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Ezequiel Zaidenwerg: "Me interesa el humor en la poesía"

Por Juan Rapacioli

"La vida en Estados Unidos, para mí, fue un curso de neoliberalismo avanzado", dice el traductor y poeta en esta conversación alrededor de su nueva novela, publicada por Bajo la luna. "Es una ficción donde las llaves de la autoría están entregadas a otras personas. Me gusta pensar que mi rol en esa ficción fue una especie de dirección de actores", define.

Por Juan Rapacioli. Imagen tomada de la página web del autor.

 

Antología ficcional, biografía refractada, ensayo novelado, el nuevo libro de Ezequiel Zaidenwerg, 50 Estados. 13 poetas contemporáneos de Estados Unidos configura un dispositivo particular: se puede leer como la selección de trece voces contemporáneas en una edición bilingüe con entrevistas que funciona como mapa de estilos y, también, en la tradición de la literatura apócrifa que rompe con la idea del autor y propone una lectura colectiva de la poesía contemporánea estadounidense.

Publicado por Bajo La Luna, el libro despliega una serie de poéticas diversas que ofrecen una visión estética, política y social de la poesía actual en Estados Unidos: Taylor Moore, Ariella Jenkins, Michael Hoffner, Jillian Kwon, John Ochoa, LeRoy S. Davis, Adam Wolniewicz, Amy Benoit, Caitlin Makhlouf, Frank Shaughnessy, Sarah Diano, Chris Talbott y Joe Urbach son los nombres que configuran este corpus que se complementa con entrevistas donde exponen sus ideas sobre la escritura, la tradición y sus contemporáneos.

En cierto sentido, la antología se puede leer como una interesante investigación que le llevó diez años de trabajo a un poeta y traductor argentino que vive y da clases en Nueva York, que publica un poema por día en las redes sociales, que mantiene una relación marcial con la traducción. Pero, si uno vuelve a la tapa del libro, se revela otro sentido: se trata de una novela. Una ficción que reúne heterónimos y entrevistas apócrifas a poetas reales. Una operación que, en el fondo, funciona como un homenaje al ejercicio de la traducción.

Buscando refugio del verano porteño en un café de Villa Crespo, llamé a Zaidenwerg (Buenos Aires, 1981) para hablar de la vida en el país gobernado por Donald Trump, la experiencia de ser extranjero, su trabajo como becario doctoral, su vínculo con la traducción de poesía y los efectos de la publicación de su nuevo libro, que va por su segunda edición.

 

 

¿Cómo es la vida en Estados Unidos para un traductor argentino? 

Es una vida muy distinta a la de los países latinos. La experiencia de ser un inmigrante es muy formativa, en muchos sentidos. Yo trabajaba de traductor freelance en un momento del país en que había mucho trabajo. Se podía vivir más o menos tranquilo; salir de ese lugar fue una experiencia movilizadora. Además de ser un país muy caro, en Estados Unidos uno abre la boca y es un Otro. Hay algo del orden de lo ajeno que te denuncia. En particular, Brooklyn es un lugar cool donde, también, te das cuenta de que los yanquis tienen un presidente que los representa un poco más de lo que ellos quisieran. Hay una lógica de lo empresarial y la competencia que Nueva York te hace sentir fuertemente: el otro es un rival. Es una mentalidad competitiva que tiene no solamente la gente asociada con lo empresarial, sino también hipsters y personas con temperamento artístico. La vida en Estados Unidos, para mí, fue un curso de neoliberalismo avanzado, en los términos en los cuales entienden el neoliberalismo los teóricos que salen de Foucault: no solamente como una ideología económica, sino una forma de construir una subjetividad. Es una idea que parece un poco extrema, pero que la ves activamente con el freelancismo: personas que están desconectadas del mundo institucional y que pelean a cuchillo los unos contra los otros. Cuando uno es turista tiene una visión más cosmética de la ciudad, pero viviendo acá se siente la presión sobre los ciudadanos y el nivel de alienación que produce estar en una situación tan incómoda espacial y material.

Tenés una actitud marcial con la poesía: publicás un poema por día en las redes sociales,  ¿qué te conduce a esa disciplina?

Lo marcial me ayuda a sentir que en la desordenada sucesión de los días hay algo que le da sentido o coherencia a esa experiencia un poco confusa que es estar en el mundo; por otra parte, mi trabajo como becario doctoral tiene como responsabilidad básicamente escribir una tesis, además de enseñar una serie de cursos. En la vida doctoral no hay una gratificación inmediata casi nunca, todo está puesto en un futuro brumoso donde uno va a escribir una tesis y más tarde conseguir un trabajo en un sistema educativo privado donde las plazas, que son poquísimas, están muy bien remuneradas. Es diferente a nuestro país, donde la educación que a mí me trajo hasta acá es de excelencia y, sin embargo, es de un nivel de precariedad notable. Entonces, por un lado, me sirve para estar en contacto con lo que amo todos los días de mi vida. Por otro lado, me ayuda a canalizar la ansiedad que me produce la incertidumbre de vivir en un país ajeno, con un trabajo donde hay pocas satisfacciones inmediatas. 

¿Qué enseñas en la Universidad de Nueva York? 

Enseño español y clases de contenidos. Una materia que se llama Critical Approaches, una mezcla de poesía, narrativa, novela, fotografía y cine. Un profesor que me marcó mucho en la Universidad de Buenos Aires, Jorge Panesi -de teoría y análisis literario-, hacía unas lecturas en las cuales agarraba un texto y lo desarmaba frente a tus ojos y lo volvía a armar de una manera maravillosa. Es lo que intento hacer como profesor cuando doy contenidos. De todos modos, enseñar es más que nada un performance afectiva. Tenés que convencer a los estudiantes de que lo que a uno le interesa es digno de que le interese a ellos. Volviendo a la lectura cercana que hacía Panesi, creo que la traducción es como una lectura más profunda, exponencial. 

En el libro hay algo de la construcción ficcional que me recuerda a Piglia, la idea del nombre falso, ¿pensaste en eso? 

Me parece que Piglia es una interesante resonancia para traer: es alguien que trabaja el ensayo sin renunciar a exponer ideas sobre el mundo de una manera poco académica y accesible. En cierta medida, éste es un libro de ensayos y estoy de acuerdo en que existe una relación con su universo. No creo que Piglia sea un referente estético, pero sí intelectual. Creo que hay una tradición de la que él viene, y venimos todos, que es Borges, donde la idea de lo apócrifo está sobrevolando. Borges es un escritor profundamente político, lo veo como un anarquista de derecha en su producción literaria y un conservador en sus posiciones públicas, pero ciertamente la cuestión de la cita falsa viene con toda claridad de Borges. Otra influencia que reconozco es la de Nabokov, puntualmente su libro Pálido fuego, una novela que se teje en las notas al pie de un académico desquiciado a un largo poema de un autor ficcional. Siempre quise escribir mi Pálido fuego, pero por suerte en mi libro me vi obligado a un sensato gesto de renuncia, porque las entrevistas no las hice yo. Mi intención original era hacerlas pero, en la maestría de escritura creativa que cursé en la Universidad de Nueva York, Sergio Chejfec me dijo que no funcionaban: el tono era muy parecido. Es un gesto que agradezco mucho, no es fácil encontrar ese nivel de franqueza. Eso me llevó a idear un dispositivo ficcional, para mí mucho más interesante que la idea del autor que mueve todos los hilos. Es una ficción donde las llaves de la autoría están entregadas a otras personas. Me gusta pensar que mi rol en esa ficción fue una especie de dirección de actores.

¿Hay un paso de comedia en esta voluntad colectiva? 

Me interesaba que el humor estuviera presente: el personaje del entrevistador es latoso, un tipo al que lo corren por izquierda y por derecha. De todos modos, mi intención no era hacer un libro en broma. Todos esos poemas funcionan como una especie de autobiografía refractada, una traducción en el sentido más laxo de la palabra, de un conjunto de vivencias pasadas por el prisma de una serie de voces. Como si hubiera descompuesto esas experiencias en una variedad de estilos, sensibilidades y sexualidades distintas. Entiendo que se lo pueda leer como una broma, hay poemas chistosos, pero es un libro serio. Quería que el humor tuviera un lugar porque me interesa el humor en la poesía, me parece importante que no seamos tan solemnes, pero es un libro serio. El libro tiene un componente ensayístico importante, pero no lo veo como un libro académico, de hecho muchos de los personajes atacan a la academia. En Estados Unidos, gran parte de de la poesía pasa por ahí. Hay un dinero que permite que los poetas puedan trabajar de profesores, también hay editoriales universitarias. Buena parte del circuito independiente pasa por instituciones donde hay presupuesto.

¿Una crítica posible a la academia puede ser la serialización de la poesía?

La serialización es algo que pasa en todas partes. Uno lo puede ver en México, donde hay un sistema de subsidios, que ahora está en tela de juicio con la nueva administración, pero también lo ves en la poesía argentina, en rasgos característicos como la centralidad de la anécdota, el uso por defecto de minúsculas y el corte de versos que coincide con el corte sintáctico. Es un problema del que es difícil hablar. ¿Qué hace que un poema sea bueno? No tenemos ideas claras o fórmulas porque, generalmente, el poema es eso que se escapa de la fórmula. Volviendo al libro, estas personas que recluté son personas con distintos grados de profesionalización: hay poetas conocidos y otros que no publicaron libros. Me interesaba trabajar con el talento de la persona que no está bajo los reflectores. Hay una lógica del casting. Los poemas del libro están escritos a partir de determinados estilos y determinadas biografías que yo me imaginé para esos personajes. Lo que me interesaba era darle esos estilos a personas que fueran opuestas a esas poéticas para que, en el choque entre estilo y biografía, se produjera algo, una chispa. También quería salir del género tradicional para desmontar la idea de que a la gente no le gusta la poesía. Uno puede ver a la gente escuchando música y cantando canciones todo el tiempo, ¿eso no es poesía?

En ese sentido, ¿hay también un trabajo con la perspectiva de género? 

Como escritor varón heterosexual, viendo que en el libro hay más personajes varones que mujeres, quería que las voces de ficción de estos autores y autoras fueran interpretadas con cambio de género: las entrevistas están hechas por diez mujeres y tres varones. Una persona hizo la entrevista siendo mujer, y ahora es un varón trans. Ese tema, todo lo que conforma una identidad, era una preocupación cercana en el libro. Volviendo a mi experiencia como inmigrante, en Sueño de una noche de verano, hay un personaje al que le convierten la cabeza en una cabeza de burro, y el parlamento es: “Has sido traducido”. Un poco la experiencia de la inmigración es esa: sentís que ahora tenés cabeza de burro, o al menos tu experiencia con el uso de la lengua está más cerca del rebuzno. Eso me hizo pensar otras cosas, como por ejemplo: ¿qué constituye una identidad? Obviamente cuestiones de género y clase, pero también la pregunta de qué es un autor y qué es la poesía: ¿es un conjunto de subjetividades que configuran distintos estilos o, como yo me inclino a pensar, la poesía es un conjunto de poemas? “Yo es otro”, dijo Rimbaud en una frase muy citada. Bueno, ¿pero qué pasa si pensamos: yo es nosotros?

 

 

 

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