"La gente cree que es fácil escribir un poema y no es así"
Estela Figueroa
Viernes 19 de abril de 2019
Agustina Rabaini conversó con la autora de El hada que no invitaron (Bajo la luna). De sus encuentros con Juan L. Ortiz al libro de poesía para chicos que está preparando: "Acá lo importante es escribir. Publicar, qué se yo. Y no me gusta hablar de lo que hago. ¡A mí qué me importa ser famosa! Hay que poder escribir. Seguir escribiendo. Lo demás es secundario".
Por Agustina Rabaini.
La misma Estela Figueroa que supo terminar un poema con un “soy hosca/como el cactus”, dice que tiene angina roja y que no puede atender, pero que la llame en veinte minutos. Dice que la siesta es la peor hora y que responde solo a veces, pasada la mitad del día. Dice que la depresión la acecha, pero después menciona que va a publicar un libro de poesía para chicos. Eso, entre otros poemas que fue encontrando en cuadernos viejos y algunos más nuevos. Si hasta convida uno –“una primicia”, dice– con voz salida del mismísimo adentro.
Días atrás, se lastimó con un alambre y estuvo dos días así, hasta que fue a colocarse la antitetánica, porque “eso de morirse por pincharse ya le pasó a Rilke, que había cortado una rosa para un amiga, y yo no pienso morirme de tétanos”, suelta y ríe. Después va buscar sus anteojos. Abre su cuaderno y lee:
A las cinco y cuarto se detuvo el reloj del dormitorio
a las cinco y cuarto nace mi hija
a las cinco y cuarto muere un niño
a las cinco y cuarto un árbol es plantado
a las cinco y cuarto un árbol se derrumba
es que el bien y el mal
van juntos
así lo dice mi alocada cabeza
a las cinco y cuarto de la madrugada
antes de que canten los gallos.
“Pasa que el reloj de mi dormitorio se paró a las cinco y cuarto y yo, que venía sin poder escribir, la mano que no obedecía, estuve escribiendo mentalmente este poema y ahora ahí está. No sé, hay días que encuentro poemas míos adentro de libros, en papelitos… Mi psicólogo es lacaniano y yo le hablo, es culto y eso es importante para mí. Le digo La metamorfosis, y él, sí, sí. Cuando le leí este poema me dijo ¡es hermoso! Nunca me hace comentarios, pero sé que leyó mi libro”.
El libro del que habla Estela Figueroa se llama El hada que no invitaron (Bajo La luna) y es su obra reunida entre 1985 y 2016; un volumen que permitió a muchos –los más jóvenes, en particular– descubrir una escritura bien guardada dentro de la prolífica escena poética santafesina (que incluye a Juan Manuel Inchauspe, Hugo Gola, Marilyn Contardi, Amelia Biagioni).
A lo largo de cuarenta años de producción, Figueroa salió de su casa para trabajar en la Universidad Nacional del Litoral y dar clases de escritura en talleres propios, y también en los que dictó en el pabellón de menores de la cárcel de Las Flores, en Santa Fe. Ya en 1986 se hablaba de ella como integrante de la “nueva poesía argentina”, dentro de un grupo en el que también figuraban Tamara Kamenszain, Irene Gruss o Mirta Rosenberg.
Desde siempre lee también a Rainer María Rilke, ese autor que no la soltó en todos estos años. “Mirá, ahora estoy releyendo Los cuadernos de Malte Bridge, que me encanta. Rilke me ayudó a sobrellevar mi soledad. Fijate vos: ‘¿Quién me oiría entre la jerarquía de los ángeles, si yo gritara?’, dice, por ejemplo. Cuando tenía veinte años, yo estudié alemán y traduje algunos poemas. ‘La muerte es grande/ somos los suyos con la risa en los labios/ Y cuando nos creemos en medio de la vida/ ella quiere llorar en medio de los otros’, escribió. ¿Te das cuenta?”.
¿Llorar o reír en medio de los otros, Estela?
Bueno, reír a veces, puede ser. Pero te decía que estoy por publicar un libro para niños con la Universidad del Litoral. Lo diseñó una mujer de un talento bárbaro, Alina Gil. Me puse a escribirlo porque me lo sugirió un amigo. Con él una vez dijimos que cuando fuéramos muy viejitos íbamos a casarnos en una iglesia que tenemos que fundar; la iglesia para los desahuciados de la vida. Yo sigo soñando, vamos a ir de viaje a la India y los testigos van a ser el que urdió la broma, y la madre de mi amigo, que se pone los ruleros y le pide que se fije si se los puso bien.
¿Y esto qué tiene que ver con el libro para chicos?
Ah, no sé, pero siempre se me están ocurriendo cosas y a veces no tengo la energía necesaria para llevarlas a cabo. Esta depresión que me causó darme cuenta que me jubilaba. Dejé de dar clases, aunque me decían: “¿Dónde das clases? Si son paredes. Vas a encontrar otras paredes para dar tu taller”. Y bueno, hasta ahora no he podido.
¿Qué ocurría en esos talleres, en tus clases?
Con mis alumnos comíamos asado y los sábados salíamos juntos, era lindo, pero después uno murió y otros dos se enfermaron. Yo iba a verlos y les repartía los textos de poesía, hacía una revista. Llevaba poemas y mirá, acá en casa, mi hija puso una foto mía leyendo en clase.
¿Qué estarías leyendo en esa foto? ¿Qué leían?
Estoy leyendo La desesperación de Penélope, de Yanis Ritsos, y leíamos mucho a Felisberto Hernández y con eso se editó un libro ilustrado por un gran clásico santafesino. Y a muchos otros, no sé.
¿Cuáles fueron tus lecturas más cercanas o queridas, Rilke, Felisberto, quién más?
Yo empecé leyendo a Neruda, o sea que se empieza nerudiando, se sigue vallejiando... Con una compañera de escuela secundaria, leíamos a Vallejo. Pero hubo otros autores, tantos.
También conociste a Juan L. Ortiz, ¿no?
Sí, lo conocí y lo visitaba pero nunca le dije que aspiraba ser escritora. Yo iba a escucharlo y el viejo tomaba mate con anfetamina. ¡Salía con una alegría de su casa que el croar de la rana me parecía un concierto! Me gustaba el Juan L. de la primera época; después, con los años, su poesía se me hizo inaccesible.
¿Cómo era él? ¿Recordás algo más?
Sí, una vez Juan L. a Santa Fe y yo le revisé la valijita. No me olvido nunca: tenía un peine, la tintura celeste que se ponía en el pelo y forros. Sí, forros (se ríe otra vez).
¿Y si yo te preguntara por la Estela Figueroa que, a los 14, escribía en la puerta del ropero que quería ser escritora? ¿Qué quedó de esa niña grande?
El deseo porque ay, cuando muere el deseo, es terrible. Yo tengo este deseo de vivir, de vencer la depresión. Una amiga mía, decía: “Ay, que Estela no se deprima porque sus depresiones son oceánicas”. Y es cierto. Pero bueno, vuelvo a algunos libros. Sigo.
¿Y la casa, el adentro, es un personaje más en tus poemas, como decía Osvaldo Aguirre?
Lo de la casa como personaje, sí, pero a mí esta casa en cualquier momento se me cae en la cabeza. Vivo acá hace más de treinta años y ahora hubo un temporal, un desastre. La tempestad me arrancó la media sombra que protegía las plantas, toda la ciudad quedó sin luz, el agua entraba y entraba y yo, como decía Evita, ¡una pobre mujer argentina! Eran las tres de la mañana y ahí, despierta, no podía salir a buscar el secador. Hubo que tirar todo porque el agua era sucia, inmunda.
¿Salió un poema de esa noche?
No, pero tenés razón, algo va a salir, voy a escribir. La tormenta partió un árbol que había plantado mi padre en la cuadra de mi casa y todavía me acuerdo, sí, va a venir el poema.
Atravesaste inundaciones y una vez escribiste que “las emociones te iban a inundar como un río y que ibas a saber si el hilo era fuerte”. ¿El hilo fue fuerte?
Ay, espero ser yo más fuerte y sobrevivir a esta mala época. Yo sigo elucubrando, porque hasta escribí textos para ser leídos en teatro, y lo curioso es que, buceando en cajas y cajas, yo no sabía que había sido tan feminista. No era anarco ni nada, pero había algo ahí. El hilo es fuerte y me ata, pero a veces la depresión no me deja llevar a cabo lo quiero terminar de hacer.
Hay algo más: dijiste que escribís “obras pequeñas, escritas en la intimidad y con vergüenza”. ¿Vergüenza de qué?
Y… como agazapada, ¿no? Soy desordenada, todavía tengo la olla sucia donde le cociné a mi perra, que está tirada acá al lado mío con otitis, pobre tesoro. Vivimos las dos acá. Muy ocasionalmente viene gente a la casa… Los otros días salí y estuve en Publicaciones de la Universidad del Litoral y fui muy bien recibida. Me traje algunas cosas: el libro de mi pobre amigo Juan Manuel Inchauspe, que ya no tenía y había prestado, y un libro para niños que se llama Ana no duerme. Ese día fui a hablar con una diseñadora que va a ilustrar otros poemas míos y es curioso porque es mayor, se inició de grande. Un día mi amigo Pepe, mi futuro marido, le regaló mi libro de poemas y ella hizo un dibujo. ¡Hay que ver cómo adivinó mi cara! Me hizo con unas alpargatitas o zapatillas de danza; creo que la intención de ella era que yo estaba espiando hacia afuera, pero yo lo interpreté como que estaba enjugándome una lágrima. Aparecía un pedazo de mi casa, y era algo raro porque también había un tigre en mi patio y estaba mi perra Negrita. En realidad, no son dibujos sino figuras en cartón y había floreros en el patio, era algo exuberante.
¿Por qué decís que descubriste que eras más feminista de lo que creías?
Bueno, yo pensé que estaba escribiendo sobre mí nada más, pero me doy cuenta que he escrito sobre otras mujeres (N. de la R: hizo una relectura en clave de género sobre Emily Dickinson, por ejemplo). Creo que se debería leer mucho más sobre las feministas anarquistas. He encontrado textos sobre eso, y hay algo que escribí sobre Clara Schumann (N. de la R: pianista y esposa del compositor alemán), entre otras. Lo que tengo ganas ahora es de releer es el prólogo que hice a la obra de Juan Manuel Inchauspe.
Tu gran amigo…
Sí. Fuimos muy muy amigos, pero llega una edad en la que la mayoría ya no están. Bioy Casares, a quien le hice un reportaje que después apareció en un libro, dice que lo jodido es esto. Con los años los amigos se enferman o se mueren.
Pero vos todavía estás pensando en casarte con Pepe...
Sí, pero ese casamiento es medio engañapichanga, sólo para locos.
Entonces, ¿vas a publicar el libro de poemas nuevos, y los otros poemas, para chicos? ¿Hay editorial?
Bueno, no pienso mucho en eso todavía. Acá lo importante es escribir. Publicar, qué se yo. Y no me gusta hablar de lo que hago. Por ahí salía algo en algún lado y venía alguno a decirme: “Ay vos sos tan famosa”. ¡Y a mí qué me importa ser famosa! Hay que poder escribir. Seguir escribiendo. Lo demás es secundario.
Y cuándo escuchás hablar de la vieja poesía, y de lo nuevo, los nuevos, los que vienen a renovar algo, como hicieron ustedes antes. ¿Hay algo nuevo ahora?
No leo mucha poesía. Me sigue gustando Pavese, por ejemplo. Aquel libro donde dice, “Por aquel entonces todo era fiesta” ¡Es maravilloso! ¿Y qué es lo nuevo? Lo nuevo es lo que nos conmueve. Y viejo es eso con lo que no nos pasa nada de nada. ¡Uno lee cada pelotudez con la excusa de que alguien quiso escribir! Por ahí ves a esos tipos que se paran ahí adelante a hablar de cualquier cosa. La gente cree que es fácil escribir un poema y no es así. Es necesario poner oficio.