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Así arranca lo nuevo de Lydia Davis

Novedad de julio en Eterna Cadencia Editora, esta bomba de la autora estadounidense que regresa con traducción de Eleonora González Capria.




Por Lydia Davis. Traducción de Eleonora González Capria.





Mi maletín

Obviamente, fue por mi maletín que volvieron a contratarme para dar clases el siguiente semestre. Quedaron impresionados porque mi maletín se parecía muchísimo a un maletín.

Además, yo sabía caminar por los pasillos y cargar mi maletín. Era capaz de abrir con llave la puerta de la oficina y de entrar a la oficina. En la oficina tenía una silla giratoria con rueditas. Dejaba la puerta abierta durante el horario de tutoría y la cerraba bien apenas terminaba el horario de tutoría. La secretaria del departamento hacía todo lo que yo le pidiera, siempre y cuando fuera razonable. Elegía con cuidado las cosas que le pedía. Me mostraba enérgica y preocupada ante ella, pero con una sonrisa amable. Había un buzón de correo, con mi nombre grabado en letras gruesas, debajo del reloj. También hablé con algún estudiante, cuando me crucé con alguno en el pasillo, siempre con la expresión correcta, de ligero asombro y distracción, aunque todas las respuestas que di fueron claras y contundentes.




Una cuestión de tolerancia

La gata dice:

–Solamente estoy acá por una cuestión de tolerancia.

El perro no entiende, así que la gata define la palabra tolerancia. Se relaciona con una suerte de aceptación. Se relaciona con un permiso que es indirecto, un permiso por ausencia de prohibición. La gata usa la palabra tácito. El perro no entiende tácito. La gata se da por vencida. Piensa que quizás igualmente haya captado la idea.

La gata sabe que al perro lo adoran y que a ella apenas la soportan. El entusiasmo es auténtico cuando saludan al perro, cada vez que cruzan la puerta principal. Ella se queda sentada al fondo, contemplando la escena, porque el perro se vuelve loco cuando los recibe a los saltos. La ven en el fondo y le dicen: “¡Hola, gatita!”, pero sin demasiado afecto. El perro es más demostrativo que ella. No entendería la palabra demostrativo, aunque la encarna. (Tampoco entendería la palabra encarna).

Al rato, la gata le dice al perro, que está más abajo, parado en la cocina, observándola y olfateando el aire:

–Ahora ella se fue y estoy sentada acá arriba a centímetros de su sándwich de pollo. Es algo que me genera mucha tensión.

Extiende una de las patas y toca el sándwich, pero no se siente a gusto.

Al perro la gata le cae bien y le parece interesante.

Aunque no conoce la palabra tensión, no le generaría tensión estar cerca del sándwich de pollo.

Después la gata dice que, en algunas situaciones, tiene problemas en las glándulas salivales y no puede reprimir el impulso de abrir y cerrar la boca.

Al rato, la gata se pone a masticar la escoba otra vez.

El perro no entiende por qué lo hace.

La gata dice:

–Ella me reta cuando mastico la escoba. La deja a la mano y yo la veo. Después, me ve masticándola y viene y la acomoda entre la heladera y la pared, en un lugar que no alcanzo a tocar, por más que lo intente. Lo intento cuando parece estar en un lugar que sí puedo alcanzar.

El perro la escucha mientras ella le explica todos esos detalles. Al menos, es un cambio en la rutina del día y no vuelve a dormirse en ese charco de sol, como lleva haciendo a intervalos toda la mañana, mientras la luz viaja por la superficie del suelo.





Solamente un rato

Agnès Varda, la directora de cine francesa, 

dijo en una entrevista que le gustaba dedicarse un rato a la costura, 

un rato a la cocina, un rato al jardín, un rato a cuidar al 

[bebé, 

pero solamente un rato.




Las etapas de desarrollo de las mujeres

Fue en medio de una época en que se me estaba haciendo difícil llegar al final de –¿cuál era?– la séptima, no, la sexta etapa de mi desarrollo como mujer, ya con un año de retraso en el asunto, según la (incompetente) de la médica antroposófica a quien había consultado por mis repetidas infecciones de oído, cuando me terminé despertando una vez más durante una noche particularmente insomne en la que me habían despertado, primero, mi hijo, después un mosquito, después mi hijo de nuevo, después el hormigueo en los oídos, después mi hijo de nuevo... cuando me terminé despertando una vez más, pero por culpa del agudo lamento de una sirena antiaérea que al principio confundí con el ventilador averiado de una ventana y después con el ventilador de otra ventana, así que fui a apagar y desconectar los ventiladores uno por uno, antes de bajar las escaleras, salir por la puerta de atrás y quedarme en el patio mirando el cielo hasta que el ruido de la sirena se extinguió abruptamente y se calmó el lamento. Por supuesto que pensé en una guerra, considerando que nuestro país estaba una vez más en conflicto con otro país. Pensé que quizás el mosquito que me había estado molestando iba a vivir más que yo. Pensé en llamar a la comisaría de la zona. Me pregunté si mi marido habría oído la sirena con sus tapones para los oídos y todo. Mi marido estaba durmiendo en la planta baja para que no lo molestara, considerando que en esa época yo dormía muy mal, y para que tampoco lo molestara nuestro hijo, que se despertaba muy seguido. La médica me había dicho que la siguiente etapa, la última etapa del desarrollo en que las mujeres están en edad reproductiva, era muy importante desde el punto de vista creativo. La etapa que vendría después sería muy distinta: igual de maravillosa, dijo, pero muy distinta. Pero todavía no había llegado al final de esa etapa, que supuestamente me llevaría al desarrollo pleno como mujer. A mi parecer, ese año yo era exactamente la misma que el año previo y que el anterior.

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