Cynthia Ozick: maestría clásica a toda velocidad
Por Martín Libster
Viernes 19 de enero de 2018
"Si hay una virtud que distingue a la autora es su inteligencia; las páginas de sus libros están llenas de alusiones y observaciones sorprendentes, microteorías y comentarios punzantes". Una reseña de La galaxia caníbal, publicada por Mardulce.
Por Martín Libster.
Empecemos con una breve presentación: Cynthia Ozick, nacida en Nueva York en 1928, pertenece a la ilustre tradición de los escritores norteamericanos judíos, cuyo exponente contemporáneo más conocido sea, probablemente, Philip Roth. Aunque nacida en los Estados Unidos, la mirada de Ozick se dirige con frecuencia a Europa, y uno de sus temas recurrentes es la relación entre el viejo y el nuevo continente. Europa es la cuna de la civilización y la cultura; los Estados Unidos, por el contrario, son inmaduros, infantiles, algo primitivos. Como las de Saul Bellow, el escritor que en cierto sentido más se le parece, sus novelas son novelas de ideas; sus personajes suelen tener preocupaciones intelectuales, amor por la lengua (incluyendo los idiomas extranjeros, algo que no suele suceder en los Estados Unidos, donde una enorme proporción de la población es orgullosamente monolingüe) y una tendencia al humor voluntario o involuntario. Si hay una virtud que distingue a la autora es su inteligencia; las páginas de sus libros están llenas de alusiones y observaciones sorprendentes, microteorías y comentarios punzantes. Su maestría estilística consiste en una combinación de escritura clásica (su escritor más admirado es Henry James) y una velocidad que hace que sus novelas digan mucho en poco espacio y contengan mucha más sabiduría literaria, filosófica y vital que libros dos o tres veces más largos.
La galaxia caníbal es la menos conocida de sus novelas. Fue publicada originalmente en 1983 y nunca reeditada en inglés. Mardulce la editó por primera vez en la Argentina el año pasado, en una excelente traducción de Ernesto Montequín, que también tradujo para el mismo sello una novela imprescindible de Ozick, Los papeles de Puttermesser.
La novela narra la vida de Joseph Brill, director de la escuela Edmond Fleg, un judío francés que sobrevive al Holocausto escondido en un convento y luego en un granero. Habiendo adquirido una formación tanto religiosa como laica, y fascinado por las enseñanzas bíblicas al igual que por el tesoro de la tradición occidental, Brill llega a los Estados Unidos dispuesto a implementar su Programa Educativo Dual. El Medio Oeste lo recibe con sus hermosos lagos y su chatura intelectual; los intentos de Brill por transformar su escuela en una institución de excelencia, a la altura de los mejores colegios europeos, choca repetidamente contra la mediocridad de profesores, alumnos y padres. Como sucede tantas veces en Ozick, las desventuras del director resultan tragicómicas. Pero en medio de su serena desolación, Brill encuentra un oasis en la figura de una de las madres, Hester Lilt. De incierto origen europeo (el director la sospecha parisina), la doctora Lilt se dedica a la lingüística lógico-imaginista, una disciplina tan abstrusa como para excitar su curiosidad. Brill, quizás, se enamora de ella, pero es un amor puramente intelectual. En un mundo vacío de ideas, Hester Lilt es la única que puede reavivar en él su viejo amor por el conocimiento, y las justas verbales que sostienen en sus conversaciones aparentemente banales (que teóricamente giran sobre Beulah, la indolente hija de esta) son memorables y muestran a las claras la pedantería y la vacuidad que muchas veces se esconden tras el discurso teórico. En este sentido, podríamos decir que La galaxia caníbal es una novela de amor indirecto, un amor que nunca se enuncia claramente y cuyo objeto es más lo que Hester representa que lo que ella realmente es.
Pero es también la historia de un misterio o una incomprensión radical: el mutuo extrañamiento que siente el intelectual europeo por los Estados Unidos y viceversa. Si bien en este punto La galaxia caníbal se acerca a Lolita, de Vladimir Nabokov, la relación de Brill con el nuevo continente no tiene el efecto revitalizante que el amor de una preadolescente tiene para Humbert Humbert; al director el contacto con los niños lo deprime y le hace sentir claramente que su vida ha caído en el pantano de la intrascendencia. Y aunque repita religiosamente ad astra! en cada ceremonia de graduación, sabe que tanto él como sus alumnos están condenados a una vida rutinaria y mundana: el matrimonio, la paternidad, el hogar y la oficina. La profunda ironía de la novela (que se materializa en una vuelta de tuerca que no revelaremos) es que, pese a la perplejidad de Brill, los Estados Unidos tienen su propia madurez, su mundo intelectual y una esfera artística que no depende de Europa para existir. El flujo de la vida continua su curso independiente de las ideas; incluso el arte puede prescindir de ellas, y el director, azorado, lo aprenderá tanto por observación como por experiencia propia.
La galaxia caníbal es una novela que narra el choque de dos mundos en apariencia inconciliables y su difícil pero en última instancia posible coexistencia e hibridación. La propia Ozick y muchos de sus colegas son un ejemplo de que la unión de ambas culturas puede producir cruzas que, si bien algo monstruosas, no dejan de ser fascinantes.