El canon privado de Sergio Chejfec
Martín Libster lee Teoría del ascensor
Martes 23 de enero de 2018
"¿Cuáles son los procedimientos específicos de la literatura? ¿Cuál es su soporte? ¿La hoja manuscrita, el libro impreso, las palabras que el escritor anota en su libreta? ¿El original, la traducción o el nuevo original que resulta de una doble traducción? Todas estas son preguntas de las que Sergio Chejfec se ha ocupado".
Por Martín Libster.
¿Cuáles son los procedimientos específicos de la literatura? ¿Cuál es su soporte? ¿La hoja manuscrita, el libro impreso, las palabras que el escritor anota en su libreta? ¿El original, la traducción o el nuevo original que resulta de una doble traducción? Todas estas son preguntas de las que Sergio Chejfec se ha ocupado, en mayor o menor medida, durante toda su carrera, sin dar nunca respuestas definitivas (acaso porque eso es imposible o porque hallarlas implicaría dejar de escribir). Pero, puestos a razonar, las preguntas pueden ser infinitas. Cada interrogante genera uno nuevo; el pensamiento se multiplica sin llegar nunca a acertar con la verdad.
Es esta suerte de búsqueda de un objeto en última instancia inasible lo que caracteriza la literatura de Sergio Chejfec. Teoría del ascensor, con su multiplicidad de fragmentos ordenados de forma algo arbitraria o misteriosa, es un capítulo más de esta indagación. Hay aquí pequeñas narraciones, anécdotas personales, apuntes sobre la traducción y consideraciones sobre la obra de algunos colegas admirados, como Juan José Saer, Mercedes Roffé y Antonio Di Benedetto, entre otros.
Muchas veces se ha señalado el carácter teórico o reflexivo de las narraciones de Chejfec. Sus novelas resisten la sinopsis argumental por el simple hecho de reducir, de modo cada vez más acentuado, la trama a su mínima expresión, y concentrarse en la descripción de procesos de pensamiento. Es por eso que entre sus ensayos y sus ficciones no hay mayores diferencias. Lo que leemos es la indagación del autor sobre aquello que está contando y, en última instancia, una especie de teoría de la narración que sostiene el edificio ficcional. Es esta hipertrofia del procedimiento reflexivo lo que hace de Chejfec un autor extraño en el contexto de la literatura argentina. Su literatura ha sido comparada con la de Juan José Saer, y la comparación no es desacertada si pensamos en el Saer de los años 70 y 80 (el que va, digamos, de El limonero real a Glosa, pasando por ese experimento extremo que es Nadie nada nunca). Pero la radicalidad de Chejfec también recuerda a cierta tradición de la literatura en lengua alemana, y particularmente a la obra del escritor austríaco Peter Handke.
No por nada Chejfec dedica muchas páginas de su nuevo libro al tema de la extranjería, no sólo a la extranjería física (que conoce bien por vivir fuera del país, primero en Venezuela y luego en Nueva York, desde 1990), sino a la llegada y permanencia de una obra en una lengua extranjera. Una de las piezas sobre Saer contenidas en el libro hace alusión al viaje de Glosa al inglés, y las transformaciones derivadas de éste. Ese mismo apartado cuenta una visita al cementerio de Père-Lachaise, en París, y se pregunta cómo la trayectoria vital del autor puede verse reconfigurada por el guión que figura en la placa, afrancesando su nombre (¿cuál es la diferencia entre Juan José Saer y Juan-José Saer?). Uno podría pensar que son observaciones sutiles y que los cambios producidos por esos traslados son ínfimos. Pero así es como trabaja la mirada de Chejfec: revelando la complejidad detrás de los mecanismos invisibles de la realidad y el modo en que estos afectan la percepción.
La lectura de Teoría del ascensor puede proporcionar también algunas claves de lectura de la obra de Sergio Chejfec, sobre todo respecto de sus afinidades electivas. Leyendo los textos críticos que dedica a otros escritores uno puede averiguar, en primera instancia, cuáles son los autores que le interesan (un ejercicio siempre interesante, sobre todo cuando es llevado a cabo por un autor insular, de quien uno no puede más que adivinar las filiaciones más obvias) y también su modo de leer (que es lo que en última instancia configura la propia obra). Es un canon privado compuesto mayormente por escritores cuya obra se caracteriza por cierta extraterritorialidad y dislocación (Lorenzo García Vega, cubano residente en Miami; Saer, argentino escribiendo en castellano pero viviendo en Francia; Victoria De Stéfano, venezolana nacida en Italia; Antonio Di Benedetto, argentino exiliado en España pero cuya obra, incluso antes de su partida, se alejaba por completo de los cánones de la época). Es en esta tradición de viajeros voluntarios e involuntarios donde Chejfec elige inscribir su propia literatura.
Teoría del ascensor se compone de nuevas variaciones sobre viejos temas. Es, en todo caso, una ampliación del mapa de un territorio conocido; ampliación que agrega matices, texturas y colores a aquello que ya habíamos visto anteriormente, como una segunda visita a una ciudad que nos gusta. La experiencia no es por ello repetitiva ni aburrida; por el contrario, se deriva de ella el placer del retorno a un lugar algo extraño y enigmático, pero siempre interesante.