"Léve es un antídoto perfecto contra las escrituras del yo"
Por Leonardo Sabbatella
Jueves 22 de noviembre de 2018
"Como si hubiera inoculado un poco de veneno para combatirlo", escribe el autor de El pez rojo después de una lectura en serie de los libros del francés: Suicidio, Autorretrato y Obras, el último publicado por Eterna Cadencia Editora, donde "desestabiliza el sentido, cambia piezas de lugar, invierte términos y se ríe de todo". Y agrega: "Todo en Léve tiene la fuerza silenciosa de una idea".
Por Leonardo Sabbatella.
Durante el Renacimiento, Leonardo Da Vinci proclama “l’arte é cosa mentale”. Está claro que Leonardo se refería a la percepción, al trabajo retiniano que implica la pintura; pero podría pensarse también que es una posición precursora de su antagonista: el arte conceptual, el arte como puro juicio de la mente. Es más, se trata de una frase que podría adjudicarse, por caso, al artista Édouard Léve, y nadie sospecharía de su veracidad.
La muerte de Léve, un suicidio temprano, parece haber sido una obra conceptual: entrega su último libro, precisamente llamado Suicidio, y dos semanas más tarde se ahorca. Último acto con el que hace explotar las fronteras entre arte y vida. En Suicidio habla sobre un amigo que se mató. Quizás, una carta indirecta para sí mismo. Una despedida anticipada. La forma de dejar un testamento corrido de las torpezas y los pudores del yo. En cambio, para Autorretrato sí utilizó la primera persona, pero de forma tan fría y analítica que no es difícil confundirla con un narrador externo y omnisciente. La estrategia pareciera haber sido estudiarse a sí mismo como si fuera otro. Autorretrato y Suicidio comparten una misma declinación por lo narrativo, por el deber de contar una historia, y apuestan de manera deliberada e implosiva por la acumulación de datos duros y anécdotas insustanciales, un espacio total donde lo importante, lo urgente y lo banal están a una misma altura. Léve demuestra que no hay materiales mejores que otros; una vida está hecha de residuos.
Escritura y fotografía han sido para Léve dos formas distintas, antagónicas podría decirse, de embestir contra un mismo objetivo: el vitalismo. Léve fue un prodigio de la inexpresividad (en las fotos siempre aparecía serio y vacío, como alguien que de niño había sufrido una desgracia) y, sobre todo, fue un hombre de ideas cáusticas. Todo en Léve tiene la fuerza silenciosa de una idea. La vida pareciera ser una experiencia de segunda mano, una imitación de bajo costo (de hecho uno de los temas predilectos de Léve serán los dobles y las identidades falsas); la vida es apenas un yacimiento del cual extraer materiales para trabajar. Léve es un antídoto perfecto contra las escrituras del yo desde el propio terreno de la autoficción, como si hubiera inoculado un poco de veneno para combatirlo.
El libro Obras es un catálogo razonado de su trabajo conceptual. Anota 533 descripciones de obras. Sí, quinientas treinta y tres entradas y fichas técnicas donde da instrucciones para producir piezas artísticas. Grabaciones al revés, esculturas que recuerdan a Ron Mueck, proyectos infantiles, arquitecturas contra la ley de gravedad, imágenes herederas de Magritte, series fotográficas desopilantes, videoarte de montaje radical, recreaciones al mejor estilo Majevsky. Todo lo que se le ocurre, todo lo que observa, Léve tiene la capacidad de convertirlo en obra.
Los efectos no tardan en llegar: desestabiliza el sentido, cambia piezas de lugar, invierte términos y se ríe de todo. Como esos libros que circulaban por debajo de los pupitres escolares con cientos de chistes verdes, Obras parece ser una gran carcajada por parte de Léve. Cachetadas impares al mundo del arte y la academia. Un cinismo lacónico. Una forma de hacer obra y crítica al mismo tiempo, en un mismo movimiento.
Hay dos grandes métodos en Léve. Uno es la enumeración caótica. Sus libros son enumeraciones de los más dispares y exóticas, el encuentro de elementos de toda calaña, grandes listas (otro fetiche) donde contabiliza jeans Levi's 501 pero también a los artistas que conoce (aparecen solo dos argentinos Julio Le Parc y Lucio Fontana). En el caos de ideas y datos consigue una forma antinarrativa por excelencia (no sería raro imaginar a Levé leyendo un diccionario). El otro método recurrente es la imitación. Levé es un artista de lo doble, busca equivalencias falsas y coincidencias formales. En 1999 publica Homonymes, un libro con fotografías de individuos comunes pero con nombres de personas famosas. Al mejor estilo Wim Wenders con Paris-Texas, Léve recorre Estados Unidos fotografiando ciudades que tienen un doble en otro país. Todo el tiempo Léve pone en crisis las identidades, juega en la desproporción insalvable entre significado y significante.
En una época donde la discusión sobre si algo es o no es arte parece una encrucijada inconducente, Léve propone una salida: la sobreproducción. Nos llena de ideas, de obras, de proyectos, nos tapa de legajos conceptuales. La salida Léve funciona por acumulación, por desconcierto, y delega en la mirada del otro la decisión de donde empieza una obra de arte.