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"Leer a otras mujeres me da ganas de escribir”

Magalí Etchebarne participó del Eterna Social Club y conversó con Anne-Sophie Vignolles sobre su libro ganador del premio Ribera del Duero de narrativa breve. 

Por Anne-Sophie Vignolles.   


  

La ganadora del VIII premio Ribera del Duero de narrativa breve Magalí Etchebarne participó del Eterna Social Club. Sobre La vida por delante, su novela, Mariana Enriquez (presidenta del premio mencionado) escribió: “No hay postura ni solemnidad en su escritura. Encuentra humor en la tragedia y sabe de la tristeza con rabia y ternura. Su estilo es pura frescura e inteligencia.”  

Durante el encuentro hablamos de escritura, de edición, y unas cuantas curiosidades más.  


 

¿Cómo trabajás y cómo surgió el primer relato, “Piedras que usan las mujeres”? 

Al principio lo que tengo es una gran cantidad de imágenes y acumulación de escenas que giran alrededor de un clima, de unos personajes. Después lo que hago, básicamente es, un día, empezar a tallar. Empiezo así casi siempre: con una acumulación de cosas que voy escuchando o pensando en una conversación y me lo guardo. Creo que soy como mi perra: sale a la calle y se trae algo. ¿Qué es eso que se trajo?, me pregunto, y la realidad es que hasta que no lo suelte, no voy a poder ver qué es lo que está mordiendo… y resulta que yo hago lo mismo:  me traigo algo y después, en mi casa, lo deformo. Por otro lado, hay algo que me da el tiempo de la escritura que es hace que “eso”, que muchas veces se origina como en algo muy autobiográfico (porque me pasa a mí, porque yo lo escuché o me lo dijeron), luego de limarlo, ya se vuelve algo que le puede pasar casi a cualquier personaje. En “Piedras que usan las mujeres”, tenía un personaje, esta mujer, que ocupaba mucho espacio, muchas páginas y, además, me ocupaba a mí mucho tiempo: no paraba de agregarle detalles y características y tragedias...  

El segundo relato, “Un amor como el nuestro”, cuenta la amistad entre una correctora y una de sus autoras de habla inglesa, pero también habla de la interpretación de los hechos y del lenguaje. Podríamos decir que habla de la traducción como metáfora, de la manera en que cada una se acerca al mundo. El personaje principal trabaja en el mundo editorial, como vos en “la vida real”. ¿Quién sos cuando escribís y quién cuando editás? 

Creo que estoy muy disociada. Quizás es algo psiquiátrico, pero para mí son dos personalidades totalmente distanciadas. Cuando edito, trato de tener claridad. Si tengo dudas, intento ponerlas sobre la mesa y conversarlas con el autor o la autora, pero siempre procurando que mi mirada tenga una distancia con el texto del otro, para que lo ayude y funcione más como un acompañamiento que como una idea de lo que tiene que hacer. Con mi propio texto, esa claridad no existe. Paso mucho tiempo trabajando a tientas, y en este proceso de acumular y acumular, muy pocas veces sé a dónde voy. Cuando edito, no es que tengo un plan, pero sí trato de guiar al otro con una linterna: vamos hacia allá y me parece que hacia allá el texto va bien, esto le puede hacer bien, si no funciona se cambia. Con mi propio texto eso no ocurre. Sí mi profesión a veces interfiere, como en este cuento, que tiene personajes que trabajan en una editorial que, a su vez, es una empresa y tiene las cosas de una oficina. Digamos que, en este caso, me sirvió para escribir, pero cuando edito siento que soy como estas asesoras de placard que te ayudan, te orientan en lo que hay que hacer, o en cómo limpiar la casa del otro y se van pero luego una vez en tu propia casa, te das cuenta que tu casa es diferente, “no tengo esa maceta, no tengo esa ventana”, entonces lo que yo haga, siempre lo voy a romper y siempre lo voy a convertir en algo mío. 

El relato “Cenizas” cuenta la relación particular entre dos hermanastras, pero en realidad, todos tus relatos hablan de la relación entre mujeres. ¿Pensás que las mujeres escriben de forma particular? ¿Sentís que sos parte de una tradición o de un linaje de mujeres? 

Pienso que sí, que las mujeres escriben de forma particular, pero a mí en general, el resaltado sobre el género me aburre porque pienso que es algo que nunca haríamos con un hombre. Nunca le preguntaríamos a alguien si escribe así porque es hombre o, como pasa con estos cuentos, por qué sus personajes son hombres, por qué hay todos hombres haciendo cosas de hombres. En general pienso que esta cosa “del canon” y “el peso de la tradición”, es un issue de los varones. Eso sí me atrevo a decirlo. Hay una frase muy linda de Lorrie Moore que es: “Para mí leer a otra mujer es inspiración y es valentía”. A mí, leer a otras mujeres me da ganas de escribir y de leer, y no estoy pensando si me pesa. Cuando terminé el libro de poesía Cómo cocinar un lobo, se lo di a leer a Marina Mariasch, escritora que admiro muchísimo, y fue pura inspiración. Lo que yo intento hacer cuando escribo es como un cover de lo que me gusta, o mi propia versión de las escritoras y los escritores que más me gusta leer . La conversación con la tradición es una inspiración más. 

Ping-pong de preguntas. ¿Cuál es el olor y el sabor de la infancia? 

Té con leche. 

¿Escribir es un lujo, un espacio de libertad, una necesidad o un servicio? 

Creo que todas menos “servicio”. Lujo, sí. Y un placer. Un espacio de extrema intimidad y por lo tanto de libertad. 

¿Qué tal te llevas con vos misma a la hora de escribir? 

Es el único lugar donde estoy a gusto conmigo. Es un espacio donde no tengo miedo, donde si hay algún sentimiento puedo machacarlo, usarlo, ponérselo a un personaje. Entonces para mí, en general, es un espacio a gusto. Después la escritura siempre tiene este proceso: el ochenta por ciento de la escritura es reescritura, estar detrás de lo que escribiste, armándolo y que eso sea algo que no termine siendo una acumulación de párrafos. Eso quizás es menos gozoso, pero de cualquier manera, en el fondo, es gozoso, sino creo que no lo haría, por lo tanto, es un espacio en el que yo estoy a gusto conmigo. 

¿Dos autores, autoras, que te dieron ganas de escribir? 

Cuando descubrí a Delia Prado (que es la poeta que cito al principio del libro) me dieron muchísimas ganas de escribir. En general me pasa más con la poesía: me da ganas de sentarme a escribir, como Sharon Olds, Michael Hamburger... Hay algo de la canción del otro en la poesía. Pareciera que una queda con ese ritmo adentro, como cuando escuchas un disco decís “bueno, yo puedo hacer eso, quizás puedo ponerme a imitar ese ritmo”. 

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