y cuando escribe el "Manifiesto", que siempre le dije que me parecía muy llorón y por eso nos peleábamos, porque su letra era “No soy Pasolini” y yo le agregaba “perdón, perdón”, bueno en ese manifiesto también está Perlongher.
Has vivido en México y en Perú por largas temporadas, ¿eso ha cambiado tu visión de la escritura o del oficio de escribir?
Mi vida en México se armó más con la gente que me rodeaba que con los sitios turísticos. Recuerdo que una vez fuimos a Nueva York con Pedro y nos sentamos en la puerta del Museo de Arte Moderno, luego nos fuimos a comer unos hot dogs al Central Park y a comprar unas cervezas. Y ahí la loca me dijo: "Algún día vamos a estar en ese museo, Cachita". Y mira cómo es la vida, hace dos años compró el Museo de Arte Moderno Las dos Fridas. ¿Pero qué te estaba diciendo?
Hablabas de tu experiencia en México…
Ah, sí. Mis amigos allá eran Carlos Monsiváis, Margo Glantz, Mario Bellatin, con él nos juntábamos prácticamente a diario, de hecho almorzaba en mi casa todos los domingos. Salir un poco del ambiente chileno y pasar a otra cosa, menos conceptual, porque nuestra escena cultural chilena estaba dirigida por Nelly Richard, que era y es maravillosa, pero nadie entendía muy bien lo que hablaba. Y las conversaciones intelectuales durante esa época eran en bares, donde no faltaba el alcohol y por eso mismo uno quería más relajo. Los lugares se me arman a partir de la gente, eso siempre lo he creído. Acá en Lima tengo muy poca relación con el mundo literario; tengo más relación con el mundo de las artes visuales. Cuando uno se traslada de lugares, me interesa más la arquitectura humana y de pensamiento: cómo funciona, por ejemplo, América Latina políticamente. Si tú te quedas en el oscuro Chile, la cordillera no te deja ver nada.
Y ya que estás en el circuito del arte en Lima, ¿están interesados por Las Yeguas allá o qué nivel de interés hay?
En Lima Las Yeguas son súper famosas, muy pero muy…
Más que en Chile…
Creo que en Chile hay una curiosidad por estos homosexuales proletarios que llegaron al barrio alto, yo siempre lo veo un poquito así. O sea la carga clasista que viví y vivimos en Chile no se va a acabar nunca. En cambio en Perú el “cholo” es poderoso y está empoderado en la política, en el arte: hay presidentes, como Toledo, que vienen de las clases populares; en Chile Salvador Allende era de una familia bien y todos los presidentes han sido, por lo bajo, de la burguesía. Entonces lo que pasa aquí con el “cholo” no ocurre con el “roto” chileno, que nunca ha estado empoderado: no lo dejan pasar ni lo van a dejar pasar nunca. Ni siquiera el Partido Comunista dejó pasar a Pedro Lemebel. En el momento de su enfermedad y más específicamente cuando estaba a punto de morir ahí se lo apropiaron. Ahora con respecto a Las Yeguas en historia del arte de Bellas Artes de la Universidad de San Marcos pasan las Yeguas del Apocalipsis. Entonces cuando llegué a Lima ya había un nicho para mí y Lemebel además había venido mucho a Lima y tenía miles de fans.
En la nouvelle hay un momento donde el protagonista viaja a Chile y tangencialmente se muestra la muerte de Pedro.
Eso fue totalmente así, aunque no salga tan claro porque es escritura. No, es la cosa más horrible que me ha pasado en la vida. Un día Sergio Parra me llama por teléfono y me dice: "Pancho, ven a despedirte de Pedro, no le damos más de una semana, así que te pago el pasaje en avión". "Perfecto", le digo, "voy con mi novio peruano". Llegamos a Santiago en la mañana y nos fuimos con Sergio Parra y mi novio al hospital del cáncer donde estaba Pedro. Antes de entrar me advirtieron que no me peleara con él, que le dijera a todo que sí. Entonces me siento en los pies de la cama de Pedro –él no hablaba, estaba muy mal– y en un momento me queda mirando y me hace un gesto para que le pase algo que estaba en la ventana. Me acerco y me doy cuenta de que en la ventana había dos objetos: una cajita de música con la hoz y el martillo, de ésas donde suena La Internacional, y al lado había un espejo y una pinza para sacarse las cejas. Y le paso la cajita del Partido Comunista y me hace unos ruidos guturales, entonces entiendo que era el espejo y bueno, se lo acerco y me dice que me siente al lado de él. Y empieza con el espejo: se mira él, después me refleja a mí y después nos refleja a los dos. Y yo le digo: "Sí, Pedro, soy Pancho y me vengo a despedir. Afloja, deja de luchar". Y como que no me hizo caso y pidió que nos tomaran una foto. Terminamos ahí y nos fuimos a cenar con mi novio. Al otro día nos fuimos con él a tomar un café y de pronto yo miro para el lado y no estaba. ¡Desapareció por tres días! Le había venido el ataque de esquizofrenia. Yo no sabía que estaba enfermo y lo encontramos con la policía, como vagabundo, dando vuelta por las calles. Como no me reconocía, lo interné en el hospital psiquiátrico de Santiago y a Pedro no lo volví a ver nunca más. Iba a ver todos los días a mi novio al psiquiátrico y no podía verlo, pero tampoco podía ver a Pedro.
Una locura…
Sí, entonces imagínate cuando tú me estás preguntando por La noche boca abajo, que es una cita a Cortázar, pero sí, fue una locura. Bueno, en Chile estabilizaron a mi novio, me lo traje a Lima para internarlo, y a los tres días me llaman de Chile para decirme que Pedro había muerto. Y empecé a escribir.
Te ayudó la escritura a pasar el mal momento.
No sé si la escritura ayude. Sirve para organizar la cagada que te quedó en la cabeza.
¿Qué fue lo que aprendiste de Pedro Lemebel?
Aprendí todo. Teníamos una relación incestuosa, en la que nos unía el barroco. Pedro y yo éramos absolutamente barrocas: la exacerbación de los maquillajes, de los cuerpos, de la puesta en escena como sujetos escriturales. Finalmente en el barroco y en la mirada, la capacidad para poner atención a pequeñas cosas, a pequeños devenires, ser capaz de mirar el devenir, eso aprendí yo con Pedro: el devenir loca, ser capaz no de vivir el devenir, sino de mirarlo antes, para saber adónde estoy parado.