"Me gusta esa línea de literatura que juega a destruir ideologías de la época"
Ariana Harwicz
Jueves 08 de agosto de 2019
"Me gusta esa relación: ir a atacar la época, no a bendecirla. ¿Buscar provocar? No lo sé. Sé que soy honesta en ese odio a la época, en no plegarme dócilmente", dice la autora de visita en Buenos Aires para presentar su última novela, Degenerado: la historia de un pedófilo en primera persona. "Casi todos los libros que veo son desde el punto de vista de la víctima, y a mí me interesaba pasarme de bando".
Por Luciano Lamberti.
Ariana Harwicz llega a su cita en un bar de Recoleta con cinco minutos de retraso y se disculpa, un poco en serio y un poco en chiste. Está de visita en Buenos Aires para promocionar su última novela, Degenerado (Anagrama) la historia de un pedófilo narrada en una furiosa primera persona.
Harwicz vive en Francia desde el 2007, y ha publicado tres novelas anteriores a esta: Matate, amor (nominada al Man Booker), La débil mental y Precoz.
En un primer momento el libro se llamó Racista, ¿por qué el cambio de título? ¿Degenerado no alude a algo mucho más general?
A mí me parecía algo más general Racista porque en una lectura política francesa, cualquier derrape mínimo (estamos en la era del no–derrape) es imposible porque no podemos reprimirnos tanto. Yo vivo reprimida, nos tenemos que reprimir, hay límites. Todo el tiempo tenemos que reprimir instintos, pulsiones, deseos. Eso se llama civilización. Es un lugar común. Pero en Francia (Argentina tiene otra inmigración, otra historia política, otro armado social, y además los inmigrantes bolivianos, paraguayos, etc. están más invisibilizados, pero nuestra sociedad no está conformada por inmigrantes, no hay diez millones de inmigrantes) más del diez por ciento son árabes. Mi hijo es casi minoría blanca en la escuela. Estoy exagerando un poco, a lo mejor. Entonces cualquier mínimo derrape, cualquier cosita se toma como racista, o xenófobo o antisemita o islamofóbica, pero más que nada el gran insulto es el racismo. Hay mucha sensibilidad con eso. Los chistes de humor negro son racistas. Se llamaba Racista para hacerse eco de esta ideología circundante de lo políticamente correcto que heredamos de Estados Unidos. Pero realmente el personaje lo que hacía era un crimen sexual. Entonces el título anterior quedaba mal, porque el tipo no era básicamente un racista. No había cometido un crimen de esa índole. Me pareció más interesante ir hacia el crimen sexual. Hoy en día lo que todo el tiempo está en el aire es la sexualidad y el crimen sexual.
En ese sentido ¿es un libro para hoy, para esta coyuntura de discursos? Es un libro que busca provocar, ¿no?
A Houellebecq (no es que yo tenga su estatura, por supuesto) se le adjudica ser una especie, no solo de escritor sino de pronosticador de lo que va a venir. Es como un catalizador que toma lo que está en el aire y lo escribe. Es como una especie de profeta. No digo que sea un valor literario en sí, pero a mí me gusta esa línea de literatura que juega a destruir ideologías de la época, sin ser efectista, ¿no? Me gusta esa relación: ir a atacar la época, no a bendecirla. ¿Buscar provocar? No lo sé. Sé que soy honesta en ese odio a la época, en no plegarme dócilmente. Cuando escribí Matate amor no estaba Ni una menos. Me incomodó muchísimo escribir sobre la maternidad. Yo no sentía la palmadita del mercado, me sentía incómoda y angustiada por eso. Era bastante marginal. Explotó todo después. Con Degenerado tampoco me siento avalada por la época para escribir un libro desde el punto de vista del victimario. Casi todos los libros que veo son desde el punto de vista de la víctima, y a mí me interesaba pasarme de bando. Nunca podría escribir un libro en la misma dirección que va la moda. Cada época tiene los dictados. Los libros que vienen a subrayar lo subrayado me parecen de una banalidad, una gratuidad. Después están bien escritos, son correctos, depende de cada caso. Siempre pienso en Charly García y Fito Páez. Cuando Charly hace “No bombardeen Buenos Aires” lo estaba cantando mientras bombardeaban, estaba sucediendo en ese momento. Se estaba jugando la vida. Y después Fito Páez hace un video de una canción y canta en contra de los ingleses, un homenaje a los soldados. ¿Y qué riesgo político hay en eso? Lo podés hacer como homenaje, pero hay cero riesgo político. Esas son las dos formas de pensar el arte, uno tomando riesgos y el otro yendo a lo seguro.
Me hizo acordar por momentos a El extranjero, de Camus. Lo “extranjero” en tu protagonista, sentirse afuera de todo grupo social, ¿no hay algo de eso?
Sí. El mayor elogio del mundo sería estar en ese linaje. Yo intento hacer eso, que mis personajes sean eso. Ese estado de extranjería consigo mismos, con el país, con la raza, con las guerras, con las tragedias de la época, con el sentido común. Mis personajes tienen ese desapego, sí. Varios nombraron Memorias del subsuelo de Dostoievski, y también me encanta, es uno de los primeros libros que leí de adolescente, antes de Crimen y castigo. Tampoco escribo pensando en hacer algo como, jamás, pero me gusta ese tipo de literatura de catacumba, de cueva, de búnker. Tengo una atracción un poco mórbida por eso. Y pienso que es una declaración de principios literaria. Donde vivo yo está lleno de búnkeres. Quedan las edificaciones. Son como iglús de cemento, no sé. Ahí miraban, se metían bajo tierra. Me gusta que mis personajes vivan un poco ahí.
Además tu trabajo se aleja de la tradición argentina, que es mucho más anglosajona. La historia no está en primer plano, sino la voz.
Obviamente que el escritor, si es bueno, tiene que pensar bien su propia escritura. Y es ahí donde me cuesta pensarlo, con qué tradición más consciente trabajo. Yo siempre estuve obsesionada con Céline, y creo que me influyó bastante. También creo que me influyó Bioy Casares, pero quizás no lo reproduzco. Me acuerdo que empecé a pensar bien la literatura obvio que con Borges, pero también con Ocampo y con Bioy Casares, en la adolescencia. Pero ¿hay rastros de eso en lo que yo escribo? Yo no los encuentro, pero están. Como está también el cine, la literatura, Charly García, Spinetta. Ejemplos de estilo. Cuando me preguntan por influencias yo quedo como tonta, ¿qué tengo que responder? ¿Lo que leí o lo que me parece que tiene empatía conmigo? El trabajo que hace Céline, al que leí primero en español y después en francés, a mí me atrajo y dije: para mí esto es el summun de la literatura. Después también me influye Cheever. Hay algo de esa sequedad, de cómo va llevando el río de su prosa, no sé si clásico pero con otra paleta. Cuando me quiero retener, cuando no quiero que se me vaya la escritura a algo barroco, explosivo, operístico, traigo a los norteamericanos que leí y me ayuda a compensar. Te diría los rusos y los franceses. Y el teatro. Cada vez más.
Estudiaste teatro, ¿no?
Estudié cine y teatro. Estudié en la escuela de arte dramático. Y ahora todos mis libros, los cuatro, son obras de teatro. No me parece casualidad.
¿Venís de una familia intelectual? ¿Cómo empezaste a escribir y leer?
Vengo de una familia clase media judía Villa Crespo y siempre fue muy importante la política aunque no fueran militantes. Yo siempre tuve mucha consciencia política, y a eso se los agradezco. Intento reproducir eso con mi hijo pero me cuesta. En la época íbamos a todas las marchas, cuando volvió la democracia en Chile fuimos, estaban Silvio Rodríguez y Mercedes Sosa. Tengo esos recuerdos en mi mente de niña de seis años. Las marchas, ir a los actos alfonsinistas. Todo eso está. No sé si todos los chicos se educaron así. Milité quince años en un grupo que estaba en Hebraica que es un club judío, íbamos a escuelas del interior, escuelas mapuches, a la villa, al puente Soldati, los monoblocks. Eso influyó en mi formación. Esa es mi primera vida, y mi segunda vida fue la de decidir escribir. Y casi que mi ida a Francia fue ir a ver si podía ser escritora allá. Porque acá no podía. No me preguntes por qué. No tengo una explicación. Me fui en el 2007, no había escrito nada. No había encontrado un estilo, una voz.
Volviendo al libro, hay una noción de culpa colectiva, de que todos pueden ser culpables, junto al protagonista.
En mis libros siempre hay una voz de altoparlante. Un vozarrón. Una única voz. Un poco nos burlamos a veces en teatro, porque hay que bajarle un poco el tono. En Degenerado está esa actitud del tipo que se sube a un banquito y vocifera al mundo. Es eso declamativo, propio de otra época, también. A mí me gusta eso, como si la experiencia de leer este libro fuera la experiencia de entrar en una única subjetividad que te filtra todo. Los vecinos, la policía, la gendarmería. Todo entra en el remolino de su propia voz. Tengo algo con mi voz. Le dije a la fonoaudióloga: lo que más me importa en el mundo es la voz. Ah, me dijo: por eso la estás perdiendo. Yo puedo ser culpable, dice el protagonista, a condición de que todos sean culpables. Me gusta jugar a que no hay dos bandos, pero obviamente los hay. Los reos, los acusados, los condenados por pedofilia, los condenados a muerte. El pedófilo del Garraham. Cristian Aldana. O Manggieri, el que mató a Ángeles Rawson. Están ellos y estamos nosotros -yo, argentina, no hice nada. Él violó y yo no, que vaya él a la cárcel. Pero después, en la mente, lo que dice él es que todos somos iguales, como si estuviéramos en un limo que en dos minutos derrapamos y somos Cristian Aldana. Él se los dice: ustedes también pueden ser yo. No están tan alejados. Una copita demás, un pensamiento demás y se desliza. Como si todos estuviéramos cerca del crimen, del pecado. No digo que sea lo mismo cometer el acto que no cometerlo, pero todos estamos muy cerca de eso. Él lo dice: ustedes son tan culpables como yo. Ahora hay un caso en Francia de Jonathann Daval, un hombre muy perfecto de pueblo que terminó ahorcando a la mujer y llevándola a un bosque para quemarla. El impacto de los suegros de él, de no poder conciliar las dos cosas que son su yerno. No es que uno es mentira, ambos son verdad. De eso se trata de armar el retrato del hombre contemporáneo.
¿Cómo escribiste esta novela?
Durante dos años leí todo sobre los gulag en la era soviética durante el stalinismo, mucho más que del nazismo, todos los libros de memorias, Alexander Solzhenitsyn. Muchísimos documentales y películas sobre Norcorea. Porque a mí me obsesiona el comunismo. Y sobre todo quería ver la exaltación. Hitler, que era mucho mejor orador que Stalin. Pero ver la exaltación política, el fervor político. Es una novela que se nutre del fervor político. Eso fue el caldo de cultivo. También leí diarios de guerra. Me sirvió mucho una muestra que estuvo en Francia sobre escritos de condenados a muerte. Como los del Marqués de Sade pero mucho menos conocido. De esa escritura, esas voces, está hecha la novela. Hay toda una confusión de épocas en la novela. Es un poco ciencia ficción, como si el degenerado estuviera más allá del tiempo. Me gusta escribir fuera del tiempo, no contra Macri. Macri entra, obvio, si es un asesino más, o un político corrupto más, pero me gusta la idea de que una guerra pudiera ser todas las guerras. Y me interesa salirme de las voces de las mujeres. En las tres novelas anteriores son todas mujeres. Y preguntarme qué están pensando los hombres, que es un gran misterio para mí. A las mujeres las conozco, a favor o en contra del aborto, pero tienen una causa, verde o celeste. Los hombres son como un misterio.