"Lucia Berlin escribe con alegría, aunque tenga los pies en el barro"
Por Virginia Higa
Lunes 11 de marzo de 2019
Una lectura alrededor de Una noche en el paraíso, segundo libro de relatos de Lucia Berlin que llega a Argentina vía Alfaguara: "Para Berlin no hay temas pequeños ni demasiado sórdidos; una conversación con un narco es retratada con la misma vitalidad que una charla en el salón de las elites chilenas que toman champagne", escribe la autora de Los sorrentinos.
Por Virginia Higa.
En 2014 el mundo literario recibió un saludable sacudón cuando apareció Manual para mujeres de la limpieza (editado en Argentina por Alfaguara), un libro que todos parecían estar leyendo al mismo tiempo y que nos embriagó con su cóctel de dolor y alegría. El libro fue un éxito mundial y los lectores nos quedamos con ganas de más. Tan grande fue el interés que suscitó, que desde entonces las grandes editoriales no dejan piedra sin remover para dar con la nueva autora anglosajona desatendida que pueda convertirse en el próximo fenómeno de ventas.
Pero, ¿cada cuántos años aparece un genio olvidado como Lucia Berlin?
Los cuentos de ese libro eran (para nosotros, que no sabíamos nada de ella) el espejo roto de su vida: fragmentos estallados y deformados de su autobiografía aparecían aquí y allá, evocados por narradoras de voz vital, inteligente y cariñosa. Una noche en el paraíso, editado por el mismo sello que el anterior, es la nueva colección de relatos que no entraron en aquella primera antología, veintidós cuentos nuevos (aunque ya habían sido publicados cuando Berlin estaba viva) en los que nos reencontramos con una cuentista de profunda sabiduría y humor.
Lucia escribía sobre su vida, seleccionaba y cambiaba lo que creía oportuno, tomando su experiencia como sustrato narrativo. El efecto que produce la lectura de estos nuevos relatos es parecido, por lo tanto, al del libro anterior, pero como ya estamos familiarizados con su biografía y su voz, la sensación que tenemos los lectores no es más la del espejo roto sino la de estar ante un prisma que nos muestra muchas caras diferentes (¡y qué diferentes!) de una misma vida. Los cuentos progresan en orden cronológico, desde la infancia en El Paso, pasando por la adolescencia en Chile y la vida adulta en Albuquerque, Texas, Manhattan, Jalisco y Nuevo México, entre otros. Los lugares son importantes, lo mismo que los nombres (The Pony Bar, el Claremont Golf Club, el Bella Della Salon, el Hotel Océano), y los relatos hunden sus raíces en esas y otras referencias concretas que acentúan el efecto de verdad. Ir siguiendo con la lectura el hilo de esa vida es un ejercicio fascinante, no solamente por lo variado y asombroso de las experiencias, sino sobre todo por la destreza de la autora para componer, organizar y volver a contar muchas veces las mismas historias desde puntos de vista diferentes. Algunos cuentos de Noche en el paraíso retoman eventos que el cuento anterior dejó en suspenso. Otros parecen versiones levemente modificadas de relatos que aparecían en Manual para mujeres de la limpieza. A veces reconocemos a Lucia en un personaje que otra narradora observa (“daba la sensación de que nadie le había contado o enseñado nada sobre lo que era crecer, tener una familia o convertirse en esposa”), a veces es ella misma la narradora, con su máscara de niña, joven o adulta. Y otras, deja el relato en manos de un narrador en tercera persona que está siempre cerca de los personajes femeninos (“Maya también los saludó con la mano y lloró. Las plantas, los mirlos de alas rojas, sus amigos. Supo que nunca volvería. Supo que este tampoco era un buen matrimonio”*).
Hay cuentos asombrosos en Una noche en el paraíso. Algunos son desoladores, como “La casa de adobe con tejado de chapa”, donde una mujer de diecinueve años con dos hijos hace todo lo posible por salir adelante en un pueblo perdido, con un vecino raro que se le mete en la casa -sin agua corriente y llena de ratones- mientras el marido, músico de jazz, va sumiéndose cada vez más en la noche y las drogas.
“Andado. Un romance gótico” es tan cándido que roza lo cursi, pero al mismo tiempo es descarnado, y disipa de una bofetada cualquier sentimentalismo. En ese cuento, una chica de catorce años (en todo una doble de Lucia) es invitada a la finca de unos amigos ricos de su padre y tiene su primer encuentro sexual en medio del campo con un hombre al menos treinta años mayor que ella.
Hay amargura y humor, y no siempre está claro dónde termina un sentimiento y donde empieza otro, como en “Las ex esposas” donde las dos ex mujeres alcohólicas del mismo hombre discuten sobre su nueva novia y recuerdan el pasado en una conversación hilarante y desgarradora, en la que los insultos también pueden enmascarar el cariño (“Buenas noches, tonta culona”, se despiden).
Para Berlin no hay temas pequeños ni demasiado sórdidos; una conversación con un narco es retratada con la misma vitalidad que una charla en el salón de las elites chilenas que toman champagne. Y escribe con alegría, aunque tenga los pies en el barro. Puede ser cálida y dura a la vez, pero nunca cruel. Su literatura está escrita desde la compasión, y quizás sea esa sensibilidad y no simplemente la trivia biográfica lo que las editoriales deberían buscar con tanto afán. Es como una electricidad, como un cable pelado, decía Lydia Davis en su prólogo a Manual para mujeres… Y cuando ese chispazo aparece en la escritura, a los lectores siempre nos llega la descarga.
* Las citas son traducciones originales del inglés de la autora de esta nota.