El mapa y el territorio
De izquierda a derecha: Ruth Kaufman, Eduardo Abel Giménez, Andrea Ferrari y Julieta Pinasco
En busca de una cartografía de la literatura infantil
Martes 15 de marzo de 2016
Iniciando el ciclo de encuentros sobre literatura infantil y juvenil que se llevarán a cabo todos los martes de marzo y abril en Eterna Cadencia, Andrea Ferrari, Ruth Kaufman y Eduardo Abel Giménez, con la moderación de Julieta Pinasco, discutieron sobre la definición de la LIJ, límites, intereses y vínculos con la escuela. Aquí la transcripción de parte del encuentro.
Julieta Pinasco: Cuando fuimos elegidos para este encuentro, empezamos a hablar por Facebook para ponernos de acuerdo sobre qué cosas nos interesaba charlar, y hubo una que nos pusimos de acuerdo de entrada: ninguno de los cuatro va a bailar. [Risas] Básicamente lo primero de lo que nos interesaba hablar era sobre la literatura y la literatura infantil: por qué ese adjetivo que circunscribe lo literario, determina el destinatario y lo que esa denominación encierra. La idea de describir ese objeto que sería la literatura infantil. Y juvenil, perdón. Porque tuvimos una larga conversación sobre lo juvenil.
Andrea Ferrari: El tema del nombre es interesante. Evidentemente la literatura para chicos tiene una especificidad que requiere de alguna aclaración y al mismo tiempo la aclaración es un conflicto, porque, para empezar, infantil y juvenil es un término muy vago, porque uno nunca sabe dónde termina lo infantil, dónde empieza lo juvenil, dónde lo juvenil se convierte en adulto. Pero, además, uno de los puntos de conflicto de la literatura infantil y juvenil, es que ese destinatario para el que se supone que uno escribe, que es el chico, es un último destinatario, y en el medio hay un montón de mediadores, de intermediarios: padres, docentes, bibliotecarios, especialistas, la escuela fundamentalmente. Todos ellos tienen su propia idea de lo que tiene que ser la literatura infantil y juvenil, que, de alguna manera, termina incidiendo sobre lo que es. Entonces a veces el lector para el que uno escribe, ese último destinatario, queda desdibujado, queda lejos. Incluso hay algunos libros que uno se plantea si son escritos para los chicos o para los intermediarios. Ahí es donde siento que uno de los ejes de conflicto de la LIJ.
Eduardo Abel Giménez: La cuestión de los mediadores es clave y tiene que ver con lo que dijo Julieta con buena voluntad —porque se puede decir con mala voluntad— que es que usa a la literatura. Normalmente, aún con la mejor voluntad, el mediador tiene algún fin.
Julieta Pinasco: Le agrega una función extraliteraria, diría yo.
Eduardo Abel Giménez: Exactamente. Es algo que ocurre en la literatura infantil. Para bien y para mal, se usa. Y el rol del mediador es decisivo, como sabemos bien, porque el chico no es un pizarrón en blanco, tiene su mundo, pero si recibe una caja de cartón del mediador, se inventa el mundo en la caja de cartón, y si recibe un Gaturro... ¡Perdón! Esto es para todo público, hay menores. [Risas] Lo que busca el mediador de acuerdo a sus propios intereses es que esa literatura que le acerca al chico le produzca algo, que, como ocurre a veces, es que aprenda a cepillarse los dientes, o que puede ser también que lea y crezca leyendo. Es algo que no sabemos definir muy bien, pero estamos de acuerdo con entusiasmo, en que la lectura nos hace felices, nos hace mejores. Si tan felices nos hace leer de adultos, yo quiero compartir esa felicidad con mi hijo. Andrea mencionó lo juvenil, esa jota que nos persigue. Lo juvenil nos persigue como una cosa que nos puede parecer medio maldita, pero mucha gente cree —todos en algún momento creemos— que es un invento del mercado. Y, sin embargo, también sabemos en el fondo que no. Ahí ocurre una cosa notable, que vale tanto para la parte infantil como para la juvenil: nosotros también disfrutamos de esos libros. Yo leía de chico cosas que hoy llamaríamos libros juveniles; la ciencia ficción clásica no tiene nada mayormente diferente de lo que hoy se llama juvenil. Lo juvenil rescata mucho de los géneros populares que venían de principio de siglo y esa literatura popular de principios del siglo XX, que, como casi todos los géneros populares, se fue sofisticando, se fue haciendo cada vez más culta —como en la música y el jazz, por ejemplo—, fue derivando hacia territorios más sofisticados, más adultos, más complejos. Y termina generando un subgénero más popular, otra vez, que es lo que terminamos llamando juvenil. Hay escritores contemporáneos de ciencia ficción que han escrito novelas complejas, profundas, llenas de problemas y demás, que también se volcaron a lo que se llama hoy young adults, que es un subgénero un poco más sencillo, un poco más de aventuras, un poco más fácil de leer. Es la misma literatura popular de otras épocas sólo que ahora se llama de “jóvenes adultos”, que es un pasito más de lo que nosotros llamamos juvenil y que tiene un poco más que ver con el secundario, por razones de mercado y escolares. A lo que voy, finalmente, es que toda mi vida disfruté de esta literatura juvenil, sigo disfrutándola y es una parte importante de lo que leo habitualmente: sea o no un invento de mercado, sea o no una cosa satánica, por favor que siga existiendo. Yo la necesito.
Andrea Ferrari: Aún si fuera un invento del mercado: ¿por qué no? Por qué no generar el espacio donde el lector joven puede ir a buscar algo.
Julieta Pinasco: Pensaba que hay un principio fundamental cuando elijo los libros en la escuela o selecciono las lecturas del año. Si a lo largo de la lectura empiezo a acordarme que estoy leyendo para los chicos, el libro no funciona. Si se me atraviesa el chico en la lectura, en el libro hay algo que no termina de enganchar. Generalmente funciona el criterio. Ese criterio tiene que ver con la calidad de la escritura; muchas veces el apelativo infantil o juvenil mata lo literario. Lo literario queda sepultado con “Estamos escribiendo para los chicos”. Si el libro me engancha, generalmente sucede que también engancha a los chicos.
Andrea Ferrari: Yo diría que eso sucede con toda la literatura. Hay una tendencia a juzgar y decir “Esto no es literatura” a cosas que se escriben para chicos, pero también uno lo podría decir sobre literatura para adultos. Está lleno de productos.
Ruth Kaufman: Corín Tellado o Las 50 sombras de Grey nadie lo va a leer en la escuela, entonces tampoco hace falta criticarlas. Son malos libros. Pero si algo que está mal escrito o no tiene calidad se da en la escuela, ahí se justifica que se critique. Se supone que la escuela es un lugar para elegir.
Andrea Ferrari: También la escuela tiene lo que hablábamos antes, que es el utilizar la literatura como instrumento pedagógico, de transmisión de conceptos, de valores, de conductas ejemplificadoras. Entonces se le pide al libro para chicos una serie de requisitos que no son absolutamente literarios, sino que son morales o de otro tipo. Se la cuestiona desde un lugar que está lejísimo desde lo literario.
Julieta Pinasco: El gran tema en la escuela es “Tengo esta pila de contenidos y entonces busco los libros que me sirven para enseñarlos”. Con lo cual, lo literario se desvirtuó. Nosotros trabajamos al revés: elegimos los libros y vemos qué instrumentos son necesarios para poder leerlos. A veces, es medio caótica la cosa, pero quizá, partir del libro y poder enseñar herramientas de lectura que sirvan para ese texto y que puedan replicarse en otros, enfoca la literatura infantil en la escuela desde otro lugar. La escuela, en general, ha castigado bastante los libros. Digo: libros en los cuales subrayamos los sustantivos, buscamos los verbos regulares, los verbos irregulares. Con lo cual, el chico no va a leer nunca más. Pero, además, deberíamos preguntarnos si la escuela es el lugar donde se hacen lectores. Las razones por las cuales alguien se hace lector son enormemente misteriosas y depende de cada individuo y del vacío que vienen a llenar las palabras. Hay quienes lo llenan con palabras, otros con amigos, otros con un amigo de fútbol.
Eduardo Abel Giménez: La escuela puede proveer oportunidades para generar lectores. Oportunidades que no las tienen en otros lados. A lo mejor algo de la escuela los ayuda a llegar a leer: una biblioteca bien provista es una cosa, tiempo de lectura que después no va a ser evaluado es otra. Esas condiciones favorecen la creación de lectores. Ese es un rol de la escuela. Nadie garantiza que salgan lectores. Bueno: nadie garantiza que un chico sea un buen jugador de fútbol por más pelotas que tenga. Pero es una oportunidad.
Julieta Pinasco: En algunos casos es, quizás, la única oportunidad del contacto con los libros, por lo tanto hay que tenerla. Esto que vos decías, del espacio literario dentro de la escuela, poder vincularse con la literatura de la manera más parecida al vínculo fuera de la escuela con la literatura, que pocas veces la escuela provee eso, hay que recrearlo. El año pasado hicimos una semana de poesía en la escuela y los chicos leyeron poesía, jugaron con la poesía, escribieron poesía, los de 12 mezclados con los de 6, fue una experiencia única para poner a los chicos en contacto con lo literario desde un lugar libre. Y aparte con la poesía, que permite, quizá, la mayor libertad posible.
Ruth Kaufman: Yo no lo tengo claro, pero... La música, la danza y la pintura, que serían otras áreas del arte, no están en la escuela. Nadie espera que los niños canten, que es hermoso, bailen, pinten o hagan poesía. Vamos a restringirnos al arte, que sería lo que tiene la literatura con todas esas áreas. Leer y escribir es fundamental en este mundo y al que no lee ni escribe se le complica mucho la vida. Esperamos que la escuela enseñe a leer y a escribir; no esperamos que enseñe a cantar ni a bailar ni a danzar ni a hacer poesía. Es así. Me gusta la literatura pero en cierta forma entiendo que no es lo que la escuela tiene obligación de enseñar. En cierta forma es como que, en vez de gato por liebre, buscamos liebre por gato. La escuela tiene que enseñar valores y a leer y a escribir, y si podés, de paso, hacés de cuenta que enseñás un valor y metés literatura. Tenés que redoblar la apuesta de la censura al máximo. Si sos un gran escritor de literatura para niños hoy y pasás todas las censuras, hacés de cuenta que hacés una cosa y hacés otra. Porque si no, tendríamos que reclamarle arte a la escuela. Sería hermoso, sería una experiencia extraordinaria, pero la sociedad no le está reclamando a la escuela por qué arte no.
Eduardo Abel Giménez: Si la escuela no forma bailarines o cantantes, entonces no tiene por qué tampoco que formar escritores.
Ruth Kaufman: No, no dije eso: no digo ni que forme bailarines ni cantantes ni escritores. Si no que te meta adentro del arte.
Julieta Pinasco: La escuela debería hacer eso.
Ruth Kaufman: Claro, debería, pero no le reclaman. Las experiencias con poesía son experiencias desde el arte. Entiendo que puedo meter una experiencia de poesía en la escuela porque de paso le estoy enseñando a leer y a escribir. Esa es la obligación de la escuela, no la poesía.
Julieta Pinasco: Enseñar a leer y a escribir es la obligación de la escuela, eso está claro. A eso apuntaba cuando decía aquello de la formación de lectores. La escuela debería acercar a los chicos a alguna experiencia artística. Sea literatura, sea pintar, sea teatro, sea bailar.
Eduardo Abel Giménez: En el jardín de infantes, como todavía no les pueden enseñar a leer, les dan instrumentos, juegan y demás. Pero, si eso tiene semejante espacio en el jardín de infantes, por qué no queda un poco de espacio para lo lúdico en general y el arte como parte de lo parte de lo lúdico —lo lúdico es más grande que el arte—en la primaria y ni qué hablar en la secundaria. Yo entendí por un momento que Ruth comparaba la lectura con el canto y son cosas muy distintas. La lectura es una absorción. Yo compararía el canto con la escritura.
Ruth Kaufman: Es difícil dejar de hablar de la escuela porque los libros se venden porque la escuela les da lugar, los hace circular, los hace leer. Es el gran lugar del mercado.
Julieta Pinasco: Hay chicos cuyo único contacto con la literatura va a ser en la escuela. Esa función de la escuela es importante.
Eduardo Abel Giménez: Dejemos la escuela: hablemos de la literatura fuera de la escuela. ¿Existe? Nos puede no gustar cómo la usan, con ese verbo tan bárbaro, pero también la escuela es una especie de oasis en un desierto.
Julieta Pinasco: En general, los chicos no dan cuenta en la escuela de lecturas fuera de la escuela. En la escuela se da cuenta de las lecturas de la escuela. Son pocos los chicos que se acercan a decir “leí tal libro, me gustó, no me gustó”. No hay mucho espacio para eso, pero yo creo que hay chicos lectores extraescolares.
Eduardo Abel Giménez: Una alumna de taller que tengo es profesora de literatura de dos 5° años, y me contaba cómo arranca sus clases en el año: dice que pregunta si leen, quiénes leen, qué les gusta leer. Y siempre hay algunos que contestan. Ella entonces busca ese material, lo lee y habla con los chicos sobre ese material. No habla descalificándolo, lo habla como un punto de partida valioso como cualquier otro. Y, a veces, efectivamente es valioso.
Andrea Ferrari: Hay un lugar común que dice que antes se leía y ahora no. Lo cierto es que ahora se edita mucho más que antes.
Julieta Pinasco: Cuando era chica no existía prácticamente la literatura infantil. Había un par de libros, había un par de autores y después, yo por lo menos, leía adaptaciones de Verne...
Andrea Ferrari: Teníamos a María Elena Walsh.
Julieta Pinasco: Sí, es cierto, pero no existía el “nicho” de la literatura infantil. Eso es algo que ha surgido en el último tiempo.
¿Se pueden hacer preguntas?
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