Dostoievski y el espíritu de la época
Por Luciano Lamberti
Jueves 14 de marzo de 2019
"Dostoievski engendró a Kafka, entonces, que engendró a García Márquez y al Cortázar de 'Casa tomada'. ¿Y quién engendró a Dostoievski?", se pregunta Lamberti en este choque inaugural con el gigante ruso, al rededor de la edición de Galerna, Sueño de un hombre ridículo y otros cuentos, traducidos por Ariel González.
Por Luciano Lamberti.
Nunca había leído a Dostoievski y me sorprendió esta recopilación de cuentos con el título Sueño de un hombre ridículo y otros cuentos que acaba de publicar Galerna con la cuidada traducción de Ariel González. Me sorprendió porque si bien no lo había leído, Dostoievski es uno de esos escritores capaces de transformar su nombre en adjetivo, con un estilo tan fuerte que termina contagiando el mundo a su alrededor. Había oído acerca de Dostoievski, entonces, en infinidad de ensayos y de apreciaciones, y me había forjado una imagen suya bastante tremenda, a decir verdad, que podríamos resumir con la imagen de un ruso gigantesco, barbudo y grave, cuyos personajes eran indefectiblemente asesinos de ancianas con cargo de consciencia.
Lo que me sorprendió, desde el vamos, fue su sentido del humor, o algo que solo podemos nombrar con esas palabras, aunque se acerque más a una determinada percepción del mundo. No: me sorprendió su sentido del ridículo, del que lo imaginaba completamente ajeno hasta leer estos cuentos. Digamos, mejor: me sorprendió que fuera tan contemporáneo, tan avanzado a su época, tan desenfadado, tan libre, siendo ruso, calvo, epiléptico, habiendo vivido en Siberia haciendo trabajos forzados por cinco años por haber participado en un grupo que conspiraba contra el Zar y habiendo servido como soldado raso por otros cinco años, en la segunda parte de su condena. Al terminar, era decididamente cristiano. Con todo ese material, ¿qué podía escribir Dostoievski? Nada más que largas parrafadas infumables en nombre de la exploración del alma que solo los rusos son capaces de ejercer con honestidad.
Por eso digo que me sorprendió: hay exploraciones del alma, sí. Hay personajes conflictuados: también. Hay una pintura de la época: es casi fatal para un escritor realista. Pero Dostoievski es algo más que un escritor realista. Su nivel de realidad está al borde de cierta clase de absurdo o de fantástico o de realidad distorsionada que nunca esperé encontrarme. Hay una consciencia muy contemporánea de la ironía en estos cuentos, y un sistema de realidad, o de lógica, que excede por mucho la triste imagen que me había formado.
“Un episodio desagradable”, por ejemplo, el primero de estos cuentos, trata de Ivan Ilich, un Consejero de Estado que una noche, por una determinada serie de peripecias, termina entrando al casamiento de un subalterno, se emborracha y hace un papelón. Es un cuento profundamente político, sobre las diferencias de clase y la ceguera, pero el hecho de estar contado desde el poder lo vuelve una tranquila pesadilla, como si el avance del alcohol fuera deformando su punto de vista. Uno de esos cuentos que dejan al protagonista al borde del abismo, con una gran negrura a sus pies, con todas sus certezas reducidas a paredes que tiemblan y se sacuden.
“Bobok” es directamente un delirio que transcurre en un cementerio. “La mansa”, un cuento casi a lo Poe, donde la imposibilidad del deseo por una mujer se termina transformando en el horror de la culpa. “Sueño de un hombre ridículo” es eso: un sueño, pero que termina impactando tanto en la vida de su protagonista que la modifica para siempre. Dostoievski es intenso y ruso, pero también osado: sus cuentos buscan ir siempre más allá, donde se juegan lo humano y sus valores.
En “El cocodrilo”, Iván Matveich asiste con su mujer y el narrador a la exhibición de un cocodrilo que una pareja de alemanes anda mostrando por el mundo. El animal se lo come, pero Matveich continúa vivo, y desde el interior del cocodrilo tiene conversaciones con el narrador, donde le confiesa los temores relacionados a su mujer y a su futuro profesional. Leí ese cuento y entendí de dónde provenía La metamorfosis de Kafka y el realismo mágico de García Márquez. En ambos casos, lo sobrenatural es tomado como habitual. Convertido en insecto, Gregorio Samsa teme perder su trabajo que tanto contribuye a la economía familiar. Los personajes de Cien años de soledad viven rodeados de mariposas amarillas o pueden volar, pero solo después de tomar una taza de chocolate. Dostoievski engendró a Kafka, entonces, que engendró a García Márquez y al Cortázar de “Casa tomada”. ¿Y quién engendró a Dostoievski? Probablemente, por lo menos en estos cuentos, el relato “La nariz”, de Gógol, la historia de un hombre al que la nariz se le separa del cuerpo, cobra vida propia y es aceptada y festejada por la aristocracia rusa.
Ambos escritores se proponen (y lo logran) hablar de política sin caer en la directa representación de los conflictos sociales, sino transformándolos en situaciones y símbolos que se vuelven refractarios, incandescentes. Su “compromiso” es con el poder representativo de la literatura, no con la realidad inmediata, y es en ese apartamiento que captan como nadie el espíritu de la época.