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El rayo lector

Así se convirtió en lectora Katya Adaui

La escritora peruana comparte su rayo lector: el momento en que los libros la atraparon para siempre.

Finalista del Premio de Narrativa Breve Ribera del Duero 2024 por Un nombre para tu isla. Autora de los libros de cuentos Geografía de la oscuridad (Premio Nacional de Literatura 2023 de Perú); Aquí hay icebergs (traducido al inglés por Charco Press) y Algo se nos ha escapado. Y de las novelas Quiénes somos ahora (Mapa de las Lenguas, 2023) y Nunca sabré lo que entiendo. También es autora de cuatro libros infantiles, entre ellos, Otra cosa (Premio White Ravens 2023, Premio Fundación Cuatrogatos 2023 y seleccionado por la Feria Infantil del Libro de Boloña en su Braw Amazing Bookshelf 2023).

Vive en Buenos Aires, donde enseña el taller de narrativa en la Carrera Artes de la Escritura de la Universidad Nacional de las Artes (UNA).

Adaui será parte del próximo Filba Internacional y con esa excusa le pedimos que comparta su rayo lector, el momento en que la atravesó esa energía irreversible que la convirtió en lectora para siempre.



Yo me acuerdo de Hane, la bibliotecaria del colegio. Por ella leía de todo y a todas horas. Me prestaba libros antes de que devolviera los otros y cada viernes le regresaba varios a la vez. Adoraba dejar mi nombre en la ficha al terminar cada lectura, mi único subrayado posible. Tenía la voracidad del tiempo libre de la infancia, esa curiosidad inalterable que es a la vez deseo de estar y anhelo de desaparecer. A la edad que comprendí lo que leía supe también que sería escritora: tenía nueve años. No lo digo como alerta de precocidad, sino por la alegría de avistar una vocación que me acompañaría siempre y me daría más tarde un oficio que –creo— envejece bien.

Mi sistema de lecturas cambió con Valeria, mi mejor amiga de la adolescencia hasta hoy. Cuando visité Buenos Aires por primera vez, a mis 24, me presentó a Clarice Lispector y Virginia Woolf. Por el colegio o la universidad, yo venía de leer sobre todo autores, incluso creí durante mucho tiempo que ciertas autoras eran hombres, como Enid Blyton o Harper Lee. Leerlas cambió mi manera de pensar, de instalarme en la vida y de escribir. Me hizo ver que, como escritora, solo puedo habitar y dar cuenta de mi época: del lenguaje vivo para nombrar lo que está vivo. Nos ha sucedido con Valeria que estamos leyendo el mismo libro al mismo tiempo, sin haberlo acordado. Más de veinte años después me sigue presentando autoras y autores, me sigue trayendo conversaciones que nos hacen pensar mejor. Yo en las librerías me apabullo, hay tanto por leer y tan poco tiempo, tantas buenas lecturas, me pierdo, hasta me siento un poco mal. A veces necesito que Valeria me haga de una Hane menos efusiva y me preste solo uno, el que considera ideal, porque no se parece en nada a mí. Así me crecen como ríos las otras vidas posibles, así aprendo. Tengo la certeza de que cada buen libro que leo causa un efecto a largo plazo en mi escritura, me distorsiona el estilo para bien, me revela mi propia ambigüedad, me activa un recuerdo difuso, me sedimenta una verdad. Ya no tengo tiempo para leer como en la infancia, de corrido, toda la tarde. Algunas mañanas temprano intento leer aunque sea veinte minutos, pegada a la ventana, sin importar qué pase después: estoy en el libro, ávida, y una semilla de optimismo vuelve a crecerme.


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