Emilio Jurado Naón: "A mí me gustaría hacer algo diferente"
Y su nuevo libro, Sanmierto
Lunes 21 de octubre de 2019
"Me gustaba cómo escribía y quise parodiarlo”, dice: a partir de los libros de Sarmiento, Jurado Naón nos sube a un viaje experimental editado por Leteo. "Hay un tipo de narrativa actual en la que el lenguaje es muy neutro, casi llano. Un lenguaje no problematizado, coloquial y no por la oralidad, sino porque los narradores hablan con cien palabras. Con Sanmierto yo quise meter todas las palabras e inventar algo", respondió a Agustina Rabaini.
Por Agustina Rabaini.
"¡Pero vos sabés muchas palabras!”, le dice un amigo a Emilio Jurado Naón. Parece que venía leyendo Sanmierto y él le respondió que se le pegan las palabras, algunas muy raras. “A veces no sé qué quieren decir, vienen de las lecturas o van llegando. Cuando las bajo después, algunos significados me sorprenden aún más, por lo bizarros”, dice ahora sentado en una mesa de viejo bar de Almagro.
En Sanmierto, su libro editado por Leteo, pueden leerse vocablos como "gozne" o la frase “caterva de feudos malunidos”, que era lo que Sarmiento, ya enojado, decía sobre la República Argentina. A Jurado Naón le interesan los insultos rioplatenses por toda la creatividad que concentran, y en esta charla rescata frases y anécdotas que tomó y modificó del autor del Facundo y Recuerdos de provincia. “Después de comer, se presentó Sandes a caballo. Lindo venía, recto sobre la montura”, recita Emilio entre algunas frases del libro, “más abstractas, extrañas o musicales”.
Cuando empezó a tirar del hilo de las palabras, el fraseo y la sonoridad de la escritura de Domingo F. Sarmiento, Jurado Naón (1989) cursaba la materia Literatura Argentina del siglo XIX en Letras de la Universidad de Buenos Aires. “Tenía que entregar una monografía y estaba trabado, pero Sarmiento me copaba, había algo ahí. Me puse a copiar el fragmento sobre el comandante Sandes que ahora aparece en el libro: lo empecé a engordar, a hipertrofiar, deformándolo. Inventé una narración y así salió el primer relato. Después fui trabajando con pasajes de otros libros de Sarmiento”.
Al recorrer ahora la apuesta arriesgada –y delirante, hay que decir también - de este escritor y editor que antes publicó A rebato (Blatt&Ríos, 2013), ocurren cuestiones a distintos niveles: la más inmediata, dejarse arrollar por su goce con las palabras y su trabajo con el lenguaje a partir de escenas del imaginario y la vida del prócer argentino, que él disloca, en clave de fantasía y reinvención. Desde la parodia o el desborde barroco, con ecos de la escritura de sus admirados Zelarayán y Lamborghini, Jurado Naón cruza poesía y prosa, corre los límites entre géneros y va más allá. “Quise poner a Sarmiento desde su escritura de ficción y despedazarlo; ver si todo eso podía adquirir un nuevo significado. Me gustan mucho las palabras y Sarmiento abría la puerta a que entraran todas las palabras posibles. Me gustaba cómo escribía y quise parodiarlo”.
Hay un gran despliegue poético en tu texto, y al comienzo no se sabe si estamos ante una novela o son relatos. Javier Fernández Paupy dice en la contratapa que el libro también puede leerse como “un poema largo novelado”. ¿Cómo lo ves vos?
En principio me gusta esa indefinición. No la busco pero si aparece trato de sostenerla. Le agradezco esa lectura a Javier porque, como decía Zelarayán, la prosa es poesía o nada, y yo escribo narrativa con esa divisa en mente. Escribí Sanmierto capítulo a capítulo, tratando de que pudiera leerse como una novela. Son relatos que tienen una continuidad, con Sarmiento como protagonista.
El goce con el lenguaje ya estaba en A rebato…
Sí, cuando escribo me vienen palabras, pero también una melodía y me gusta escribir desde ahí. En un posfacio, Zelarayán agradece a las personas que le hablaban fuera de contexto; esas conversaciones que se metían eran para él un gran disparador. Las usaba para escribir y dejar que el texto fluyera. A mí también me gusta eso, la poesía surge de ahí. Si hubiera algo barroco en la escritura de mi libro, espero que pase por ese goce de un significante flotante que no se queda estaqueado sino que patina, y que es el mismo goce que tenía Perlongher. Comparto eso aunque en algunos lugares, también me gusta que el lenguaje quede firme y se condense.
¿Que algo tome algún sentido más claro, en medio de la experimentación?
Bueno, creo que podría relacionarlo con una lectura de situación de la escritura actual. Leo mucho por trabajo y otras cosas, y hay una escritura en la que siento que falta libertad, búsqueda, preguntas. Me refiero a un trabajo más interesante y a desnaturalizar ese material que tenemos, el lenguaje. Ezra Pound decía que la poesía es el lenguaje llevado a su máxima potencialidad, y yo no creo que eso sea exclusivo del verso, como tampoco la poesía es solo verso. ¿Por qué el Ulises de Joyce no puede ser leído también como un poema? El costumbrismo o el yo son muy abundantes en la narrativa actual. Y a la hora de escribir y publicar algo, a mí me gustaría hacer algo diferente, sino nuevo. Hay un tipo de narrativa actual en la que el lenguaje es muy neutro, casi llano. Un lenguaje no problematizado, coloquial y no por la oralidad, sino porque los narradores hablan con cien palabras. Con Sanmierto yo quise meter todas las palabras e inventar algo. La excusa o la justificación es que Sarmiento es el que habla y que es un tipo del siglo XIX. Un tipo parodiado, además. De alguna manera, lo usé como ventrílocuo.
¿Qué más te fascinaba de leer a Sarmiento?
Me gustaba porque escribía bien, y porque era un desquiciado, un tipo muy calentón. Si leés las cartas que le escribía a Alberdi, el tipo está loco, piensa que puede decir lo que quiere y con impunidad. Eso sí, un loco de una gran lucidez, un desquiciado, o al menos su escritura lo era y por eso me copa a mí. Cuando a mis amigos les decía que me encantaba leer a Sarmiento, algunos me miraban raro. Por ahí leyeron algo del Facundo en el secundario y les parece un embole, pero sus textos son súper modernos, hay que ver lo que hace con el lenguaje. Yo empecé a escribir tratando de imitar su estilo del siglo XIX, y a la vez quise forzar el anacronismo. Al principio aparece un alka seltzer, por ejemplo, y eso da una pista de que esto es anacrónico.
La incorrección política de tu Sanmierto es enorme. En el primer capítulo metés al prócer en un calabozo a tener sexo con sus alumnas. Esa escena metida ahí es algo más que sacarlo del mármol, ¿no?
Lo de Sarmiento y el calabozo es una anécdota que está en el libro. La anécdota es: “Estoy en la cárcel y me vienen a visitar mis alumnas”, porque habían ido a visitarlo y a mostrarle la tarea. Ahí estaban las impolutas alumnas, palomillas, y yo leía esto y pensaba: “Esto es re perverso”. Aunque no lo está diciendo, ahí hay una tensión rarísima. Después está la cuestión iconoclasta de decir “vamos a romper el mármol del ídolo” y me parece fundamental hacerlo con todo el mundo, hasta con el Che Guevara, entre los más progresistas. En el caso de Sarmiento, porque era un político muy engañoso y un asesino por haber mandado a matar al Chacho Peñaloza. Lo mandó a matar con un emisario e hizo que clavaran su cabeza en una pica en la plaza pública. Eso lo hace el peor y a ese mismo tipo hoy lo vemos como el padre del aula. Sarmiento tenía buenas propuestas ligadas a la educación, pero hoy la mayoría de los argentinos y las argentinas piensan que era impecable. En las escuelas primarias, el lugar donde se da el primer adoctrinamiento ideológico, se canta el himno a Sarmiento y ahí nos hacemos argentinos. Y como para mí Sarmiento tiene todo que ver con la escuela, había, como mínimo, que desarmarlo. Era muy verborrágico, muy grafómano. La ideología de sus textos, ya no de él como persona, es muy heterogénea. A veces dice cosas que se aplican al liberalismo y otras al conservadurismo, y hasta al socialismo de la época. ¿Cuántos elementos ideológicos podían caber en el vozarrón de Sarmiento? Patriotismo, antipatriotismo, conservadurismo hasta el punto de mandar a matar a alguien. Me propuse subirle los decibeles al lenguaje y a la riqueza verbal y quise ir contra el verosímil realista, que las alumnas se pudieran dividir, juntar de vuelta, transformar en plantas, explotar… Sarmiento se puede abrir la cabeza con un cortaplumas y no hay límites. La escritura de A rebato venía en esa línea también.
¿Y por qué volver a la literatura del siglo XIX hoy? ¿Qué hay ahí?
Me gusta la literatura del siglo XIX, por ponerle un nombre, porque Sarmiento no es literatura como tal la conocemos, aunque podría ser, si nos ponemos posmodernos. Lo que publicaba Mansilla en el diario o en La excursión a los indios ranqueles es súper literatura, pero en su momento no terminaba de serlo. Para mí leer a estos autores es como leer en un mismo idioma que a la vez no lo es. Como cuando te ponés a hablar con un gallego o un portugués. Hay palabras en los textos del siglo XIX que, en realidad, son del portugués y que ya no usamos. Todo eso me dispara ideas raras al escribir. También aparecen cuestiones que siguen existiendo en la política y en la sociedad argentina actual, en los discursos. A veces para escribir sobre los problemas del presente conviene tomar distancia en busca de una mayor elocuencia o una mayor ligereza; para evitar caer en la estupidez y en el lugar común, el estereotipo, la banalidad.
En estos años escribiste otros relatos donde aparecían personajes históricos: San Martín, Roca. ¿Por qué volvés siempre a los próceres?
En A rebato había un primer cuento, "El arroyo", donde ya aparecía la cabeza de Sarmiento, y se transformaba en un melón. Ahí había un trabajo desde el surrealismo, si se quiere. En otro relato estaba San Martín en el teatro y en un taller que hice hace unos años, me preguntaron eso mismo, ¿por qué siempre hay próceres? Tenía 24 años y me di cuenta de que había algo personal, de mi familia, más precisamente, con Julio A. Roca porque mi tatarabuelo era su hermano. Ahí hay un tema, dije, ese es el tema.
¿Hay una roca en el camino?
Y sí, en el camino y en el zapato. Primero me puse a escribir sobre los Roca, "El whisky y los Schóó”, un relato que se publicó en este mismo blog, y ahora sobre él estoy escribiendo una novela más larga, algo distinto y de más largo aliento que Sanmierto. Por una cuestión familiar y personal, me tocaba batirme a duelo con mi prócer, Roca. Y en esa escritura me veo con cuestiones políticas de la actualidad. El gobierno actual podría leerse como una continuación del PAN (Partido Autonomista Nacional) Una cuestión de clases que es bien roquista, Me meto con Roca con todas las complejidades y contradicciones del caso, porque tampoco ahí hay blanco y negro. El proyecto se llama Los Roca y los yo.
Además tenés tu labor como editor de la revista Rapallo, ¿cómo se conjugan estas cosas?
Sí, hacemos la revista con Gabriel Cortiñas y Franco Massa. Tiene cuatro números y a fin de año saldrá el quinto. La idea es que circule como un libro con artículos sobre pocos autores contemporáneos, y mucho material de cada uno. La idea es poder tener un pantallazo profundo de cada escritor y poner en circulación textos de poesía y ensayo de distintas ciudades del mundo; dar lugar a la traducción y a escritos en lengua original; publicar y producir textos críticos y realizar entrevistas.
¿Podés recomendar algunas lecturas de las últimas, escritores que te interesen especialmente?
Además de Zelarayán y los hermanos Lamborghini, el Ulises de Joyce me marcó en relación a cómo pensar mi propia escritura. Entre los contemporáneos, me gusta Javier Fernández Paupy y podría mencionar también a Nadia Gómez, Violeta Kesselman, Jimena Schere, Verónica Viola Fisher y Fernanda Laguna. La poeta española María Salgado, que es buenísima. También Gabriel Cortiñas, mi coeditor en Rapallo. Y Pablo Katchadjian, Alejandro Rubio, Martín Gambarotta y César Aira. Estos últimos me interesan porque son programáticos, hay algo que me apasiona de esa forma.