El arte de la ficción: una lección de Willa Cather
Jueves 08 de febrero de 2024
"Cualquier gran cuento o novela debe contener la fuerza de una docena de historias previas bastante buenas que han quedado en el camino". Publicado originalmente en Nueva York en 1920, este texto de la escritora estadounidense que sorprende por su vigencia fue recuperado por Monte Hermoso ediciones.
Por Willa Cather.
A veces me preguntan por los “obstáculos” que enfrentan los escritores jóvenes que quieren hacer un buen trabajo. Yo diría que los mayores obstáculos que los escritores contemporáneos deben sortear son los deslumbrantes éxitos periodísticos de hace veinte años: aquellas historias que sorprendían y deleitaban por su minucioso detalle fotográfico y que, en realidad, no eran más que vívidos reportajes. Lo que se buscaba en aquella escuela de escritura era la novedad, algo que nunca fue demasiado importante para el arte. En general, nos dejaron como legado un estándar mediocre: nos enseñaron a multiplicar nuestras ideas en lugar de a condensarlas. Trataban de crear una historia de cada tema que se les venía en mente y de obtener rédito de cada situación incipiente. Y obtuvieron algún tipo de rédito. Pero su trabajo, al mirar atrás –ahora que la novedad con la que tanto contaban ya pasó– resulta periodístico e insustancial. El gran mérito de una buena narración periodística es que sea muy pertinente e interesante hoy, y pierda toda importancia mañana. El arte, me parece a mí, debe simplificar. En eso consiste casi todo el proceso artístico más elevado: descubrir de qué convenciones formales y detalles uno puede prescindir, y al mismo tiempo preservar el espíritu de la totalidad, de tal modo que todo lo que se ha suprimido y dejado a un lado esté allí para la conciencia del lector como si estuviera impreso en la página. Millet ha hecho cientos de bocetos de campesinos sembrando granos, algunos muy complejos e interesantes, pero cuando logró pintar el espíritu de todos ellos en una sola pintura, El sembrador, la composición es tan simple que parece inevitable. Todos los bocetos antes descartados hicieron de la pintura lo que es, y el proceso fue continuamente el de simplificar, sacrificar muchos buenos conceptos en pos de uno mejor y más universal.
Cualquier gran cuento o novela debe contener la fuerza de una docena de historias previas bastante buenas que han quedado en el camino. Un buen trabajador no puede ser tacaño, no puede negarse mezquinamente a desperdiciar material. Y tampoco puede hacer concesiones. La escritura será o bien la elaboración de historias para satisfacer la demanda del mercado –un negocio tan seguro y encomiable como fabricar jabón o alimentos para el desayuno–, o bien será un arte, que siempre consistirá en la búsqueda de algo para lo que no hay demanda, algo nuevo e inex- plorado, donde los valores son intrínsecos y no responden a patrones de mercado. El coraje de resistir sin hacer concesiones no es algo que al escritor le llega de repente, ni tampoco, si vamos al caso, el talento. Ambos son fases de la evolución natural del escritor. En sus inicios, el artista tiende a aferrarse al igual que su público a las viejas formas, a los antiguos ideales, y su visión está teñida por el recuerdo de los viejos deleites que le gustaría volver a capturar.