"Me gusta reivindicar la intuición como una forma de conocimiento"
Giuseppe Caputo, escritor colombiano
Lunes 20 de mayo de 2019
El escritor colombiano empezó escribiendo poesía y con su primera novela, Un mundo huérfano, casi de inmediato logró notoriedad en su país. Gonzalo León entrevistó al también director de contenidos de la Feria Internacional de Bogotá (FILBO) en su paso por Buenos Aires.
Por Gonzalo León. Fuente foto El espectador, de Chris Mosquera.
Giuseppe Caputo (1982) es un escritor colombiano que empezó escribiendo poesía; con su primera novela, Un mundo huérfano (Random House, 2016), casi de inmediato logró notoriedad en su país, gracias a que narraba, por un lado, la relación entre un padre y un hijo en un barrio carenciado y lo mezclaba con escenas de otro tipo de marginación, la homosexualidad y la violencia, todo con escenas por momentos oníricas. Pero además en el tratamiento de la novela resulta novedoso, porque no es habitual que un libro de narrativa apele tan bien a imágenes y a una ambientación muy bien lograda, porque Un mundo… transcurre de noche y por tanto las luces tienen una gran importancia, así como los colores que son los de la oscuridad: blanco y negro, luces y sombras se repiten cada tanto.
Caputo, que antes fue el director de contenidos de la Feria Internacional de Bogotá (FILBO), vino a Buenos Aires para participar de los Diálogos Latinoamericanos en la Feria del Libro. Junto a Pablo Montoya, Carolina Sanín y Luis Carlos Barragán es uno de los narradores de su país que le está dando una vuelta al realismo, o a lo que se ha llamado la novela de la violencia.
Las reseñas que salieron de Un mundo huérfano o bien resaltaban la relación entre el padre y el hijo, es decir hacían énfasis en lo familiar, o bien resaltaban la cuestión gay. ¿A qué crees que se debió eso?
En Colombia en lo que más se enfocaron fue en el capítulo de la Ruleta. Digamos que hicieron una escisión: varias personas me paraban en la calle y me decían: “Tu libro son dos cosas: esta historia hermosa entre el papá y el hijo y luego tú verás lo que escribes”. Quedaba entonces una situación de tabú alrededor del capítulo de la Ruleta (que es el portal de encuentros gay), y luego ha pasado en eventos en los que sólo me han comentado ese capítulo. Los eventos y conversaciones más estimulantes sobre mi novela, en todo caso, han sido cuando no se ha producido esa escisión, porque la relación del padre y el hijo a veces parece una pareja, y eso pasa porque esos personajes tienen claro, a diferencia del relato familiar típico, que tienen que ir más allá de esa casa. Podría decirse que son dos islas contiguas pero distintas.
Hay un juego muy interesante con las luces y los colores, pero esas imágenes y colores parecen elegidos con premeditación. Pienso en la calle de las luces, en la disco y las luces, la luna en el arranque, en el blanco y negro de ese sauna gay.
Yo soy muy intuitivo y me gusta reivindicar la intuición como una forma de conocimiento y digamos que hay decisiones que uno va tomando antes de sentarse a escribir y durante la escritura, y que no son discursos; quizá en algunos encuentros o charlas se vuelven discurso, pero digamos que mis deseos e intuiciones al momento de sentarme a escribir eran que yo quería que la novela fuera de noche, que la luz estuviera presente como poder material y como desposesión, es decir la ausencia de luz como desposesión. Yo soy de Barranquilla, en el Caribe colombiano, y mientras yo crecía, la luz y el agua estaban conectados, pero si se iba la luz se iba el agua, y durante mucho tiempo hubo muchos apagones, entonces eso era vivir sin luz, sin agua, y en un clima muy caliente, en una zona que no es segura, uno no podía abrir las puertas ni las ventanas. Que se fuera la luz era perderse en un sentido físico, porque era perder control sobre el espacio por donde te movías, pero también era dejar de ver el paisaje más inmediato y con la inminencia de no saber cuándo iba a volver la luz. En ese sentido la espera se volvía un tiempo indefinido, que es distinto a una cuenta regresiva.
¿Tu formación como poeta influyó en esas elecciones de la noche, la luz, los colores?
Sí, mi entrada a la literatura en esta novela fue a través de la poesía mística, de San Juan, de Santa Teresa, y también de Alda Merini, y me interesa mucho leer a autores que trabajan la mitología católica, aunque la intervengan con otros universos, como Marosa di Giorgio, que me encanta.
Ahora que lo pienso en tu novela está permanentemente presente la carencia: de luz, de afectividad, de todo.
Por eso se llama Un mundo huérfano, porque son distintas orfandades. Hay una orfandad económica que se ve en esa ciudad; una orfandad social, que se ve sobre todo en todas esas violencias simbólicas que están ahí presentes y que salen del poder; una orfandad afectiva, porque por más que el padre esté tan presente, el hijo es el papá, y ese hijo trata de darle un lugar al papá, y luego una orfandad de religión, que sería la gran orfandad, entendiendo la religiosidad no como fe, sino como un diálogo interior sobre la religión como narrativa total, o como una búsqueda de una narrativa total. Me gusta mucho un libro de George Steiner, que se llama Nostalgia de lo absoluto, que habla de eso, de cuando el catolicismo perdió su poder de influencia en el mundo, y quedó un vacío que trataron de llenar otros sistemas, como el marxismo, la antropología, el psicoanálisis. Y como en el catolicismo hay un mito fundacional, que es el de Adán y Eva, en el psicoanálisis ese mito sería matar al padre, en el marxismo sería cuando el hombre se interesa en el dinero y en la antropología cuando el hombre se convierte en un ser cultural. Creo que en esas imágenes que mencionabas, como la luna, digamos esa primera escena de mi novela yo me imaginaba un baile tribal.
Es una disco pero no es una disco.
Exacto, como que parezca un baila tribal, donde unos hombres le bailen a la luna, así como algo primitivo. Pero volviendo a lo que te decía, creo que en la noche estas carencias se evidencian y es el momento propicio para esa búsqueda mística y también para la rumba, el desenfreno, el sexo, y yo quería que la novela estuviera ubicada en esos extremos, que también son los extremos del papá, que por momentos está como en esos estados delirantes y por momentos se cae y se tumba.
¿Sería adecuado situar Un mundo huérfano en la tradición de la novela familiar?
Yo creo que sería inexacto, porque primero habría que definir qué es una familia. Yo sé que ellos, padre e hijo, hacen familia con Ramón Ramona, con Olguita…
Me refería a esa tradición de Los Buddenbrook o los Buendía en Cien años de soledad…
No, para nada, y te diría que es casi lo contrario, porque claro están este papá y este hijo, que en realidad como te decía pueden ser una pareja, de hecho en una de las primeras escenas, ellos van a un bar y el portero les dice: “Felicitaciones, hoy es noche de aniversario, felicitaciones a los tortolitos”. Y eso siempre está muy presente: que son padre e hijo, pero los roles son bien difusos e intercambiables o están más allá de los roles. Esta novela además el documento de word se llamó En la noche los cuerpos, que era un título que no me gustaba, pero como tenía la palabra cuerpos y la palabra noche era para mí una brújula. Y luego hay una parte, como habrás visto, la novela tiene narrativa en presente y pasado, que es cuando ocurre esa masacre y llega la policía y empiezan a recoger los cuerpos y los están tirando en un camión de basura, está esta idea del cuerpo desechable que a nadie le interesa, entonces en un momento los policías comienzan a reírse del hijo y la escena en presente se corta cuando uno de los policías dice “hijo de…”, y ahí salta a la escena del pasado y el hijo recuerda cuando él le preguntaba al papá por su mamá, esa es una ausencia que está presente en la novela.
Básicamente el universo es masculino, ¿no?
Yo también lo que quería hacer era un universo masculino que luego fuera intervenido por una de las muchas mujeres, ahí entra Olguita. Vuelvo a lo del título, el padre le inventaba al hijo una suerte de cuento de hadas para explicar la ausencia de la madre y de ahí salió finalmente el título, porque ese cuento habla de un mundo huérfano, es decir sin estrella madre, donde como no hay estrella siempre es de noche, entonces yo quería que esa historia le hablara a toda la novela.
Parece que el padre fuera un fabulador, cuando además inventa esos cuadros que ve a través del ventanal de la casa.
Claro, porque la casa no tiene cortinas. De nuevo la carencia o la ausencia, o un vacío, y creo que por eso no es una novela familiar, porque en ese cuento de hadas el padre le dice al hijo que cree él su ascendencia, le dice que vea cómo convertir esa ausencia, ese vacío, en una narrativa, que finalmente no pasa por los lazos biológicos.
¿Y este mundo huérfano podría referirse a las otras familias o familias no convencionales?
No, yo creo que en la novela justamente estos vecinos que se juntan, con esos lazos afectivos que se van formando, son como la respuesta ante la orfandad, y eso es lo curioso de ese escenario, porque los termina aislando más, además está ese episodio de violencia que provoca que mucha gente se vaya del barrio y entre los que se quedan se forma otro mundo posible, entonces eso produce un efecto contrario a esa violencia, porque los aísla más pero provoca una serie de lazos de afecto.
Te preguntaba por esas familias no convencionales donde hay dos padres o dos madres, o sencillamente otra forma de hacer familia.
Yo creo que en realidad no hay como una estructura sólida, porque en la novela entran y salen madres, entran y salen hijos. Sí, Ramona, Luna, Olguita entran como para ocupar espacios y pueden ser padres o madres. Hay un cuidado y el cuidado político, por ejemplo cuando el padre se enferma y Ramón Ramona, que es un transgénero, les deja dinero debajo de la puerta, pero creo que no es tan rígida la estructura para llamar familia a eso. Y en ese sentido es y no es familiar, porque lo familiar está muy enrarecido.
Pablo Montoya, otro escritor colombiano que ganó el Rómulo Gallegos hace unos años, planteaba en un ensayo el agotamiento de la novela de la violencia en tu país, es decir de cierto realismo. De hecho hay una serie de autores que eluden hablar de la violencia en sus novelas y que mezclan estéticas, pienso además en Carolina Sanín y Luis Carlos Barragán. ¿Cómo te sitúas tú con respecto a la novela de la violencia?
De Pablo Montoya sólo he leído Lejos de Roma y algunos ensayos, pero en esa novela pese a que trata del exilio entra igual en la realidad colombiana de los desplazados, es decir en cierto realismo. Yo también pienso que mi novela tiene un realismo atravesado con elementos oníricos, casi surrealista. Para mí el personaje del libro de Carolina Sanín, Los niños, que fue publicado acá por Blatt & Ríos, es una versión contemporánea de la Virgen María, se hace madre, digamos, sin conocer varón. O sea, de repente aparece el niño, pero luego entra la realidad colombiana de una forma que conocemos bastante bien, el terror colombiano entra entonces como burocracia y luego la estructura del lenguaje que pasa de ese lenguaje literario-poético a ese lenguaje burocrático. Yo creo, para responder tu pregunta, que no se trata de no pensar la violencia, sino de cómo se puede pensar la violencia desde un lugar ya no tan visitado. Y antes de eso hay que pensar cuál es la experiencia que se ha tenido ante la violencia, es decir definir la violencia para uno. Al escribir un mundo, además, la violencia va quedando escrita. Es decir no creo que se pueda escribir un mundo sin que la violencia quede escrita.
¿En Colombia o en cualquier parte?
Yo creo que en cualquier parte. La violencia es una realidad, primero, inminente. Desde por ejemplo ir por la calle en Barranquilla y me griten “maricón de mierda”. ¿Qué pasa en ese momento? Bueno, en ese momento alguien irrumpe en mi vida, porque voy caminando a hacer algo, ¿no?, pero esa irrupción te condena a un presente absoluto, es decir que en el momento que recibes la violencia sólo exista esa violencia. Lo mismo pasa si te están pegando o si te están torturando, el presente de esa violencia no te deja pensar en otra cosa y no existen ni el pasado ni el futuro desaparecen.