”Es la escritura la que tiene el don de transformar una vida en un hecho excitante”
Vivian Gornick por Ivana Romero
Lunes 23 de abril de 2018
"Cuando publicó Apegos feroces en 1987, Vivian Gornick ya era una escritora reconocida por sus crónicas en el Village Voice, donde le daba voz al movimiento feminista en Nueva York durante los setenta. Sin embargo, aquel libro de memorias resultó una suerte de fósforo arrojado sobre una montaña de ramas impregnadas de combustible".
Por Ivana Romero.
Cuando publicó Apegos feroces en 1987, Vivian Gornick ya era una escritora reconocida por sus crónicas en el Village Voice, donde le daba voz al movimiento feminista en Nueva York durante los setenta. Sin embargo, aquel libro de memorias resultó una suerte de fósforo arrojado sobre una montaña de ramas impregnadas de combustible. Allí contaba su fascinación y su pavor (incluso, todos los sentimientos intermedios) que le despertaba su madre. También, una vecina de la cual se enamoró cuando era niña. Devenida en celebridad en los círculos literarios de la época, tras una entrevista pública se le acercó una mujer hecha una furia. “Usted es una mentirosa”, le enrostró. Atónita, Gornick sólo atinó a preguntar por qué. “Porque usted es mucho más interesante en el libro que en la vida real”, le soltó la otra.
Gornick recordaría esta escena en algunas entrevistas y también en The situation and the story, un ensayo donde reflexiona sobre la autobiografía como arte. “La escritura que llamamos ‘narrativa personal’ está hecha por personas que, esencialmente, se imaginan a sí mismas. Para eso buscan un objeto, una razón que haga de su historia una gran historia. Y claro que en la vida real todo ocurre de un modo más dislocado, incluso menos excitante. Es la escritura la que tiene el don de transformar una vida en un hecho excitante”, escribe.
De buscar un foco para contar una historia autobiográfica que deje chispas a su paso, está hecho Apegos feroces, que se acaba de publicar en español a través de la editorial madrileña Sexto Piso. Y el foco son los vínculos entre mujeres de carácter.
Nacida en el Bronx en 1935 (donde vivió hasta los 21, cuando se transformó en universitaria), Gornick evoca una infancia donde lo primero que recuerda es “un edificio lleno de mujeres” de diversas nacionalidades: irlandesas, rusas, italianas. Los hombres estaban, sí. Maridos, padres, hermanos. “Pero sólo recuerdo a las mujeres. Y las recuerdo a todas tan toscas como la señora Drucker, mi vecina, o tan feroces como mi madre”, escribe al principio. Esa tosquedad es relativa, claro. A lo largo del tiempo, mientras madre e hija caminan juntas por Manhattan, es posible advertir que ninguna ya es la que era. A través de su madre, Gornick se pregunta en quién se transformó. La respuesta es más inquietante para ella que para esa otra mujer judía que la crió enrostrándole que por la maternidad abandonó una vida laboral promisoria y una carrera en el Partido Comunista. “Me di cuenta de que escribí ese libro pensando que mi madre y yo éramos distintas cuando en verdad, éramos aterradoramente parecidas”, confesaría tiempo después en The situation and the story.
Apegos feroces va incluso más allá. Porque Gornick evoca sus sentimientos encontrados por su madre. Pero también, el amor que se encendió en ella su vecina Nettie, una mujer hermosa de pelo rojo, incapaz de criar sola a su hijo pequeño. “Quería tocarla. Mi mano salía disparada de mi cuerpo en dirección a su cara, su brazo, su costado. La anhelaba. Irradiaba una especie de promesa de la que era incapaz de apartarme”, evoca la escritora. El vínculo entre su madre y esa vecina también era flamígero a su modo. La madre no soportaba verla con hombres (¡incluso con un cura!) mientras ella seguía viuda, con una idea del amor romántico que Gornick desprecia aunque cae en él varias veces. Esos amores apagan la chispa de la escritora. La pasión silenciosa hacia Nettie, por el contrario, perdura y marca a fuego su infancia, como suele suceder con los amores imposibles.
El amor en todas sus complejidades es otro de los temas del libro. Se expresa con libertad en conversaciones incidentales entre Gornick y su madre, donde no se privan de hacer chistes sobre su condición de mujeres judías. Ni sobre el aborto. “Yo aborté en el sótano de un club nocturno del Greenwich Village, por diez dólares, con un médico que la mitad del las veces que te despertabas lo hacías con la mano en su pene”, dice Gornick que dijo su madre. Estos pasajes le otorgan a Apegos feroces una actualidad pavorosa.
El escritor Jonathan Lethem escribió un prólogo para esta edición donde da en el clavo. “Las memorias de Vivian Gornick tienen esa calidad endemoniada, brillante y absoluta que tiende a elevar un libro por encima de su contexto y provoca que sea admirado con toda justicia como ‘atemporal’ y ‘clásico’. A pesar de ser unas memorias centradas en los entresijos de una relación madre-hija, unas memorias escritas en los ochenta, antes del boom del género, por una autora asociada con orgullo aunque no de modo sencillo, al movimiento feminista. ¿Se me permite entonces amarlo y, no digamos, lucirlo como un fragmento de mi propio corazón? Sí”.
Lethem es lo suficientemente inteligente como para saber que ninguna feminista que se precie de tal puede ser asociada de modo sencillo a tradición o discursos instituidos. Ése es el centro del feminismo: su naturaleza múltiple, cambiante, contracultural, cuyos orígenes son difusos. Si en estos días, por suerte, respiramos feminismo a escala local y global, es porque las mujeres somos el dinosaurio que siempre estuvo ahí, como decía aquel cuentito brevísimo de Augusto Monterroso. Para vivir y sobrevivir desde el inicio de los tiempos (o sea, desde el inicio del héteropatriarcado) tuvimos que crear estrategias que nunca fueron sencillas. O sea que lo mejor que se le puede decir a una feminista es que está asociada al feminismo de modo poco sencillo. Hubiese sido interesante que el prólogo del libro fuera escrito por una mujer más que por un varón, como acto de reparación histórica. Pero muchos editores aún no han observado esto.
El libro de Gornick se impone incluso a las injusticias. Y camina con el mismo andar que tenía esa vecina, Nettie, cuando dejaba su perfume selvático impregnado en el aire oxidado de la ciudad.