"Lo que se universaliza es la barbarie"
Ph | Andrea Sellanes
Inspección y rebato de Norberto Chaves
Martes 02 de enero de 2018
Una lectura del libro de Norberto Chaves, Ser posmoderno (Punto de Vista Editores). "La vaguedad del lenguaje y la estridencia de las imágenes componen la dieta de un cerebro amodorrado", cita de ese tomo Alejandro García Schnetzer.
Por Alejandro García Schnetzer. Foto Andrea Sellanes.
Días atrás se presentó en Barcelona, en los fondos de la bodega El Sidral, un libro: Ser posmoderno. Acudió al emplazamiento gente de edad provecta y no tanto, atraída por el interés al juicio del autor, y a los finos destilados que ahí se expiden. Dispuestos los asistentes en círculo, amenizados por el vino de honor que ya escanciaban, el autor ofreció una síntesis de sus ponderaciones sobre el presente. La realidad no es agradable de observar, escribió Stendhal, y su razonamiento exige afán verdadero para sobrellevar el carácter enervante del proyecto.
Pero la curiosidad de Chaves es constitutiva de su psiquismo y viene de lejos. Antes de emigrar de Buenos Aires, y ser reconocido como un experto en imagen y comunicación, hizo estudios en Filosofía y Arquitectura, disciplinas que son nada si escasea la pulsión indagatoria; él la ha sabido proyectar al conjunto de sus preocupaciones: la economía, la cultura, la política, el saber, la especie humana... De ahí que su libro aborde totalidades y pormenores de manera continuada. El método que sigue es el del examen de las conductas sociales, de los mandatos del capital y sus secuelas.
Son duros sus resultados. Como la decadencia ha hecho metástasis, los cuidados paliativos que distingue son la alienación definitiva o la esperanza («que no llega, que no alcanza») en la dialéctica histórica. No es necesario en este punto, ni en ningún otro por cierto, estar de acuerdo con Chaves; lo importante en todo caso es atender a la diáfana construcción y exposición de su estudio, y pensar los corolarios de su inspección. Para gente como uno, propensa a desórdenes y confusiones, este libro se destaca por su arreglo y claridad.
El ensayo lleva el título secundario Dilemas culturales del capitalismo financiero. Una filigrana. Qué dilemas –de índole cultural, encima– puede considerar el capital en su reproducción; esta sólo nos impone sus deshechos, sus detritos. A tal amasijo Chaves dedica una auténtica «obra de pensamiento». Copio aquí algunos pasajes:
La inseguridad, la violencia, la corrupción, no son eliminables; sólo es posible administrarlas. Lo que caracteriza nuestro estado es el equilibrio inestable. Es decir, la ausencia de futuro.
Los realistas, los cínicos, los valientes, los escépticos, acceden a una suerte de estado de gracia que consiste, paradójicamente, en la aceptación crítica de la desgracia.
Lo que se universaliza es la barbarie.
Hay que darle la espalda a la sensación, glándula predilecta de la sociedad, caracterizada por la histeria, la sobreestimulación, la sobreactuación, la extravagancia, la estridencia, la megalomanía, lo artificioso, el terror, los efectos especiales, lo insólito, la transgresión, la procacidad, la creatividad, la innovación; en síntesis, la idiotez.
La vaguedad del lenguaje y la estridencia de las imágenes componen la dieta de un cerebro amodorrado.
Es menester evacuar la adhesión descerebradora al entretenimiento. Información y entretenimiento no son sino una sola cosa: abducción de la consciencia y destrucción del lenguaje.
¿Quién es el lector de esta obra? Chaves, creo entender, identifica al «sujeto intersticial, que respira algo de aire por la grieta que se abre entre una sociedad que se extingue y una nueva humanidad bestializada». Desde otro punto de vista, como animara a hacer Paul Celan, la obra enseña a los peces el lenguaje de los anzuelos; por lo que sería de provecho tal vez para el joven diletante que acusa algún malestar, y no lo entiende del todo.
Amplio en lecturas, sagaz para enlazar ideas y variaciones, sucinto en su exposición, tengo para mí que un psiquismo como el de Chaves sólo habríase hallado a gusto en Grecia, hace tres mil años.