Escritores deportistas
Kerouac, Christie, Tolkien y más
Sábado 17 de setiembre de 2016
Surf, boxeo, fútbol, natación, tenis, alpinismo: corredores de fondo, muchos de los escritores y escritoras que llenan nuestras bibliotecas necesitaron darle un respiro a la mente para seguir tipeando. La hora del cuerpo total, la hora de mandar la cabeza al banco.
Por Valeria Tentoni.
Agatha Christie fue un pionera del surf. Probó el deporte en Cape Town, Sudáfrica, en un verano de 1922, y testeó olas de costas como las de Honolulu. En una nota de The Guardian sugieren que podría haber estado entre los primeros ingleses en surfear. En sus diarios dejó dicho que, si bien podías darte algunos mamporros intentándolo, “al final, era un deporte fácil y muy divertido”.
Cancherísima, no fue la única: George Bernard Shaw también estuvo entre los atrevidos de la tabla. Una foto lo retrata con ¡75 años! de espaldas a las olas. Jack London, por su parte, introdujo el surf en California.
Jack Kerouac se quedó del lado de la literatura en vez del lado del fútbol americano universitario porque se lesionó jugando. Tenía grandes propuestas de más de una casa de estudios después de dejar en claro, durante sus años en la Escuela secundaria Lowell, que era un buen corredor. En vez de eso, se convirtió en un héroe de la generación beat. Muchos de sus escritos sobre el deporte se pueden encontrar en un libro excelente que sacó Caja Negra, La filosofía de la generación beat y otros escritos, miscelánea tackleadora de un corazón tackleador. No escribe ahí, sin embargo, sobre rugby, sino sobre béisbol y sobre boxeo, sobre cómo lo llevaban de chico a ver peleas.
A saber: el famoso rollo original de papel sobre el que tipeó En el camino tomando café y nada más que café fue comprado justamente el propietario del Indianapolis Colts, un equipo de fútbol americano de su país.
Además de la pesca, de la caza (se iba de safari y con eso se ganó varios accidentes y enfermedades, ¡hasta lo dieron por muerto!) y de las corridas de toros, Ernest Hemingway era un púgil nato. Fue sparring de figuras profesionales, y gran un buscón de pelas callejeras, capaz de improvisar rings en cualquier lado. Llegó a pelear con Joan Miró: eran compañeros de cuadrilátero en París y es probable que le haya ganado un cuadro así, “La Masia”, que se llevó a Cuba.
Otro con el que ensayó sus dotes de boxeador fue Morley Callaghan. “Hemingway se fue a la tumba discutiendo el resultado y organizando una revancha. Callaghan compartió su versión de los eventos un par de años después en sus memorias de 1963, Ese Verano en París. (…) Callaghan se puso los guantes e hicieron sparring frente a sus esposas. Callaghan esquivó un jab y bloqueó un cruzado. Intercambiaron algunos golpes más que fueron ‘ridículos’, en palabras del joven escritor, y entonces Hemingway quedó satisfecho. ‘Sólo quería saber si habías boxeado’, le dijo a Callaghan. ‘Puedo ver que lo has hecho’. Luego invitó a su amigo a entrenar con él en el gimnasio American Club. No tenía ring, pero le prometió que tenía suficiente espacio para hacer sparring. Ambos se encontraron al día siguiente y se dirigieron a American Club para boxear de manera más seria”, se narra en esta nota excelente de Sarah Kurchak en Vice.
Haruki Murakami escribió De qué hablo cuando hablo de correr para dejar en claro cómo se baten, en su cabeza, sus dos pasiones: el trote y la escritura. “Es muchísimo mejor vivir diez años de vida con intensidad y perseverando en un firme objetivo, que vivir esos diez años de un modo vacuo y disperso. Y yo pienso que correr me ayuda a conseguirlo”, apuntó.
Entre los locales, Leila Guerriero también es una maratonista de la pluma. “Es sábado. Salgo a correr y, por error (porque es igual al mío; porque está donde yo suelo dejar el mío), me llevo el iPod de otro. No de cualquier otro: me llevo el iPod del hombre con el que vivo desde hace quince años…” arranca en esta columna, preciosa como todas las suyas. De una entrevista que le hicieron en La Nación va otro extracto suyo:
“Salir a correr es un momento de mucha soledad, de desprendimiento del mundo, de prescindencia. Para mí, es muy parecido a escribir y mientras lo hago voy imaginando posibles columnas. Corro por mi barrio, que está lleno de talleres mecánicos, no tengo un circuito glamoroso. Lo único que no me anima a correr es el viento. Soy bastante climática y a mí el viento me crispa. Voy escuchando música. En mi iPod tengo desde Magnetic Fields, Radiohead o Eminem hasta a Miguel Bosé”.
El tenis como experiencia religiosa, se llama el último libro de David Foster Wallace que llegó a las librerías argentinas. Allí escribe sobre el US Open, sobre Roger Federer y Rafael Nadal, y describe las canchas con párrafos como estos:
“La acústica de los aplausos es ensordecedora. Desde aquí abajo, cerca de la pista, si uno levanta la vista, el Estadio parece tener forma de enorme pastel de bodas, y en cuanto uno rebasa las laderas más suaves que son los palcos, las gradas de aluminio parecen ascender por todos los lados de forma casi vertical, tan vertiginosamente abruptas que da la impresión de que un solo paso en falso en alguna de la escalinatas superiores equivaldría a una muerte segura y espantosa”.
Se trata de un libro sobre la belleza cinética del deporte que practicó de adolescente, al punto de considerar seriamente iniciar una carrera deportiva.
La broma infinita se puede leer en paralelo a Open, las memorias de André Agassi. Escritores tenistas hay varios, incluyendo a Tolkien y, de los argentinos, a Bioy Casares y a Guillermo Martínez. Una antología reciente alrededor de eso salió por Alfaguara e incluye relatos de Fabio Morábito y John Updike. Se presentó con un partido en vivo y todo. “Un juego en el que caben la pasión, la destreza, la venganza, el fracaso y la búsqueda de felicidad”, lo definió Liliana Heker en el prólogo.
El italiano Erri de Luca, autor de libros como Los peces no cierran los ojos o Montedidio, comenzó a dedicarse al alpinismo tardíamente pero, aun hoy, sigue practicándolo. Dice que le gusta treparse a la montaña por el lado difícil, hacer ese ejercicio de esfuerzo inútil, de espaldas al camino que la rodea y facilita la cumbre. La experiencia aparece en el libro Tras la huella de Nives. En el Himalaya con una alpinista (Siruela) recoge las conversaciones del escritor con Nives Meroi, una de las tres mujeres que han ascendido siete de los catorce ochomiles.
Hay otro italiano que también era alpinista: Dino Buzzati. Desde su primera novela, Bárnabo de las montañas, esta fascinación por la altura queda consignada. “Si lo quieren llamar deporte, el alpinismo es entonces el más noble de los deportes”, escribió en 1932, elogiando el silencio y la soledad en las que se realiza.
Futbolista: Albert Camus. En su ensayo “Lo que le debo al fútbol” se puede leer: “Sí, lo jugué varios años en la Universidad de Argel. Me parece que fue ayer. Pero cuando, en 1940, volví a calzarme los zapatos, me di cuenta de que no había sido ayer. Antes de terminar el primer tiempo, tenía la lengua como uno de esos perros con los que la gente se cruza a las dos de la tarde en Tizi-Ouzou. Fue, entonces, hace bastante tiempo, en 1928 para adelante, supongo. Hice mi debut con el club deportivo Montpensier. Sólo Dios sabe por qué, dado que yo vivía en Belcourt y el equipo de Belcourt-Mustapha era el Gallia. Pero tenía un amigo, un tipo velludo, que nadaba en el puerto conmigo y jugaba waterpolo para Montpensier. Así es como a veces la vida de una persona queda determinada. Montpensier jugaba a menudo en los jardines de Manoeuvre, aparentemente por ninguna razón especial. El césped tenía en su haber más porrazos que la canilla de un centroforward visitante del estadio de Alenda, Orán. Pronto aprendí que la pelota nunca viene hacia uno por donde uno espera que venga. Eso me ayudó mucho en la vida, sobre todo en las grandes ciudades, donde la gente no suele ser siempre lo que se dice derecha”.
Otro futbolero era Pier Paolo Pasolini. Hay muchas fotos suyas jugando, hasta con saco y corbata. El que vemos acá es él.