En estado puro
Sobre Sin segundo nombre de Lee Child
Lunes 14 de mayo de 2018
"Child no es el único escritor cuyas historias son ingeniosas y tienen un héroe carismático. Son requisitos de cualquiera que practique el género con mediana eficacia. Pero hay mucho más en las historias de Reacher". Otra entrega de las lecturas policiales de Quintín, sobre la novedad de Blatt & Ríos.
Por Quintín.
En estos días me imaginé que Lee Child viajaba a la Argentina y preguntaba qué tal eran los policiales de César Aira, un tipo que lo elogiaba desde la solapa de Sin segundo nombre. El agente de prensa respondía que Aira era el mejor escritor argentino pero no escribía policiales sino libros vanguardistas, sofisticados, lejos de la literatura de género. "Amazing" respondía Child y seguía firmando ejemplares.
El blurb de Aira en la edición de Blatt y Ríos dice: "Child es el recurso perfecto para devolverles el gusto por la lectura a quienes nunca lo perdieron". La paradoja implica una afirmación contundente: Child no es un escritor para el público aunque venda millones de ejemplares, sino un escritor para lectores, una distinción que siempre hizo Aira sobre su propia obra. En su reciente Evasión y otros ensayos, reafirma su reciente afición a Child y hasta se sorprende: "Cuando algo me gusta en exceso, como me está pasando recientemente con Lee Child, tengo que preguntarme con severidad: ¿es realmente tan bueno como me parece?" Confieso que el otro día me hice una pregunta parecida cuando me di cuenta de que estaba leyendo Sin segundo nombre muy lentamente, como para que durara lo más posible.
¿Qué diablos pasa con Lee Child como para estar convirtiéndose, al menos en la Argentina, en dos cosas tan contradictorias como un best seller y un escritor de culto? De similares beneficios goza Stephen King (King y Child se admiran mutuamente), pero el fenómeno rioplatense en torno a Child me parece más radical. Child no era un desconocido entre nosotros pero tampoco tan popular. RBA, que tiene los derechos para el mercado de habla hispana, solo tradujo ocho de sus veinte novelas, aun después de que Tom Cruise interpretara al protagonista en Jack Reacher (2012). Esa buena película está en el origen del seguimiento local de la obra de Child. Elvio Gandolfo la vio, le gustó, leyó un par de novelas y se las recomendó a Aira, quien a su vez se las recomendó a Mariano Blatt y Damián Ríos. Estos, contagiados por el virus, editaron primero dos cuentos, agrupados como Noche caliente, y ahora estos diez relatos inéditos en español.
Reacher es un personaje singular, un gigante de cerca de dos metros y 115 kilos de peso, hábil con las armas pero, sobre todo, capaz de ganar cualquier pelea a golpes. Esta especie de Terminator vagabundo tiene algo de caballero andante que va por el mundo arreglando entuertos de un modo particularmente efectivo, ayudado no solo por los puños sino por una inteligencia agudísima y una capacidad deductiva propia de Sherlock Holmes. Además tiene una biografía, lo que le permite a Child diversificar las historias del personaje, ese ex oficial del ejército que anda por los caminos sin otro equipaje que un cepillo de dientes y se mete en unos líos descomunales. Jack Reacher (sin segundo nombre) nació en Berlín como hijo de un marine que circulaba por las bases americanas con su mujer, Jack y su hermano mayor Joe. Ambos siguieron la carrera militar: Joe llegó a ser un brillante oficial de inteligencia y murió al principio de una de las novelas. Pero algunos relatos de Child vuelven al pasado y el personaje reaparece. A su vez, altamente preparado y motivado para el combate desde la infancia, Jack Reacher fue un investigador militar al mando de una unidad de elite y, cada tanto, sus ex jefes lo llaman para que solucione algún problema difícil. Pero la mayor parte de las veces es el azar lo que lo lleva a involucrarse en una batalla a muerte con policías corruptos, mafias locales o potencias extranjeras. Reacher es un justiciero con un código propio y los relatos de Sin segundo nombre muestran la flexibilidad de sus criterios. El rango de intervenciones de Reacher va desde el ejecutor letal al bondadoso y providencial individuo anónimo que auxilia a desconocidos solo porque se cruzan en su camino. De hecho, en este libro hay dos historias de Navidad en las que Reacher es un simbólico Papá Noel. Y una tercera en la que le proporciona una nueva vida a un fugitivo de la Ley. Como contrapartida, Reacher es, desde la infancia, implacable con los matones y los que abusan de los débiles. Child le permite un grado de bondad decimonónica a su personaje sin necesidad de compensarla con el cinismo ni la crueldad propias del relato policial contemporáneo. Discreto, alejado de toda fanfarronería, no es tampoco uno de esos personajes atormentados, esos alcohólicos divorciados y sufrientes que viven implorando la piedad de los lectores como en los policiales escandinavos. Su personaje encarna un estoicismo particular, que no pasa por el padecimiento sino por el desprendimiento. Educado en la austeridad del ejército, en esos rangos medios propios de los héroes de John Ford, nunca será ricos ni importante pero se conforma con saberse digno. Ya fuera del ejército, Reacher traslada a la vida civil un gran desprecio por toda sofisticación en el consumo para vestirse, trasladarse o comer, toma litros de café malo, se permite una ocasional cerveza y almuerza en los diners, esas infames instituciones americanas. Es el hombre de ningún lugar y de todas las geografías, un justiciero anónimo que viaja en ómnibus, se arregla con unos pocos dólares en el bolsillo y circula por debajo del radar del reconocimiento y el éxito social. Ese desprecio por el capitalismo en enemigo del comunismo lo termina de volver irresistible.
Child no es el único escritor cuyas historias son ingeniosas y tienen un héroe carismático. Son requisitos de cualquiera que practique el género con mediana eficacia. Pero hay mucho más en las historias de Reacher. En principio, una enorme precisión acompañada por una gran economía de recursos. Cada episodio de Sin segundo nombre lo demuestra. Diría que de un modo aun más rotundo que las novelas, que por razones comerciales deben extender las peripecias. De extensiones variables, que van desde la decena al centenar de páginas, todos los cuentos de Sin segundo nombre tienen la longitud que necesitan: no parecen novelas abreviadas ni anécdotas estiradas. Pero sin dar excesivas explicaciones, Child se las arregla para que las tramas creen misterios intrincados que se resuelven con lógica y transparencia. Leer un relato de Child equivale a asegurarse el placer inmediato de la intriga mientras se anticipa el de su resolución.
En el primer cuento de Sin segundo nombre, "Demasiado tiempo", Reacher llega a una ciudad pequeña y es víctima de una conspiración policial para hacerlo responsable de un crimen, una trampa contra la que no parece tener posibilidades de defenderse. Por supuesto que sale airoso y el lector lo sabe, pero quien quiera filmar una película con esta historia, ya la tiene hecha en el papel: le bastaría con no ser demasiado torpe. De entrada, Reacher ve cómo se comete un robo en un espacio público que tiene forma de "T". Es de una visualidad perfecta, como lo son siempre los espacios en los libros de Child. Tomando a Stevenson como ejemplo, Aira dice que "la lectura de una novela debe ser algo más, o menos que su lectura. Debe hacer pasar el ejercicio de la lectura a otro plano, secundario, automatizado el sueño que representa la lectura". En esa automatización del sueño, Aira localiza la superioridad de la literatura, reconocible en la capacidad de Child para generar en el lector esa expectativa infantil que lo protege del mundo y que identificará en su vida adulta. La experiencia de leer es múltiple y distintos autores exploran distintos aspectos. Pero pocos pueden generar en quien lee la confianza de saber que no serán traicionados en la senda del sueño. Lee Child es uno de ellos. El entusiasmo que provoca va mucho más allá de su talento, de su imaginativo profesionalismo: en los cuentos de Reacher hay una magia difícil de encontrar en un estado tan puro.